Los dos asuntos literarios más frecuentados en la historia de la humanidad están atados a nuestras pulsiones más primitivas: el amor y la muerte. Resulta paradójico y tranquilizador que nuestra expresión más cultural esté tan bien enraizado en la tierra de nuestros ancestros. Si hay un género en el que ambas realidades confluyen es el del duelo por la persona amada. Ejemplos encontramos a millares. Menos habituales son los duelos por el amigo: ese amor amical que los griegos llamaban philos y que, a pesar de ser poco común, está en los orígenes de la literatura occidental: solo la muerte de Patroclo calma la cólera de Aquiles y desencadena el final de la Ilíada; solo la muerte de Enkidu despierta el ansia de inmortalidad en el corazón de Gilgamesh.
Este libro tal vez pueda englobarse dentro del género de la autoficción, pues diferentes pistas nos van mostrando el paralelo entre la voz narradora, Lidia, y la información de la que disponemos de la autora. Sospechas que al final parecen cumplirse o simplemente se trata de un juego de espejos. En cualquier caso, sea o no cierta la historia, o parte de ella, el libro trasluce una verdad sólida, una sinceridad que elegantemente roza la ingenuidad pero sin caer en lo naíf, y provoca una lectura envolvente y muy sentida.
La narradora se entera del accidente de J., que yace en un hospital austriaco, y marcha allí como si estuviera en juego su propia vida para verle, cuidarle y recuperarle. En tono epistolar —de ahí el título— o bien mediante un monólogo que nos recuerda a la Carmen de Delibes, rememora los tiempos vividos: desde su encuentro en la carrera de Filología Hispánica en la Complutense, que produjo una conexión casi platónica entre ambos, a los años de juergas y literatura, viajes y confidencias. Se nos muestra de refilón ese Madrid del cambio de siglo, cuando los barrios del centro —Malasaña, Chueca, Lavapiés, Moncloa…— aún no estaban gentrificados. O bien cuando éramos nosotros los que aún no nos habíamos gentrificado.
Esta es una novela de solo dos personajes; el resto no solo son secundarios, sino que aparecen borrosos, desdibujados y eclipsados ante la luminosidad de Lidia y J. Casi como si el resto molestara al verdadero asunto, a la verdad principal y única, que es el amor entre ambos. Porque la narradora no ejerce un papel pasivo de narrador testigo. La vida de J. es reconstruida a partir de ella y el dibujo de su personalidad es inseparable de su amigo. Me atrevería a decir que el protagonista de esta historia no es J., sino el amor apasionado de Lidia hacia él. Según evolucionan los acontecimientos del hospital, es ella la que se aferra a la imagen pasada, recuperada ansiosamente a través de cartas y fotografías en un intento vano de recuperar el tiempo vivido.
Querido J. es un libro intenso, apasionado, memorable. Un libro como un corazón abierto, vivo y sangrante. Es un libro que provoca una lectura dolorosa por la crudeza de los sentimientos que refleja y que puede llegar a entornar los ojos ante tanta verdad como se nos muestra en sus páginas.
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Autora: Lidia Jiménez. Título: Querido J. Editorial: Aliar. Venta: Todos tus libros.


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