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Raquel Villaécija: “Un perverso solo es peligroso, imagínate cincuenta, amparados por la impunidad y el anonimato de una web”

Raquel Villaécija: “Un perverso solo es peligroso, imagínate cincuenta, amparados por la impunidad y el anonimato de una web”

Gisèle Pelicot no entendía qué le pasaba. Daba igual que hubiera tomado dos copas de vino en la cena, una o ninguna; por la mañana estaba aturdida, perdida en una nebulosa. Y lo peor es que eso ocurría de forma más frecuente, sobre todo en las fechas más señaladas: Año Nuevo, Navidad, su cumpleaños… Quizá fuera un tumor, puede que Alzheimer. Cuando aquellos policías le enseñaron unos vídeos —los vídeos, esos vídeos—, comprendió que ella no estaba enferma, sino su marido, Dominique. Su esposo la había drogado de forma recurrente para que ochenta hombres la violaran hasta en doscientas ocasiones a lo largo de diez años. Cuando el juez comenzó a ordenar toda la información que le había suministrado la gendarmería y puso fecha para el juicio, Gisèle lo tuvo claro: “Quiero que este proceso sea público, para que la vergüenza cambie de bando”. Raquel Villaécija (Madrid, 1981) no tenía que haber estado en Aviñón, donde tuvo lugar la vista del caso; ella tenía que haber viajado a California. Algo en su interior le decía que no debía ir ese verano a Los Ángeles, su lugar estaba en la Provenza, para contar la historia de Gisèle, primero en sus crónicas periodísticas y luego en un magnífico libro publicado por Ediciones B, La vergüenza. Esta obra no podía tener otro título. Villaécija acierta en el planteamiento, el desarrollo y la finalización de la escritura: evita el “yo”, sólo lo muestra al principio, a través de una anécdota, y lo recupera al final, a través de otra. En manos de cualquier otro periodista, de cualquier otro escritor, este texto podía haber quedado subordinado al autor, pero Raquel Villaécija decide ser sólo nuestros ojos, mostrarnos el horror —el de los cincuenta vídeos de violaciones que vio durante el juicio—, confiada en que al otro lado habrá un lector activo que no busque respuestas conclusivas, sino hacerse más preguntas. Son muchos los conceptos que hacen importante la lectura de La vergüenza —la impunidad de los violadores y acosadores sexuales, la revictimización de la mujer violada en el juicio, la falta de control de los foros de internet donde se preparan crímenes…—, pero basta una frase de Gisèle para convertirla en obligada: “Fui sacrificada, era una muñeca hinchable, una bolsa de basura. Tu cuerpo está caliente, pero eres un muerto. No son escenas sexuales, son violaciones”.

Hablamos con Raquel Villaécija de hundirse al intentar salvar a alguien que no quiere hacerlo, acerca de la necesidad de entender a los monstruos y sobre una mujer que decidió que no iba a permitir ser señalada por nadie.

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—Muchos de los acusados no entendían que follar sin permiso fuera un delito. 

"No les cabía en la cabeza, se lo tuvieron que explicar; descubrieron un delito que desconocían: follar sin permiso"

—Exactamente. Parece algo llamativo, pero es que era justo esto. No les cabía en la cabeza, se lo tuvieron que explicar; descubrieron un delito que desconocían: follar sin permiso. La mayoría de ellos había tenido una educación muy machista, donde la mujer es un objeto del hombre. Ellos habían hecho siempre lo que les había dado la gana, sobre todo con sus mujeres. Ahí está la clave. Como ellos habían hecho siempre lo que habían querido con sus mujeres, al estar el marido delante entendían que el permiso estaba dado. La clave estaba en el consentimiento. Uno de los acusados llegó a decir que este es un concepto de las nuevas generaciones, que en la suya “la mujer era propiedad del hombre”. Lo dijo tal cual. Había un problema de educación en la gran mayoría de ellos. Otros eran perfectamente conscientes de que Gisèle no había dado el consentimiento y les dio igual. Ellos consideraban que una violación es cuando tú fuerzas a alguien: el clásico violador del portal o del ascensor, ese fantasma con el que hemos vivido muchas mujeres de mi generación, en nuestra infancia o juventud. Como ellos no habían violado con violencia, consideraban que no, que no había habido violación. Imagínate la violencia en un vídeo donde hay una mujer completamente inconsciente. Hay más violencia que en una violación por la fuerza. Ellos consideraban que no había premeditación, ni intención, y que entonces no la habían violado.

—¿Cree que después del juicio la vergüenza ha cambiado de bando, como pretendía Gisèle Pelicot?

—Creo que se consiguió rápido, por lo menos dentro del juicio. También a nivel de sociedad, porque hubo cambios en el Código Penal para incluir el consentimiento. Después del juicio hay mucha más conciencia. Es algo que comprobó durante los cuatro meses del proceso. Si ella hubiera ido sola, sin público, sin periodistas, con esos hombres y sus abogados —que hicieron una defensa muy dura, culpabilizándola—, habría sido mucho peor. Muchas de las periodistas éramos mujeres; eso creo que les intimidó. Al segundo día del juicio, la vergüenza pasó al otro lado. Luego estaban esas mujeres y esos hombres que iban también a arroparla. Todo el mundo estaba viendo eso. La vergüenza pasó al otro lado porque el juicio no fue a puerta cerrada; si ella hubiera estado sola, todo habría sido más difícil. Y mira que es una mujer que está hecha de otra pasta, pero habría costado más. Y sobre todo, ellos habrían sentido que seguían siendo impunes.

—A las pocas páginas, nos cuenta cómo era el proceso que usaba Pelicot para que violaran a su mujer. Cada detalle es más aterrador.

"No sé qué era más aterrador, cómo él contaba que la drogaba o cómo ella explicaba las ausencias que tenía y que no sabía por qué le ocurrían"

—Él lo contó en el juicio de una manera muy fría, como si te estuviera hablando de su visita al médico del día anterior. Dominique tenía un método que fue perfeccionando poco a poco. Él se autodenomina “perverso”. Al principio empieza a trastear en la famosa web —coco.fr— y hace pruebas: la droga y él la viola primero. Luego empieza a afinar las dosis, y consigue perfeccionar su modus operandi, que era siempre el mismo. En el juicio contó dónde guardaba los medicamentos, cómo los conseguía… Hubo un momento en que le preguntaron por las dosis, y contestó que no iba a detallarlo para no dar pistas a nadie, para que nadie reprodujera su método. Este era el personaje. Como ya conocíamos la historia, normalizamos el relato: un sicópata contándote cómo ha drogado a su mujer durante diez años —echándole lorazepam en el postre, la sopa, el vino…—. No sé qué era más aterrador, cómo él contaba que la drogaba o cómo ella explicaba las ausencias que tenía y que no sabía por qué le ocurrían.

—Si Pelicot es un monstruo, ¿cómo debemos calificar al resto?

—Le llamamos monstruo, pero en realidad creo que es más un sicópata. A los otros los diferenciaría por grupos. A algunos los consideraría monstruos. Había uno de los acusados que había intentado replicar con su mujer lo que hizo Pelicot. El giro de tuerca es que este señor pensaba que lo que hacía Dominique con Gisèle era una violación, pero le parecía bien hacerlo con su esposa: drogarla y que otros hombres se aprovecharan de ella. Otro hombre lo imitó con sus ex y subió fotos de ellas en internet; un monstruo también. Y había otros dos o tres que no alcanzaban el diez de monstruosidad, pero estaban en el siete. Y luego estaban el resto de los acusados. Hombres disfuncionales, con vidas muy jodidas, que tenían vidas corrientes, pero no eran hombres normales. En un momento dado, gracias a esa impunidad en la que siempre vivieron, educados en ese esquema machista, cometieron una violación, pero tampoco diría que eran monstruos. Hay que diferenciar entre Dominique y unos cuantos de los acusados y el resto (Se queda pensando). Perdona. Quiero volver a lo que he dicho, porque estoy pensando en los vídeos. Es necesario volver a esos vídeos. En esas grabaciones hay monstruos, porque estás viendo a Gisèle, totalmente inconsciente, que no se puede defender. Esos hombres en ese momento también fueron monstruos.

—Pelicot disfrazaba a su mujer con lencería chillona, y también le ponía camisetas con la palabra “puta al servicio”. 

—Sí. Ahí se ve que era un perverso. Los psiquiatras estaban alucinados con él, porque era uno de los perfiles más increíbles que habían visto. Dominique es muy sádico; hacía todo lo posible por humillarla. A él le generaba placer humillarla. Hay cosas que no he contado en el libro: cómo etiquetaba los vídeos con palabras muy explícitas. Luego está el tema de cómo la vestía. A Pelicot toda esa sordidez y esa perversión le generaba placer y entendía que a los otros también. Alguno llegó también con ropa interior para ponerle a Gisèle.

—Cuando te enfrentas a un monstruo, tienes que entenderlo. Gisèle, además de intentar comprender a su marido, intentó llevarlo a la luz, salvarlo… Quizá la destruyó por esa razón, porque intentó salvarlo.

"Es difícil comprender que todos esos hombres le hicieran eso, pero cuesta todavía más aceptar que un hombre le haga eso a la mujer que es el amor de su vida"

—Él tiene una personalidad muy compleja. Al final se trata, como dices, de entender al monstruo; los periodistas no íbamos a juzgar a nadie, no éramos los jueces, simplemente teníamos que entender. Es difícil comprender que todos esos hombres le hicieran eso, pero cuesta todavía más aceptar que un hombre le haga eso a la mujer que es el amor de su vida. Pienso que es posible que cuanto más buena era ella con él, más buscaba él herirla. Fíjate en esa disociación: cuanto más ella quería sacarlo del pozo, más quería machacarla él. Dominique repitió con Gisèle el patrón de su padre con su madre, que la violaba; replicó el mismo esquema. Él dijo que no quería saber nada de su padre, y acabó siendo como él.

—¿Cuántos vídeos vio de violaciones?

—Intenté echar las cuentas. Hubo cincuenta procesados. No se visionaron todos los vídeos, porque los de los que reconocieron el delito no se mostraron; esa prueba no hacía falta enseñarla. Creo que se mostraron vídeos de treinta y tantos acusados. Eran extractos de las grabaciones, vídeos cortos donde se veía claramente que había una intencionalidad. De algunos se vio más de uno. En total, fueron unos cincuenta.

—¿Cómo le afectó eso? ¿Cómo le está afectando?

"Estoy todavía valorando cómo esos vídeos me pueden afectar. Puede que tenga un estrés postraumático que desconozco"

—He pensado bastante en esto porque tengo compañeras a las que les ha creado un estrés postraumático. Los primeros vídeos me impactaron mucho; me iba a la cama con las imágenes. Fíjate, antes estábamos hablando y me han venido a la cabeza flashes de esos vídeos. Durante el juicio, iba al supermercado, estaba comprando naranjas y me venían a la cabeza unos vídeos de los que había visto la semana anterior; los más duros o, simplemente, algunos que se me quedaron grabados. Hay vídeos que no se me van a olvidar, por lo menos a corto plazo. Estoy todavía valorando cómo esos vídeos me pueden afectar. Puede que tenga un estrés postraumático que desconozco. Esto me puede afectar en mi vida cotidiana, en mi relación con los hombres. Lo que está claro es que esos vídeos ya forman parte de mi memoria.

—El nexo de unión entre Pelicot y todos esos hombres es una página web, coco.fr. Pelicot chateaba con los violadores en un foro con el título “Sin que lo sepa”. 

—Sí. Sin su consentimiento. Esto muchos lo negaron porque esta web era la gran anomalía de este caso. Sin esta web, que había sido denunciada de forma sistemática, no habría habido un caso así. Dominique sólo habría encontrado a tres o cuatro personas para participar en las violaciones. Las dimensiones de lo que ocurrió no habrían sido las mismas. Probablemente algunos de ellos habrían cometido violaciones, pero no todos ellos habrían violado a Gisèle. Esta web se tenía que haber cerrado hace tiempo. Dominique se metía en una especie de salón, dentro de la página, para iniciar una conversación. Que el foro se llamara de esa forma, “sin su consentimiento”, ya era revelador del delito. Ellos se metían en la web y salían de allí sin dejar rastro, porque se borraba todo automáticamente. Luego seguían la conversación por Skype o teléfono. Como no había huellas, muchos acusados negaron haber entrado en ese “salón” particular, algo que ya era un indicio de delito.

—La pregunta es cuántas coco.fr hay ahora mismo funcionando. La justicia elabora unas leyes en relación al mundo digital que son imposibles de aplicar en la práctica. 

"La web se consiguió cerrar después de cuatro años de instrucción, con centenares de denuncias por proxenetismo y pederastia"

—Claro. Hay una permisividad a todos los niveles para que exista una web así, claramente delictiva y que estaba denunciada. Esto es algo que vemos todos los días en las redes: la forma en la que la manosfera se expresa amparándose en el anonimato. Esa permisividad en internet permitió que luego los delitos se concretaran en la vida real. Los perversos confluyeron en ese lugar digital. La web se consiguió cerrar después de cuatro años de instrucción, con centenares de denuncias por proxenetismo y pederastia, a sólo cuatro meses de comenzar el juicio. El sistema está fallando claramente. Dominique iba a seguir siendo un perverso aunque no existiese esa página web, esos hombres iban a seguir viviendo en un esquema machista que defiende que la mujer es propiedad del hombre, y algunos iban a violar de todas formas, pero cuando todo eso confluye tenemos una bomba de relojería.

—Se posibilitó un contexto para el mal. 

—Se alentaban los unos a los otros. Un perverso solo es peligroso, pues imagínate cincuenta juntos, amparados por la impunidad y el anonimato de una web.

—Leo una frase de uno de los abogados de los acusados: “Hay violaciones, y violaciones sin intención de cometerlas”. 

—Este fue el abogado de varios de los acusados. El típico abogado francés, digamos, a la antigua usanza, old school. Como dijo uno de los abogados de Gisèle, “tú puedes elegir la defensa que haces, pero la defensa habla de quién eres”. Este abogado del que hablas defendía que había dos tipos de violaciones: con premeditación —más condenables— y sin premeditación y sin intención, “las que cometes por sorpresa”. Todos los actos que cometemos tienen consecuencias, aunque muchas veces no seamos conscientes de ellas. Esto no impide que tengas que asumirlas.

—De los ochenta hombres con los que Pelicot contacta en coco.fr, solo dos se niegan a tener sexo con una persona inconsciente, el resto accede a la violación. 

"Quiero creer que hubo muchos que le dijeron que no, pero en el sumario sólo hay dos individuos identificados que se negaron"

—Muchos violaron por oportunidad, porque estaba cerca de casa, porque era gratis. Este señor me propone esto, él me ha dado el permiso, con lo cual hay una oportunidad, y como yo tengo impunidad, porque siempre la he tenido, y está el marido delante, aquí no va a haber ningún problema. Ellos entienden que es el marido el que decide que la van a violar. Solo hay dos personas —que comparecieron como testigos— que dijeron que no. Probablemente hubo más que se negaron, pero su rastro se borró en el foro de la web. Quiero creer que hubo muchos que le dijeron que no, pero en el sumario sólo hay dos individuos identificados que se negaron. Tampoco denunciaron a la policía lo que Pelicot les había propuesto, y ambos estaban en ese foro, en esa web…

—Cuando leía el libro me acordaba de dos series: Querer y El caso del Sambre

—Durante el juicio, y luego en el proceso de escritura del libro, mucha gente me decía que tenía que ver Querer. Como es lógico, no lo hice. He estado un año sin leer, sin ver televisión, porque no me podía concentrar. Curiosamente, el libro en el que se basa la serie de El caso del Sambre, Sambre, de Alice Géraud —que no está publicado en España—, lo compré hace dos años. Fui a una librería a por otro libro y él estaba allí, como esperando. Lo cogí y dije: “Vaya tocho, esto es duro pero tiene buena pinta como investigación periodística”. Este es el primer libro que he leído desde el juicio, justo después de entregar el manuscrito. Me lo leí del tirón; me parece una obra increíble.

—En la serie de El caso del Sambre se insiste en la normalidad del violador: trabajador, amigo de los policías, entrenador de fútbol… No era alguien del que desconfiar.

—Al final, a todos nos cuesta entender lo que pasó. La pregunta que nos hacíamos todos era cómo Dominique, que era un buen padre y que había estado cincuenta años con su mujer, podía hacerle eso. Y lo mismo con el resto de acusados: tenían mujeres, tenían hijas. A mí eso me alucinaba; no podía entenderlo. Mi primo, mi vecino, mi mejor amigo, cualquier amigo, mi padre, mi tío, todos pueden potencialmente cometer una violación, porque no responden a un perfil tipo. De esto se habló mucho también en el juicio. Un hombre puede violar, puede cometer una violación sin responder al perfil tipo; el perfil de violador no existe. Un violador potencialmente puede ser cualquier persona que tiene una mujer, que lleva una vida estupenda, que tiene un buen trabajo, que gana dinero y que es un señor muy respetado en su entorno. Esto es algo que nos resulta difícil digerir: se puede ser un violador sin ser Dominique.

—Esa es la frase.

—Y esto es lo que nos da miedo. ¿Qué ocurre? Que Dominique también era un tío de puta madre, como decía la propia Gisèle: a mí no me pegaba, yo no vivía con un monstruo, él era mi marido desde hacía cincuenta años, teníamos hijos, teníamos nietos, teníamos una vida feliz. Ella no pensaba que convivía con un monstruo; nadie sabe que convive con un Dominique.

—Un dato revelador: ningún hombre testificó por los acusados. Solo lo hicieron las madres y las hermanas; las mujeres. 

"Sólo eran las madres las que iban a declarar, al rescate, a intentar sacar de la sombra y llevar hacia la luz a todos estos hombres"

—Yo estuve obsesionada con esto porque, a medida que avanzaba el juicio, sólo eran las madres las que iban a declarar, al rescate, a intentar sacar de la sombra y llevar hacia la luz a todos estos hombres, que cada vez estaban más en el fondo. Cuando llevábamos ya un par de grupos de acusados, pensé: “Qué raro que no haya venido algún amigo, un hermano, un padre”. En la mayoría de los casos tenían padres ausentes; eran las madres las que habían intentado sacarlos adelante, y si la madre había fallecido, eran las hermanas o las amigas. Al final… (Piensa) ¿Somos las mujeres las que siempre salimos al rescate? La declaración de una de las mujeres de los acusados fue como un bofetón. Ya no estaban juntos; ella lo había denunciado por violencia de género. Le preguntaron por qué había seguido con él si era un hombre violento, y ella contestó que pensaba que lo podía salvar.

—Ese es uno de los grandes temas del libro. En lugar de salvar a los demás, debemos salvarnos nosotros.

"Muchas de ellas acabaron perdidas porque intentaron rescatar a un individuo que no quería salvarse"

—Nos han educado a las mujeres, en general, para agradar; tenemos que ser complacientes, tenemos que no dar problemas, tenemos que cuidar. Cuando era pequeña me pusieron un Nenuco en las manos y había que cuidarlo. Toda esa educación la tenemos metida en nuestra cabeza. Igual que todos esos acusados crecieron en un esquema en el que la mujer cuidaba y les cuidaba, ellas se vieron obligadas a rescatarlos. Muchas de ellas acabaron perdidas porque intentaron salvar a un individuo que no quería salvarse o no tenía las herramientas para hacerlo. A mí me gustó mucho el testimonio de una de las nueras de Gisèle y de Dominique, la exmujer de uno de sus hijos. Ella era también una víctima; sufrió un incesto. En su declaración dijo que, aunque hayamos sufrido violencia, siempre tenemos la opción de salvarnos, de elegir otro camino que requiere un esfuerzo. Es un camino difícil, pero existe y evita reproducir la violencia que tú has sufrido en los demás. No hay un determinismo de abusado.

—Terminamos. El libro acaba con una reflexión: los depredadores de mujeres dan más miedo que los violadores.  

—En ese tribunal vimos a muchas mujeres, además de Gisèle, que habían sufrido violencia sexual y también de género. Estaba el depredador que era un violador, y también el depredador que les había destrozado la vida, sometiéndolas a un maltrato físico y sicológico durante años, sin haberlas violado. En esa sala había muchos depredadores emocionales, sin ser monstruos en el grado de Dominique. Eran hombres que insultaban, abusaban, extorsionaban, presionaban… Las acabaron destruyendo. Muchos, la gran mayoría, tenían ese rasgo en común, eran depredadores.

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