Nacemos y morimos una sola vez, aunque presenciamos muchas muertes a lo largo de nuestra vida:
Quizá vivir acompañado lo haga todo más amable. Y, aunque no sea la única forma, una pareja puede ser esa presencia que nos recuerda que no estamos solos en el juego de vivir. La pareja, no sólo como amor, sino como alguien que hace que la vida pese menos porque la sostiene contigo.
Aunque quizás sea egoísta transmitir nuestros demonios a alguien que ya tiene los suyos propios.
Pero ¿no es ese, precisamente, el sentido de la vida?
Compartir los demonios, las alegrías, las mudanzas, las mismas cinco canciones que llenaban nuestro mp3, que servían de banda sonora en los viajes en coche y que ahora alguien más quiere conocer porque son la puerta a nuestro yo pequeño.
La puerta a quienes fuimos, al por qué somos como somos.
Alguien con quien compartir el amor por una película, con quien desenredar una duda, alguien que deje en nosotros el peso de su día y halle en nuestro oído un lugar donde descansar, una persona que haga de una cartulina azul el océano, de un círculo el sol y de un domingo el mejor viernes. Alguien con quien compartir el silencio.
La misma persona que pueda odiar tu película favorita, no soportar los ruidos que haces cuando comes, no entenderte, no querer ni que la escuches porque lleva todo el día hablando y solo quiera silencio…
Todos queremos a alguien que mire con nosotros lo que tememos mirar solos. Y a veces, es a nosotros mismos lo que más tememos mirar. Nadie se ve a sí mismo cuando se mira en el espejo. No vemos carne. Vemos el cansancio, la alegría, el llanto, la decepción, la frustración, la queja, vemos aquella frase que jamás deberíamos haberle dicho a nuestra madre…
Nadie se ve a sí mismo cuando se mira en el espejo. Pero todos deseamos un espejo que nos devuelva la imagen de alguien que nos comprende, que nos escucha. La otra cara de la misma moneda que te entiende cuando te caes y te levanta pese a no entenderte. Aunque es una tarea muy compleja ya que todos somos monstruos a los ojos de alguien y quizás, ser extraños y ajenos es la verdadera realidad de todos.
Puede que la única manera de no desvanecerse del todo sea tener a alguien que conserve con nosotros el recuerdo de lo que fuimos. Porque cuando alguien comparte nuestras pérdidas, también nos devuelve parte de lo perdido.
La vida, por sí sola, es demasiado grande para vivirla solo.


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