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El Arco de Ladrillo

El Arco de Ladrillo

A los visitantes de Valladolid les llama la atención el Arco de Ladrillo que se alza en las inmediaciones de la Estación de Ferrocarril, junto a la pasarela por la que se accede a la ciudad desde la carretera de Madrid. Un arco grande, hermoso, que no tiene, aparentemente, ninguna razón de ser, ninguna función que cumplir. ¿Un mero alarde de la albañilería? Quizás.

Se construyó en el año 1856 por deseo de Joaquín Fernández Camboa, de quien, al paso, diremos que era propietario de una fábrica de cerámica y loza y que fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, en la que ingresó el día 7 de marzo de 1886. Treinta años tenía el arco.

"Con la construcción de este arco trataban de demostrar que el ladrillo macizo cocido en las cerámicas pucelanas tenía menos fatiga que el hierro"

Hay varias teorías de su por qué y su para qué. Una de ellas asegura que le fue encargado por la empresa del Ferrocarril del Norte para que sirviera de prueba y modelo de los arcos que habrían de ponerse a las bocas de los túneles. Teoría nada fiable, pues este arco mal pudiera haber servido de modelo, pues tiene luz suficiente como para que, bajo él, pasen los trenes de tres en tres; y era innecesario construir bocas tan anchas que habrían de corresponder a túneles de desmesuradas dimensiones. Otra teoría presupone que fue un alarde, un “ahí queda eso” de los ingenieros españoles, a quienes se les rechazó el proyecto de construcción de la estación del ferrocarril, la que hoy día conocemos como estación del Norte, utilizando el ladrillo como materia principal, desestimando el hierro, en connivencia con un equipo de maestros albañiles, que se pusieron manos a la obra. Con la construcción de este arco trataban de demostrar que el ladrillo macizo cocido en las cerámicas pucelanas tenía menos fatiga que el hierro. Es decir, que ladrillo a ladrillo se podían construir arcos tan robustos y resistentes como los realizados en hierro que, a la sazón, estaba imponiéndose. Ahí están (estuvieron) para testimoniar la moda imperante, los tres mercados de Valladolid, (Portugalete, Val y Campillo), realizados estructuralmente en hierro, y también la marquesina de la estación del Norte, y el mal llamado Puente Colgante.

Hay autores que manejan otras sospechas: que el Arco de Ladrillo se levantó para que sirviera de entrada a la primera Feria de Muestras regional que se organizó en Valladolid, argumento desafortunado e impreciso, que el calendario echa por tierra, ya que aquella primera feria regional (de las, entonces, once provincias de Castilla) se hizo tres años después, en 1859. También se dice que fue levantado con motivo de una visita real, razón algo consistente, ya que Isabel II estuvo a su lado en el interior de una gran tienda de campaña recibiendo a las autoridades pincianas y a algunas francesas, colaboradoras económicas. Esto ocurrió el día 23 de julio de 1858.

"Ahí sigue, desde 1856, incólume y tan terne (sucio, eso sí), pero sin que le afecten ni la trepidación de los trenes que bajo él pasan a diario, ni los coches y camiones"

Cierto día, la escritora Rosa Chacel, vallisoletana muy amante de las cosas de su ciudad, nos preguntó: —“¿Sabe usted por qué y para qué se hizo un arco de ladrillo tan hermoso, que es completamente inútil, que no sirve para nada?”. Le contesté lo que ya les he contado a ustedes en los anteriores párrafos, ya que ella reconoció su desconocimiento de la razón de ser del Arco de Ladrillo, ni conocía persona alguna que se lo pudiera aclarar. Ni en los archivos de la estación del Norte, ni en los de la Cámara de Comercio, ni en el Ayuntamiento, ni en depósito documental alguno ha sido hallado un documento fiable que aporte luz a la construcción del dichoso arco de ladrillo.

En ocasiones la hemeroteca de un periódico ofrece más información que un Acta Municipal (aunque en este caso van a la par).

Si no se le hubiera cambiado el nombre a este misterioso arco escarzano construido con 147.276 ladrillos macizos, 30 metros de luz y 80 toneladas de peso, no andaríamos ahora con tantos tientos de ciego. Al principio se le denominaba Arco de la Estación y se vinculaba con el arco de acceso a la estación del ferrocarril.

Ahí sigue, desde 1856, incólume y tan terne (sucio, eso sí), pero sin que le afecten ni la trepidación de los trenes que bajo él pasan a diario ni los coches y camiones que circulan a muy poca distancia, sobre la pasarela que conduce a la carretera de Madrid y que lleva su nombre, la “Pasarela del Arco de Ladrillo”.

"Es cierto que la reina llegó a los terrenos donde iba a construirse dicha estación sin que en ellos hubiera nada que lo diera a entender"

Pues bien, acerquémonos a los viejos cronistas. En su número del viernes día 23 de julio de 1858 El Norte de Castilla daba cuenta de la visita de la reina Isabel II. Lo hacía con mucho entusiasmo tipográfico pero poco entusiasmo extra-profesional, ya que los periodistas no habían sido invitados en lugar preferente a un acto de tanta transcendencia para el desarrollo de la vida de la ciudad como es la creación de una estación de ferrocarril. El periódico era muy joven, tenía tres años de existencia (hoy llega a los 170) y en su cabecera se anunciaba entonces como un “diario comercial, de noticias, conocimientos útiles, literatura y anuncios”. Cuatro páginas tamaño tabloide. Era su editor y propietario Francisco Miguel Perillán, quien lo imprimía en una imprenta de su propiedad sita en la calle Libertad números 5 y 7.

Es cierto que la reina llegó a los terrenos donde iba a construirse dicha estación sin que en ellos hubiera nada que lo diera a entender, pues únicamente se disponía de los terrenos, pero ni asomo del trazado de las vías ni del edificio de los viajeros, en principio muy modesto pero en aquella señalada ocasión muy ausente.

No obstante, se subraya una situación que viene bien a nuestro propósito actual. El periódico informaba de que el acto tuvo lugar en una gran tienda de campaña situada “frente al hermoso arco que ha de dar entrada a la estación del ferrocarril del Norte, a cuyos estribos se hallan colocados, en medio de guirnaldas y flores, dos grandiosos transparentes en que se leía “A su Majestad la Reina Doña Isabel II, la Sociedad del Crédito Mobiliario Español, constructora del ferrocarril del Norte”. En la cumbre de aquéllas, enarbolaban banderas españolas y  francesas y asimismo en el propio Arco. La presencia de banderas francesas se justificaba por el origen de la Sociedad de Crédito Mobiliario y la intervención de ingenieros franceses en los inicios del ferrocarril. El Arco se había erigido poco antes de la visita de Isabel II por cálculo aproximado, ya que entonces no existían más que los terrenos para la construcción de la estación, pero no había rastro de obra alguna.

La fotografía histórica que ilustra este artículo nos ayudará a confirmar y dar por ciertos los sucesos narrados.

"Gustavo Eiffel y otros arquitectos que creyeron que el hierro era el material más resistente provocaron, en cierta medida y sin saberlo, el nacimiento de este vallisoletano arco"

Decía Séneca que no nos falta el valor para emprender ciertas cosas porque son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas. A los autores anónimos del personal esfuerzo físico para levantar el Arco de Ladrillo no les faltó el valor para emprender una obra retadora, sino que hicieron frente al reto de su futuro incierto con una guerra entre materiales de construcción. Una dura guerra entre el ladrillo y el hierro. Gustavo Eiffel, Teófilo Seyring y otros arquitectos extranjeros que creyeron que el hierro era el material más resistente provocaron, en cierta medida y sin saberlo, el nacimiento de este vallisoletano arco, tan modesto, tan inútil y tan desatendido.

Por último, les cuento un juego al que jugaban, según se dice, los chicos de ese barrio: colóquese una persona en cada extremo del arco por la cara interna de ambas bases, y hablen con voz natural. Podrán oírse perfectamente, sin que de lo que se hable se entere una tercera persona situada en el centro.

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