Inicio > Blogs > Ruritania > Agarra la historia de España 33⅓, el insulto final

Agarra la historia de España 33⅓, el insulto final

Agarra la historia de España 33⅓, el insulto final

Lo que pensé entonces lo pienso ahora, aunque cuando lo escuché en boca de mi socio me quedé unos minutos en silencio, mirándole y titubeando. Finalmente y por alusiones, le respondí, pero su afirmación resultó ser un tiro de gracia directo a la santabárbara. La secuencia fue la siguiente: me encontraba en una terraza, en mitad de una recoleta plaza porticada de la serranía alcarreña y preocupado por la rapidez con la que menguaba el hielo de mi tercer café. De fondo, además del perseverante canto de una chicharra, me envolvía la voz de nosequé chumina en la radio del bar; de esas que enloquecen en chándal y lucen uñas de aquí a Calanda. Ahí estaba yo, con la solana avanzando irremisiblemente hacia la empalizada de sillas y sombrillas que me protegían de aquellos treinta y tantos grados del Lorenzo castellano. Y llega Pau, el amigo antes mencionado, que coge una silla, sube los pies a otra, se quita el capacete, se desabrocha el peto y desciñe el jubón mientras me espeta secándose el sudor: «Menos mal, Fabio, que hacemos lo que hacemos para forrarnos con la historia de España». Pau es recreador y, en efecto, no está pagado vestirse como un soldado del siglo XVII en plena canícula. Porque, si como se dice en Alatriste, en Flandes alumbra un sol hereje que ni calienta ni seca la lluvia, el que sufríamos aquel día era un sol católico que nos evaporaba hasta la sangre. Yo, por el contrario, no me visto de época, pero sí estoy al frente de una empresa que busca proyectar los hitos de nuestros siglos hegemónicos a través de la ropa. Mi silencio, un minuto aproximado bajo la esfera del reloj pero un abismo en mi cabeza, me dio margen para responderle con cierta complicidad, porque ¡naturalmente que uno monta una empresa para ganar dinero! Ahora bien, también elige a costa de qué. No es difícil amasar puñados de parné siendo adalid del utilitarismo extremo; apelando a una tournée sentimental que pueda ser transformada en elementos mediocres de fácil salida y combustión rápida. Total, la oportunidad la pintan calva en un ambiente como el que ha favorecido la divulgación histórica, aunque esta ya se encuentre en las fauces de la radicalización política y se haya disipado, en gran parte, la naturaleza de su propia acción.

"¿Cómo no iba a asumir yo esta responsabilidad por elevar la elegancia patriótica?"

Entonces, yendo al grano, ¿cuál es “mi conquista” y qué es lo que aporto en esta lidia cuasi esquizoide de himno sin letra y loas al Descubrimiento? Es sencillo: lo que nunca ha habido en lo que se refiere al campo textil, personalidad. ¡Huy, qué redicho…! Ya, pero es lo que hay. ¿O se podía vestir antes con un toque estiloso evocando una proeza —muy y mucho española, que diría Rajoy— del tipo que fuera? Hombre, si se la diseñaba uno… pero claro, así salía la cosa. No voy a decir que ignominiosa —¡pareado!— aunque sí vulgar. Y mirad, ya habitualmente bastante mal se viste el grueso de los mortales que, por no llevar, no llevan bien ni la autoestima. ¿Cómo no iba a asumir yo esta responsabilidad por elevar la elegancia patriótica? Pues eso, atenuad la guasa, que el asunto tiene miga. La virtud del producto que abandero, permitidme esta lacónica chapa, radica en una identidad fácilmente retentiva, que funciona a través de una mirada de respeto a la propia historia. Así es como se busca crear una perspectiva sofisticada entre el pasado y los reclamos contemporáneos. Para ello ayuda, y mucho, tutelar una fabricación de cero y tener sensibilidad artística, que suena narcisista pero es tan real como el hecho de que el agua moja, al menos mientras el informativo de las 15:00h no lo desmienta. En definitiva, quiero que la gente se vista bien y de historia. También con calidad, y eso implica un compromiso mucho mayor que el hecho de querer forrarse.

"Identifiqué una necesidad: cultivar el prestigio hacia el producto sobrevenido por el interés popular surgido de estos últimos años hacia la historia de España"

Cuando decidí empezar sabía que un planteamiento así estaba abocado a transitar por algunos lugares comunes —la gente necesita el confort de los iconos— pero eso no es malo, todo lo contrario. ¿Por qué? Sencillamente porque me fuerza a trabajar, más aún, para alejarme sustancialmente de una esfera viciada por eslóganes naíf y toda una clerecía de zafios que, tanto ayer como hoy, deambulan por la hagiografía de la nación española con tintes reaccionarios. No seré yo quien niegue que son gente sagaz. Es de tener maña y visión estrujar sórdidamente la teta del Imperio Español —que ahora no tiene minas de plata, pero sigue dando guita—  de acuerdo a dogmas tóxicos y clichés de activismo estatal.

Es el tiempo de la hipérbole, lo asumo. Y nuestra historia se ha convertido en un verdadero ring donde, queramos o no, todos los que pretendemos vivir de ella nos hemos vuelto púgiles en donde nos cuesta, incluso, identificar aliados, algo que manifestó brillantemente hace algún tiempo mi querido Javier Santamarta en un artículo titulado “¡Blas de Lezo es mío!”. ¿Gusta lo que hago? Por descontado. Cuando decidí embarcarme en la creación de una marca que concitase atención como ventana a la vida de reyes, exploradores, navegantes, científicos o a  grandes hitos como la Real Armada Ilustrada y la fama cosechada por los tan admirados Tercios, lo hice porque, precisamente los hechos de armas de la Monarquía Hispánica se plasmaban en medios sociales haciendo palidecer ilustraciones propias del Death Metal. Y lo que podía encontrarse sobre la reina Isabel o el tan cacareado marino de Pasajes abrasaba tanto o más que el ácido de los xenomorfos —Alien, cualquiera de la saga, para los no iniciados—.  En resumen, identifiqué una necesidad: cultivar el prestigio hacia el producto sobrevenido por el interés popular surgido de estos últimos años hacia la historia de España. Mejor o peor, derrapando, esquivando o estrellándome a veces, pero siempre con buen humor, que al final todo es una comedia. Una tan delirante como aquellas del tándem Zucker y Abrams en las que se embarcaba Leslie Nielsen. ¿Soy yo o está sonando de fondo la descacharrante melodía de Ira Newborn?

3.7/5 (20 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios