Decía el poeta Yeats que es “en la inmunda trapería del corazón” donde empieza la escalera que el poeta debe subir para crear. El mal siempre ha sido un tema fascinante para los artistas que han asumido, como versiones seculares de Cristo, el peligro de aproximarse a él para transfigurarlo. La escritora norteamericana Joyce Carol Oates (1938) lleva toda su vida transitando por ese camino duro y difícil, leerla es siempre un aprendizaje humano porque pocas cosas hay más humanas que el mal. Sin concesiones nos enfrenta a lo más turbio, a nuestros peores fantasmas, es la reina de nuestros miedos y obsesiones, lectora implacable de nuestro yo más íntimo, nada escapa a su mirada sagaz e inteligente.
Abre la colección el sublime cuento que le da título, en él el arroyo Flint y sus aguas sucias y contaminadas cumple un papel agorero — sintetizado ya en su nombre: Kill (matar), término holandés de arroyo—, y con el que el protagonista confiesa desde un principio sentirse hermanado, despertando así en nosotros el estado de alerta. Oates sostiene ese pulso durante todo el cuento para generar zozobra: los plásticos que ensucian el agua aparecen como “poliestireno blanco como la espuma de la rabia” (p. 12), la corriente “lenta, perezosa, que serpenteaba entre calvas toscas y blanquecinas como huesos que quedan al descubierto” (p.11), “ramas de árboles caídas y rotas, fisuras en los troncos que mostraban un blanco espantoso, como médulas óseas expuestas” (p. 39), y la similitud de los residuos que lleva el río con cuerpos humanos “rotos y abandonados” (p. 42). El río con apenas agua del principio del cuento se convierte gracias a las lluvias del otoño en un arroyo caudaloso (“Como un ser vivo”, dice Inga), un crescendo acorde con el de la historia y el desenlace final. El color blanco de la piel de Inga, quizá albina, y su debilidad y fragilidad nos la representan ya desde el inicio casi como un fantasma (“Había algo extraño en ella, pensó. Algo no encajaba” p. 16) lo que reforzará la incredulidad final del protagonista “¿Esto, esto me está pasando? ¿A mí?” (p. 44), y nos permite entender ese principio en el que rememora “’Inga’, ese era su nombre. Ahora lo recordaba” (p. 9). El feminismo, la violencia soterrada, el chantaje emocional, los secretos revelados que nos dejan desamparados frente a los demás… son muchos de los elementos que se combinan en esta historia fascinante y rica en significados.
Al final de la colección, encontramos otra vez el mismo arroyo en La sirena: 1999, en diálogo con el primer cuento y cerrando así el ciclo. Entre medias diez cuentos intensos. Amistad de corazón y Chica Buena parecen hermanarse para mostrarnos dos maneras de enfocar los celos: el primero desde la amistad y el segundo desde la fraternidad. Y que nos hablan de nuestra angustiosa necesidad de tener amor y reconocimiento vital, del miedo a la soledad (“Friend of my heart. Where have you gone. I am alone” es la canción que atormenta a la protagonista de Amistad de corazón); de la manipulación que nos atrapa y nos enreda en vidas no deseadas de las que somos incapaces de huir: “Quería gritar: ¡Os odio a todos! ¡Ojalá ella estuviera muerta y vosotros estuvierais muertos! En lugar de eso sonrió a sus padres” (Chica Buena, p. 221).
Chica Buena nos habla también de unos padres tan absorbidos por las demandas de una hermana mayor que desatienden a la pequeña: “sin embargo, desde hacía mucho tiempo Lila sentía una especie de desesperación precoz al darse cuenta de que nada de lo que hacía (…) nada importaba comparado con el drama de la hermana mayor” (Chica Buena, p.219). La maternidad y la paternidad, desde otra perspectiva, nutren Día laborable —la tragedia acaecida por el agotamiento de un padre desbordado— y el terrible Mick y Minn, uno de los cuentos más desoladores de la colección, en el que Oates retrata sin paños calientes el maltrato persistente de unos padres de acogida, que nos recuerda esas terribles noticias que sacuden ocasionalmente las noticias y que nos hacen dudar del género humano.
En El Flebotomista nos movemos entre una sutil historia de vampiros encubierta y una de terror; en Amor tardío los sueños y la realidad se confunden para hacernos dudar, como a la protagonista, acerca de lo sucedido y de si no estará sufriendo la luz de gas de su marido. En Feliz Navidad, nuestra inicial empatía con la hija que regresa a casa en Navidad se tambalea ante la posibilidad que las palabras del padrastro sugieren al final; Donante de médula ósea nos retrata a una mujer sin autoestima sometida totalmente a un concepto patriarcal del matrimonio, su final también abre otra visión; En *** es el calendario el que contiene la memoria del personaje y, por tanto, su identidad y su destino, el protagonista no consigue descubrir qué había anotado como urgente con tres asteriscos y se ve obligado/castigado a volver a los escenarios de su infancia para recordar.
Una tras otra, las historias de Oates nos llevan a preguntarnos acerca de nosotros mismos, como un pequeño diablillo introducido en nuestra conciencia que no nos soltará hasta que nos enfrentemos a la verdad. Imposible reducir en un artículo toda la riqueza de estos cuentos. Hasta dónde quiera llegar el lector, es cosa suya.
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Autor: Joyce Carol Oates. Título: Arroyo Flint Kill. Traducción: Antonio J. Antón Fernández. Editorial: Altamarea. Venta: Todos tus libros.


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