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Algernon Blackwood ante el último secreto

Algernon Blackwood ante el último secreto

Integrantes de un movimiento espiritual y cultural surgido en la Europa de los albores del siglo XVII, los rosacruces pasan por ser la más legendaria de las órdenes esotéricas. Su misterio se remonta a su fundador mismo, un personaje llamado Christian Rosenkreuz, quien fuera un alquimista alemán del siglo XIV. Al igual que el resto de sus pares, nunca encontró la piedra filosofal, capaz de convertir el plomo en oro. Pero, tras peregrinar a Oriente, volvió de allí iluminado por la sabiduría esotérica. El primer misterio de la Rosacruz es que su fundador, cuya muerte se dató en el siglo XV, pudiese fundar nada en el siglo XVII. Hay autores que sostienen que a finales de aquella centuria se reencarnó en el conde Saint-Germain, transilvano, naturalmente. En fin, lo único que está claro es que los rosacruces son un movimiento en que se confunden las creencias con prácticas ocultistas, el hermetismo, el misticismo judío, y el gnosticismo cristiano. Actualmente, hay varias fraternidades que dicen ser herederas de la primigenia. Y Algernon Blackwood, de mención obligada entre los grandes del cuento de miedo —el cuento por excelencia— perteneció a una de esas fraternidades de la Rosacruz.

Y así, más que en su actividad literaria —impagable en nuestro tiempo—, al final de sus días, el escritor encontró el sustento en toda una mixtura de misticismo e historia: la base del argumentario con el que se presentaba en los espacios, radiofónicos y televisivos, dedicados a lo esotérico.

"Muchos de los motivos ocultistas de las piezas de Blackwood derivan precisamente del sistema simbólico y mágico de la Orden Hermética del Amanecer Dorado"

Una mañana como la de hoy habría de desvelársele el último secreto. Sí señor, el 10 de diciembre de 1951 al gran Blackwood le fue dada esa luz blanca, prodigiosa, que —según cuentan los pocos que han vuelto— entraña una elipsis, más vertiginosa de lo que suelen serlo, en la que, previo al tránsito del que no hay regreso, le es dado al difunto, en breve, una concatenación de los momentos estelares de la que fue su existencia.

Aunque murió a mediados del siglo XX, Blackwood debió de ser un hombre decimonónico: la centuria decimonónica fue el tiempo de las sociedades secretas, mucho menos nocivas para el conjunto de la sociedad que los partidos políticos. Como a Mijaíl Bakunin, estas hermandades ocultas le apasionaban. Pero, a diferencia del León de la Internacional, un materialista, naturalmente, Algernon Blackwood era un esotérico. Sus biógrafos, hay que reconocerlo, no menudean. Pero no faltan quienes también le incluyen entre los iniciados en la desaparecida —fue disuelta en 1903— Orden Hermética de la Aurora Dorada. En aquel templo coincidió con autores como William Butler Yeats, el gran Arthur Machen o Aleister Crowley. Es más, los estudiosos de la obra del gran Blackwood subrayan que muchos de los motivos ocultistas de sus piezas derivan precisamente del sistema simbólico y mágico de la Orden Hermética del Amanecer Dorado.

"La vida de Blackwood nos parece rodeada de ese halo de misterio que impregna sus páginas, muchas de ellas basadas en experiencias personales"

Hubo más, bastantes más fraternidades misteriosas que contaron con aquel buscador de casas encantadas y fenómenos extraños, para solaz de los aficionados a la divulgación del misterio. Pero el aficionado al cuento de miedo, al menos el español medio, sabe mucho más de la obra de Algernon Blackwood, de la que sólo se ha traducido a nuestro idioma una parte, que de su vida. Seguro que esta paradoja viene a dar fe de algo bueno.

De Blackwood escribe H. P. Lovecraft en El horror en la literatura (1927): “Comprende, mejor que nadie, cuán plenamente viven algunos espíritus sensibles en el límite del sueño, y cuán relativamente leve es la distinción entre las imágenes formadas por objetos reales y las suscitadas por el fuego de la imaginación”.

La coincidencia del apellido del último gran maestro del cuento preternatural inglés con el nombre de las más famosa revista de literatura gótica que conocieran las islas británicas en el siglo XIX, la escocesa Blackwood’s Magazine, bien nos podría llevar a pensar en un seudónimo. Pero lo cierto es que no tenemos datos para afirmarlo, ya que el editor de la publicación a partir de 1817 también respondía al mismo apellido. William Blackwood era su nombre completo.

"Sus artículos tienen tanta fuerza que no tardará en ser contratado por el New York Times. Ni así consiguen convencerle de que se quede en América"

Algernon Blackwood vino al mundo, que para él siempre fue un misterio, en el Londres de 1869. Su vida nos parece rodeada de ese halo de misterio que impregna sus páginas, muchas de ellas basadas en experiencias personales. Sus primeras referencias biográficas lo sitúan en el Canadá de 1890. Parece ser que allí el futuro escritor fue granjero. De lo que no hay duda es de que los bosques de aquel país le inspiraron con posterioridad El Wendigo. Incluida por Rafael Llopis en Los mitos de Cthulhu (Alianza Editorial, Madrid, 1969), acaso fuera ésta la primera de las narraciones de Blackwood traducidas al español. La historia que en ella se nos refería era la de una antigua divinidad maligna, que acecha a los cazadores para devorarles en los yermos.

Trasladado a Estados Unidos al cabo de unos años, el futuro escritor —su tardía vocación aún no se ha manifestado— será buscador de oro, gerente de un hotel y periodista en un diario sensacionalista. Debió de ser entonces cuando descubrió sus actitudes literarias, a la par que toda la sordidez que puede encerrar una gran urbe. Unidas ambas a una difícil situación económica y a un precario estado de salud, harán que observe la ciudad “con intolerancia y agresividad”. Pese a todo, sus artículos tienen tanta fuerza que no tardará en ser contratado por el New York Times. Ni así consiguen convencerle de que se quede en América: en 1899 cruza el Atlántico de regreso a Inglaterra.

De nuevo en el solar natal, coincide con Arthur Machen en los ritos del Templo de Isis-Urania de Londres, el primero de la Orden Hermética de la Aurora Dorada. Las experiencias allí adquiridas, unidas a las que vive durante sus innumerables viajes —como tantos de sus personajes, Blackwood fue un trotamundos infatigable— serán el germen de sus mejores relatos. La primera selección aparece en 1906 con el título de The Empty House and Other Ghost Stories.

"Los expertos estiman que el talento del que hizo gala en sus primeras piezas ya le había abandonado cuando empezó a dedicarse a la divulgación de lo oculto en los espacios televisivos"

Pero no será hasta dos años después cuando el éxito de su tercera colección —John Silence, Physician Extraordinary— le haga dedicarse profesionalmente a la literatura. Es aquí cuando aparece por primera vez el investigador de lo extraordinario John Silence. Dos de las narraciones por él protagonizadas, “El campamento del perro” y “Culto secreto”, cuentan entre las piezas del maestro traducidas al español. La primera de ellas, un texto sobre la licantropía, se incluye en Los hombres-lobo.(Ediciones Siruela, Madrid, 1993). La segunda da título a la última selección del autor publicada en nuestro país.(Alianza Editorial, Madrid, 2002). Sus páginas nos hablan de una fraternidad donde se adora a Asmodeo, uno de los príncipes de los demonios en las religiones abrahámicas. El índice del tomito también incluye “El hombre al que amaban los árboles”, “El ocupante de la habitación”, “Complicidad previa al hecho” y “Descenso a Egipto”.

Blackwood continuó viajando —parece ser que recorrió toda la costa mediterránea española en plena Guerra Civil— y publicando con regularidad hasta finales de los años 30. Escribió un total de 150 relatos, 8 novelas, un par de obras autobiográficas y algunas teatrales. Pero los expertos estiman que el talento del que hizo gala en sus primeras piezas ya le había abandonado cuando empezó a dedicarse a la divulgación de lo oculto en los espacios televisivos. Un día como el de hoy, hace 74 años, le fue desvelado el último secreto.

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