Es célebre la foto de la barcelonesa Colita —Isabel Steva— a Gabriel García Márquez, en 1969, con un ejemplar de Cien años de soledad en la cabeza, abierta la novela como un tejado a dos aguas. Ciertos libros tienen bastante de domicilio y de refugio y, a la vez, de escapatoria. Huir de lo que ocurre o va a seguir ocurriendo fuera o ahí mismo. Un lugar, una casa por ejemplo —como un cuchillo o algunos amores—, guarda dentro ambivalencias, dos vertientes contrarias, como la forma de una techumbre, o incluso cuatro. Ese filo puede servir para ayudar o para hacer perder la vida. La casa era el título provisional donde multiplican sus prodigios los Buendía y sus generaciones.
Nuria Sierra nació en Madrid en Nochebuena. En su web esta periodista confiesa que en 2016 movió el eje de su vida: «… le di un giro radical a la trama de mi historia. Me parece mentira que en aquella época trabajara en un banco. ¡Sí! Todos tenemos un pasado oscuro… El caso es que ese noviembre hubo un despido colectivo y yo decidí acogerme a las bajas incentivadas, o sea, dejar un trabajo fijo en el que llevaba diecisiete años». Su familia y todo su entorno intentaron disuadirla. «Pero, por suerte, soy bastante cabezota», asegura. «Mi instinto y mi pasión por la escritura me indicaron el camino». Y planteó su web de servicios de lectura editorial y asesoría de autores.
Nido ajeno (2014) y Una vez estuve muerta (2023) recogen sus cuentos. En su novela La mujer que vendía el tiempo (2018) recrea la figura de la londinense Ruth Belville, conocida como «la Dama del Tiempo de Greenwich». Está ultimando otra nueva.
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Allá afuera
Todas las tardes al salir del colegio, la niña llega a casa y prepara su mochila: la merienda, los libros de cuentos, una linterna. Se despide de sus muñecas, que la miran con ojos de canica, y estira una manta entre los respaldos de dos sillas. Se agacha, se cuela dentro. Cobijada en su cabaña, lee y lee mientras allá afuera, en la espesura del salón, sus padres aúllan.
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(Inédito)


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