La belleza conmociona, genera disrupción a quienes están atentos a sus manifestaciones, produce nuevas sendas ahí donde parecían establecerse callejones sin salida en una cotidianidad carcomida por el opio de la rutina. Sea como una idea pura, colindante a las ideas de Bien y Verdad y allende cualquier objeto material; sea como juicio del sujeto que va más allá de su propia subjetividad (y de cualquier objetividad); sea como trascendencia pura que no remite a ninguna intervención (humana o natural), o se configure a raíz de una serie de proclamas ideológicas más o menos subrepticias que establecen unos determinados criterios sobre lo que debe entenderse (y sobre todo, vivirse) como bello; sea lo que sea, lo que está claro es que cuando nos atraviesa la belleza el mundo (y nosotros con él) se paraliza, agrieta, y de las fracturas recién nacidas, se cuela lo inefable de la condición humana.
La belleza que se inscribe en lo real, que aparece desde el silencio de lo inesperado, conmociona, entre otras razones, porque deja en suspenso al sujeto ante lo que le trasciende irremediablemente. La belleza desafía nuestro afán colonizador para con ella (al respecto de este punto, véase, por ejemplo, la película La Quimera, de Alice Rohrwacher), que rechaza ser mirada a través de los ojos propios de nuestros tiempos de atención dividida, impregnados además de codicia y egocentrismo. La belleza, para Anna, es una experiencia que nos liga a lo arcano, esencial y atávico. Lo bello como lo que va más allá de toda representación, aunque para manifestarse adopte formas y figuras materiales. Lo bello, en definitiva, como colindante a lo sagrado.
Nos supera y atraviesa, pero no por ello deja de ser una experiencia frágil, sutil y silenciosa. Experiencia que requiere de una comunidad de cómplices para con sus epifanías; comunidad que, a su vez, construya una tradición que legue, desde la clandestinidad, anonimato o visibilidad, eso da igual, las condiciones de posibilidad de su irrupción en el presente y porvenir (cómo ha podido llegar hasta nosotros, se pregunta Anna, el busto de Nefertiti si no es a través de una congregación generosa e incondicional de la belleza que ha cuidado su fragilidad y unicidad desde su primera manifestación).
Y es que rodearnos de belleza (de objetos que adopten la belleza como forma de manifestación originaria) es una forma de cuidarnos a nosotros mismos y nuestro entorno. Lo bello tiene una dimensión salvífica, redentora, apaciguadora pese a ser un misterio siempre inefable y, por ello mismo, irrenunciable.
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Autor: Anna Gener. Título: Sobre la belleza: Apuntes de arte, arquitectura y ciudades. Editorial: Libros de Vanguardia. Venta: Todos tus libros.


Muy complejo el tema. Nadie lo ha resuelto. Ni Adorno, ni Michel Foucault, Ni Platón, ni Aristóteles, ni Kant, ni Byung-Chul Han. Qué es la belleza, definirla, definir lo indefinible. Y su relación con la estética. ¿Son lo mismo?
Lo colindante a lo sagrado. ¡Colindante sólo? Una aproximación a María Zambrano. Quizás esté ahí la respuesta.
Quizás comenzar por la belleza que siempre depara la Naturaleza. Es un refugio. Quizás negar primero. Llegar a lo indefinible a través de su negación. Quizás nos es más fácil saber lo que no es bello. No hay belleza en la guerra, ni en la política, ni en las latas de sopa, ni en los urinarios. Quizás para eso únicamente sirvieron las vanguardias artísticas, para que aprendiéramos a contrastar con la fealdad, con lo antiestético.
Parece interesante este libro. Habrá que leerlo.