Transcurre La vida es sueño entre verdades e ilusiones, en un escenario acuciado por presagios y prodigios. Ese escenario concentrado, enjambre de temas (el destino y la voluntad, el honor y el abandono, lo consistente y lo breve, lo salvaje y lo educado…), muestra un “mundo singular”, un “raro espectáculo” poblado por seres confusos, partidos, monstruos de la duda, de una identidad indefinida, de un futuro en trance de alumbrarse. El engaño, la ofensa, el sufrimiento o el deseo fracturan a estos seres, los abocan a enmascararse y los consumen en la búsqueda de su lugar (“sé quién soy”, “ya hallé mi vida”, proclamará el héroe Segismundo cuando más perdido se encuentra).
Dicho sueño, prueba terrible, lo conducirá a un desengaño del mundo: todo es breve e inconsistente, nada dura. De esa lección se deriva una nueva conciencia experta, prevenida ante la vanidad de las cosas. Y esa conciencia será sometida a una nueva disyuntiva, a la luz de su reciente descubrimiento: abandonarse al tiempo breve (al egoísmo, al desencanto), la “vida no vida”, o apostar por la trascendencia, por una idea del tiempo mayor. “Obrar bien es lo que importa”, sentenciará Segismundo, sin poder librarse para siempre de la duda, pero doblando la apuesta por la acción de valor. Decidirá ser quien era bueno que fuera.
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Nota con motivo de una nueva edición crítica de La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca.


El gran Pedro Calderón de la Barca, Dramaturgo Predilecto de Costromo, bebió de las fuentes de la Antigüedad Grecorromana, del Cristianismo y del Humanismo Renacentista, por esto sus obras buscan explorar la naturaleza humana y logran transcender en el tiempo, continúan provocando la reflexión, indagando en la filosofía y en la religión e inspirando a los artistas, como lo hizo con James Joyce, quien le dedicó uno de sus primeros ensayos de juventud. Más allá de sus obras de encargo para cumplir con sus compromisos con sus mecenas, el primero el poderoso Rey de España, quienes se acercan a la portentosa obra de Calderón de la Barca, descubren un poderoso autor que logró exponer, desnudar el alma humana, señalar que el hombre es una débil criatura en medio de las incontrolables fuerzas del mundo, una brizna de paja en el viento. Calderón de la Barca fue nuestro contemporáneo, no lo limitó el Barroco.