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Carta a Carlos García Gual

Querido Carlos:

Nos conocemos desde hace ya muchos años, unos veinte calculo yo. Te conocía de la Facultad, y recuerdo haberte visto en algún acto académico. Ya me llamabas la atención por tu porte, entre académico y literario, como creo que es tu pluma, una pluma elegante y creativa para escribir sobre temas apasionantes del pasado, de la literatura, de la mitología, la novela histórica…

A veces puedes parecer un puro profesor, pero cuando se te lee con un poco de detenimiento (y esto llama en seguida la atención), tus palabras y cómo se alían unas con otras evidencian al escritor que eres, un escritor diferente. En fin, creo que en ti se da una mezcla, y que tus libros constituirán una buena herencia para el futuro. Ahí hay un sabio profesor, pero también un sabio y diestro escritor.

Pues yo te quería contar algo muy cotidiano, algo que lo parece, pero lo cotidiano abre la puerta pronto a lo desconocido, a lo inesperado. Ahora pienso que gran parte de la literatura fantástica es así, o al menos muchos cuentos hispanoamericanos, modernos, son así.

Ayer, apenas salía a pasear con mi perra, me encontré contigo. Me ofreciste dar un paseo por el Retiro, que lo teníamos muy cerca. Hemos paseado por el Retiro otras veces, un lugar muy propicio para  la conversación. En el Retiro me he dado cuenta de que sabes de árboles. Ayer te llamó la atención un árbol, y yo te pregunté por él, y me dijiste que era un plátano. Era un árbol grande y hermoso. ¿Quién sabe de árboles hoy? Me encantaría saber de ellos, y de otras cosas. Yo viví mi infancia rodeado de árboles, y apenas sé distinguir las encinas y los sauces.

Me dijiste que estabas escribiendo un nuevo libro, pero que no tenías mucha confianza en publicarlo. “No pasa nada, porque lo hago porque me gusta”. No voy a decir qué libro es por si quieres mantener el secreto, pero sí puedo decir que está en la línea de otros libros tuyos, de otros que sí que te publicaron, y muy bien. Yo creo que cuando lo acabes los editores te lo quitarán de las manos.

Me acuerdo que una vez me dijiste que el Diccionario de mitos, que es tu libro que más me gusta, lo hiciste porque te gustaba hacerlo. Me parece esto un buen sistema para escribir los libros.

Fue una alegría verte. Siempre disfruto mucho con tu compañía, aprendo mucho de tus palabras, ideas, consejos. Cuando estoy contigo tengo la sensación de que me pongo unas gafas con las que veo mejor y más lejos. Me pasa contigo un poco, o un mucho, lo que dices tú que son para nosotros los grandes escritores antiguos, que son, en tu expresión, faros que desprenden una poderosa luz, una luz que nos sigue guiando pese al tiempo transcurrido.

En tu caso tengo la suerte de que el faro que eres para mí lo tengo cerca y no lejos, un privilegio que sé valorar.

Ayer me preguntaste qué hacía, y te hablé de la nueva novela que acabo de publicar, Vídeos para una mujer, de intriga. “¿Con policías?”, me preguntaste. “Sí”, te dije. Y vi que se te despertaba el interés. Otras veces me has dicho que te gustaba mucho Sherlock Holmes y ese tipo de libros.

También vi mucho interés cuando te hablé de estas cartas que estoy publicando en Zenda. “A personajes de ficción y de no ficción —te comenté—. A autores y personajes literarios. También a personajes históricos. A Don Quijote, Cervantes, Felipe II, Vargas Llosa, Pablo Neruda, nuestro Rey Felipe, Robert Louis Stevenson, Vito Corleone y muchísimos más”.

Creo que te gustó mucho la idea. Me dijiste, o te lo dije yo, no recuerdo bien, que hiciera un libro. Yo ya lo tenía previsto desde hace tiempo; además, me lo ha dicho bastante gente. “Pero tengo que dar con el editor adecuado”, te dije. Pero tú insististe: “Ya que llevas tantas cartas haz el libro ya”.

Me parece que me voy a poner manos a la obra. También se me ha ocurrido que podía ser bueno incluirte en mis cartas. Creo que te gustaría. Y eso estoy haciendo ahora.

La verdad es que te tengo muy presente, porque a menudo veo tus libros por mi casa, y libros que me gustan mucho, como tus obras sobre la novela histórica, que tienen ideas y comentarios muy sugerentes y bellos comentarios de los libros, o el citado Diccionario de mitos, que tanto me gusta y ha conocido ya varias ediciones.

Este Diccionario lo utilizo bastante para escribir. Por ejemplo, recuerdo que cuando hice mi “Carta al rey Arturo” revisé lo que decías del personaje en tu Diccionario, así como un tu obra monográfica sobre el rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda.

Tu escritura es ágil, cuidada, dije antes que elegante. Conoces muy bien los temas que tratas y los sabes escribir muy bien, como si resultara al final que ambas cosas desembocan en una. Juntas de este modo la materia que tratas con la forma que tienes de expresarlo. Quizá sea tu personalidad la que consigue esto.

Una vez te pregunté cómo dabas las clases y me dijiste que sobre todo a través de textos. Por ahí va, me parece, el nuevo libro que estás preparando, pero puede ser que por ahí vaya toda tu obra. Al fin y al cabo eres filólogo, y el filólogo trabaja con textos. “Filología” significa “amor por la palabra”, y para mí esto lo dice todo.

A veces he leído que el escritor ama el texto, y es verdad. El filólogo también. Puede que el escritor ame el texto ya creado, cuando lee, y el que va creando cuando escribe (como es mi caso ahora, querido lector, lectora). El filólogo ama el texto que le dan, el que encuentra, que traduce o comenta, el que edita o transmite, una tarea no menos apasionante si lo pensamos bien.

Tú eres ambas cosas, escritor y filólogo. Recuerdo que en una ocasión leí que el también profesor Andrés Amorós se declaraba escritor, “pero no creador”,  y supongo que ése es tu caso. Aunque cuando escribes creas, verbalmente, trascendiendo el lenguaje y diciendo hermosos contenidos. También lo hace Andrés Amorós, que es un autor que me gusta mucho.

No hay porqué ser un escritor de ficción, un novelista, o un poeta, para ser escritor.

Ahora por ejemplo estoy volviendo a leer a un autor que no abandono nunca, Salvador Pániker, que escribía diario y memorias, también ensayos, y que es un “creador” de otra manera. Es un escritor que me entusiasma, con el que tengo mucho en común, aunque a veces pienso que si nos hubiéramos conocido habría sido peor. Puede que la relación “ideal” que tenemos con un escritor que nos gusta mucho, al leerlo, no iba a mejorar por conocerlo personalmente.

Pero tú y yo nos conocimos, primero porque te quise entrevistar para  mi libro sobre La guerra de las galaxias (entrevista que luego se la hice a Luis Alberto de Cuenca) y después por el periodismo, por otras entrevistas que sí te hice. Y luego por la amistad, porque quedábamos por el mero placer de vernos, más todavía cuando me mudé a Madrid y vivíamos tan cerca.

Creo que como muchos otros escritores que he conocido eres muy distinto hablando que leyéndote. Recuerdo que Francisco Umbral decía que “el escritor iba por dentro”. En mi opinión tenía mucha razón. Al escritor se le aprecia por lo que escribe. Pero también creo que el escritor piensa, siente y se expresa de forma diferente que una persona normal. Para empezar porque suele ser mucho más culto. Ese “amor por el texto” del que he hablado antes hace que en general lea vorazmente.

Tú tienes un pensamiento muy claro (como tu prosa), muy racional, casi diría que tienes un gran sentido común… o, mejor dicho, un gran sentido. Tienes muy claro además lo que quieres y lo que no quieres, y lo que te gusta y lo que no te gusta.

Yo he oído, y antes de conocerte lo oí, que eras un sabio. Me acuerdo que en nuestra primera entrevista de prensa te lo dije, y tú me respondiste que sólo eras “un profesor que había leído muchos libros”. Sencilla, maravillosa contestación. Ya para ser un auténtico sabio, tan raros, me parece imprescindible ser humilde, cualidad tan rara también.

Quizá los hombres más sabios que he conocido sean también los más humildes y modestos. Un sabio no es una persona lista, ni siquiera inteligente. Es algo distinto, para mí es mucho más. Es un salto a otra dimensión de la persona. Por eso, y por otras cosas, son tan raros, tan poco frecuentes.

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Alberto
1 mes hace

Excelente artículo. García Gual, sabio ilustre.