Esta novela narra la historia de diversos personajes que luchan contra sus propios destinos y contra sus demonios interiores. Pero, en el fondo, todas son historias de personas que se han cansado del desamor y buscan el amor.
En este making of Damián Patón cuenta cómo escribió Soberbios y melancólicos (Huso).
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A veces, solo a veces, la creación de un libro, de una novela, constituye una catedral de sentimientos; la arboleda de recuerdos que obstruyen la razón. Por qué Soberbios y melancólicos comienza con la mención de “la cicatriz” es por el dolor acumulado, que amputaba todo intento de salvación y el derecho supremo a la alegría. No quiero ser trágico, porque “construir toda destrucción interior, toda masacre emocional”, conlleva un desgaste considerable. He sufrido con la piel expuesta, cerca del delirio de toda impotencia. Y no, no estoy exagerando. Escribir un libro —cualquier libro— contiene un cajón de sastre… El problema es cuando careces de la herramienta necesaria, en este caso las tijeras y los parches necesarios. Como he mencionado en ocasiones anteriores —no lo sé, puede ser—, las palabras son el caos que invoca el orden supremo de los hijos de Quirón. Ya sé que no vais a entender mucho y que le doy vueltas, pero es así. En este caso —como en tantos— es así. Un escritor es persona como los demás. No es un personaje. Durante la pandemia y el consiguiente confinamiento ilegal carcelario, impuesto por el gobierno sátrapa de turno, confinado con mi hijo autista y discapacitado intelectual, sufriendo la injusticia de los descerebrados, escuché la voz de un indio estadounidense, en YouTube, salmodiando “nuestra carencia de conexión con la Tierra”, el agua, seres vivos. Para transformar la cerrazón de vivir encarcelado en tu propio hogar, subía y bajaba como ejercicio físico las seis escaleras de la finca en la cual vivo, primero cuatro veces, luego cinco, así hasta siete veces. En algún momento de la desconexión con el mundo de los demás —hablar con los colegas por teléfono, leer, ver la televisión— tuve una ruptura. Mi hijo no quería ni salir de la habitación. Vecinos alcahuetes vigilaban a la gente que iba por las calles, gritándoles que volvieran a sus casas. Etcétera. La falta de empatía o emotividad impulsó las historias que esta novela cuenta. La realidad es siempre un fértil abono, puro estiércol, para que broten historias. Por decirlo así, “conecté con mis traumas. Conecté conmigo mismo. Me creé a mí mismo y escribí esta novela”, en la cual no precisé ser trágico —detesto la tragedia por sí misma—. Los hechos que la novela retratan son tan bochornosos que creo rozan la tragicomedia, y ese sí es mi campo. La crudeza es inevitable. Para relatar filtras el mundo y acontece otro mundo. No conozco a ningún curandero cuyas revelaciones sean “maravillosas historias románticas”. Para sanar la herida tienes que sentirla. Sientes dolor. Si no ¿de qué? Cuando nos soltaron la bazofia del poder al que sostenemos me preguntaba qué sería de todas esas personas que, como yo, viven almacenadas en colmenas, con el devenir del día a día. Con sus amores, con lo políticamente —esto se toca directamente en algunas partes del libro—, con sus muertos, y oscuros y sórdidos secretos, como si un estigma les cercenara el alma. Cada mañana me elevo de entre todas mis muertes y escribo el párrafo del día que acontece, en mi introspección. Recorren las páginas de Soberbios y melancólicos gente marginal, escritores quemados del poder omnipresente del mundo mercantil del arte y sus hienas, discapacitados que perciben su mundo en un mundo descalificado y desvalorizado por su necedad, mujeres dolidas y otras agredidas, accidentados, personas que perdieron a sus seres queridos en atentados, ancianos solitarios, la pandemia. Mi voz interior narrándome y narrando. Largo tiempo dejé esta historia de historias, fragmentada en capítulos, con las consiguientes citas. Es la búsqueda y la exploración. Las humillaciones y vejaciones sufridas. También insistí en retratar el momento actual como algo histórico. Creo que, saturados de tanta historia novelada, decidí novelar el momento presente como un hecho histórico in situ. Sufrí mucho con las injusticias padecidas y las ajenas. La construcción de esta sinfonía de sentimientos y emociones, en la sincopada inmersión desde la hendidura de historias, que nadie se atreve a contar. La realidad biológica de las mujeres y de los hombres. Aparte de todo eso, escribir un libro es abrir el alma, tu alma, hacia todas las almas. Claro que eso no sé si la gente de hoy en día lo entiende, tan abducidos como están con las tecnologías. Falta mas espiritualidad. Apartar todo eso. Eso quise reflejar. La espiritualidad de nuestros hechos. El asesino, despiadado. El sociópata… todo eso… Recordad, los que aún leéis… Somos los últimos mohicanos. Los secretos desestabilizadores, de otra mirada, no mejor ni peor, pero sí escudriñadora. Y eso detiene el camino de la frialdad que en algunos casos nos intentan imponer. Siempre sufrimos solos. Te mueres y nadie está ahí para salvarte del fin. Pero hay gente que te quiere… siempre. A menos que hayas sido un canalla desalmado. No creo que este sea vuestro caso. Esta fue la construcción de mí mismo para escribir Soberbios y melancólicos, publicado por Huso Editorial.
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Autor: Damián Patón. Título: Soberbios y melancólicos. Editorial: Huso. Venta: Todostuslibros.


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