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Cómo montar un cajón… con un cuento dentro

Cómo montar un cajón… con un cuento dentro

En la habitación de Simón hay un armario, Robusto Ropero Picaporte, en uno de cuyos cajones se pueden guardar las cosas que no duelen. Este es el argumento de un cuento infantil que, entre otras cosas, enseña a los niños a gestionar sus emociones.

En este making of la escritora Nahir Gutiérrrez y el ilustrador Iván Harón explican cómo crearon El Cajón de las cosas que no duelen (Baobab).

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Escribir es para mí algo consustancial a quien soy. Hablo mucho, escribo mucho, leo mucho, es como mi particular triángulo de las Bermudas. De modo que creo que, de alguna manera, era inevitable que acabara escribiendo. El por qué arranqué con un cuento infantil no lo sé, pero me lo imagino: no me considero capacitada para escribir nada más largo, y de ninguna manera tendría el tiempo, la concentración y la calma necesarias para la dedicación que se le supone a semejante tarea —estoy pensando en una novela, por ejemplo—. Pero es bien cierto que me resultó tremendamente gratificante. Siempre me han gustado los niños y diría que no se me da mal del todo interactuar con ellos, de modo que escribir para el público menudo fue algo a lo que me aficioné, digamos, dulcemente. No las he buscado, las historias; han estallado en mi cabeza como un resorte conectado con una frase, una imagen, una idea cualquiera que las han activado.

"Es bien cierto que, de todas esas cosas que formarían parte del consabido comentario de texto de un cuento, te das cuenta más tarde, nunca en el momento de escribirlo"

Algo así ocurrió con El cajón de las cosas que no duelen, nacido también por ignición de una frase escuchada en boca de mi querida Elena Blanco tras ella perder en la pandemia un viaje a México. «Ya lo he puesto en el cajón de las cosas que no duelen», me dijo con aquella cara de ángel prerrafaelita. La expresión me enamoró y me prometí —y le prometí— que la envolvería en un cuento. Y su epicentro es ese Síndrome de Diógenes Emocional que padecemos unos cuantos adultos, esa necesidad de aprender a soltar, de hacer las paces con la vida y negociar con ella cuáles son las cosas por las que hay que dejar, ya, de luchar. Aprender a dejar caer, básicamente. A pasar página, a avanzar de pantalla. He hablado de adultos y no de niños porque es lo que más ha salido en el momento de las entrevistas de prensa, o en las presentaciones: escuchar las lecturas de quienes venían y me decían que esa parte de adultos presuntamente funcionales también ellos sentían que la tenían averiada…

Es bien cierto que, de todas esas cosas que formarían parte del consabido «comentario de texto» de un cuento, te das cuenta más tarde, nunca en el momento de escribirlo.

Porque la historia manda, manda siempre y manda mucho. De hecho, siempre es la historia la que te hace una caída de ojos y te pide ser contada. Y luego, una hace lo que puede.

Nahir Gutiérrez

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Muchas de las dudas que surgen como ilustrador a raíz de enfrentarme a un nuevo texto es la forma de abordarlo en su conjunto. La idea no es tratar o buscar una solución gráfica a una frase o concepto: todo tiene que estar cohesionado, alineado y tiene que tener el equilibrio perfecto entre el texto que ha escrito el autor y cómo lo transmitirías tú en imágenes. El reto era grande. No todos los días podemos encontrarnos un texto tan rico, sensible y con unas ideas tan poderosas como las que ha plasmado Nahir Gutiérrez en nuestro libro. Nada más y nada menos que un cajón contenedor de emociones y un armario que habla e interactúa con nuestro otro protagonista, actuando casi como un “sherpa emocional” e intentando ayudar a desentrañar el misterio de los sentimientos y cómo afrontarlos.

"Otro de los aspectos que quería cuidar y mimar eran las expresiones de los personajes, ya que debía generarse empatía en la relación"

Uno de los grandes retos de El cajón de las cosas que no duelen era dotar de plasticidad, movimiento y simpatía a un objeto inanimado. Es algo tremendamente complejo y, además, cuando vemos un armario siempre tendemos a pensar en rigidez y en grandes volúmenes que cuesta transportar o mover. También estaba la cuestión de integrar en algún espacio los “contenedores” de emociones, porque el armario sigue siendo un armario, pero por otra parte tiene departamentos donde esos sentimientos se guardan, se ordenan, se clasifican y sobre todo se procesan en el lugar correspondiente. A esto hay que sumarle que, a la hora de crear estos espacios comunes en todos los seres humanos, hay que hacer que sean creíbles, comprensibles y puedan ser identificados por los más pequeños de la casa, que no poseen la misma educación gráfica y les resulta más complejo asociar ideas e imágenes que a un adulto. Emociones como la tristeza, que aparece representada como una caja que es el acceso a un sótano, donde nuestro protagonista se siente náufrago y donde hay distintos elementos cargados de simbolismo. Ahí están a la deriva la cesta con la lana de la abuela que nos indica una pérdida, el balón pinchado, el suspenso o la bicicleta rota, que serían elementos que producirían nostalgia, melancolía o pena a Simón, el otro gran protagonista de nuestra historia.

Color, composición, niño, expresiones

Otro de los aspectos que quería cuidar y mimar en El cajón de las cosas que no duelen eran las expresiones de los personajes, ya que debía generarse empatía en la relación entre Robusto, el armario y el niño, Simón. Tenían que interactuar, y sobre todo tenía que resultar creíble y desprender cierta ternura. Sobre todo porque Robusto actúa como un guía y amigo respecto a Simón. Esto se va desarrollando durante todo el cuento y evidentemente va evolucionando al mismo ritmo que el de los personajes, y sosiego y equilibrio son las sensaciones que priman al final del cuento.

En cuanto a la paleta de colores, me incliné por una base de azules y anaranjados que fueran complementarios como eje central del libro, al margen de añadir otras gamas que unificasen y diesen un tono general al libro.

Iván Harón

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Autores: Nahir Gutiérrez e Iván Harón. Título: El cajón de las cosas que no duelen. Editorial: Baobab. Venta: Todos tus libros.

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