En tu juventud disfrutaste del favor de la Fortuna, pero tampoco fue un camino exento de tribulaciones. En tu madurez vinieron a verte con frecuencia las musas. Nunca fuiste rico, pero sí en salud, lo suficiente para tener una vida larga y feliz. Son muchos privilegios, aunque sin duda hubo algo malo en tu vida, por supuesto.
En más de una ocasión dijiste que no te gustaría ser como Cervantes, que fue pobre y desgraciado toda su vida, y al final se hizo famoso con el Quijote, no dejando de crecer su gloria en la posteridad. No fue ése tu caso, tú fuiste un gran éxito en vida, sobre todo tras publicar una novela en cuestión; pero luego fuiste olvidado. Sólo un libro, Confesión, una novela que escribiste con toda la ilusión y la fuerza de tus 25 años y que gustó mucho a los que les gustó, venció el paso del tiempo y se convirtió primero en un best seller y luego en un clásico. Con los años. También se lee y se estudia en los colegios y las universidades, aunque tú no puedas concebirlo ahora.
Pero tu obra, entera, una obra extensa de novela, cuentos, artículos, poemas y un largo etcétera, todo ese esfuerzo y desvelo, fue olvidada. Sin embargo, no fue en vano, pues te hizo feliz, enormemente feliz, y qué mejor destino que éste puede haber.
Tuviste la gloria en vida, como querías, aunque parezca más auténtica la gloria después de muerto. De todos modos, ahí está esa novela, Confesión, que da fe de quién fuiste y quién eres. En ella estás tú todo. Ahora tendrás que despertar y olvidar este sueño, tal vez confiarlo rápidamente a la escritura, como un cuento, como una ficción, y ya se sabe que las ficciones son dos veces sueños, dos veces verdaderos. Tienen su propio lenguaje que hay que saber interpretar. Pero recuerda que el futuro no está escrito, ni siquiera en los sueños.


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