Que la voz de Miriam Reyes ocupa un lugar central en la literatura en castellano contemporánea es indudable. El Premio Nacional de Poesía que le ha sido otorgado este 2025 confirma que hemos estado, todos estos años, ante una gran creadora. Su escritura, contenida y cruda a la vez, melancólica pero esclarecedora, ha estado marcada desde sus inicios —como en los poemas de Espejo negro (2001)— por el desarraigo, la soledad y la exploración de la identidad. No es de sorprender que haya elegido estos temas como los detonantes de su primera novela.
En medio de las luchas económicas y aspiracionales de los padres, la niña —inmersa en su soledad, y en un hábitat desconocido, a veces emocionante y otras temible— empieza a transformarse. Se mira al espejo y ve lo que los otros nombran: una extranjera. Así, va dejando atrás su inocencia, su lengua y sus referencias con el fin de adoptar una nueva identidad híbrida de la que no se despegará jamás. Tal vez hasta dejar de ser extranjera. O hasta aprender a habitar la extranjeridad para siempre. La adulta que escribe repasa su historia buscando amar a esa niña y también, al territorio extraño y colorido que la acogió.
La novela expone la fractura identitaria de todo migrante, una experiencia que en los niños puede suponer un trauma. En este sentido, La edad infinita puede inscribirse en una tradición de textos que exploran las infancias migrantes en las distintas diásporas latinoamericanas. Dialoga así con obras como Niño anómalo, de Fede Nieto, Ceniza en la boca, de Brenda Navarro o Una tarde con campanas, del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, texto pionero de la literatura migrante hispanoamericana. Si otra cosa comparte con Ceniza en la boca es que ambas cuentan con una primera página de las más potentes y emotivas que se han publicado últimamente.
Sin embargo, La edad infinita no sólo es un relato coming of age, también es una carta de reconciliación y amor a Venezuela. El relato está atravesado por un «tú» al que la narradora se dirige constantemente, un interlocutor que es a la vez territorio y recuerdo: «Admito que nada más llegar, te vi como una cárcel. Muy pronto te convertiste en mi hábitat preferido, yo perfectamente amoldada a ti. Más tarde, fuiste mi manicomio, mi isla del tesoro y mi sala de fiestas, todo a la vez. Desde hace unos años, mi paraíso perdido». Reyes dialoga, desde su aflicción migratoria, con esa tierra también herida por el expolio neocolonial.
Con la cruda delicadeza con la que compone sus versos, la autora expone a esa migración que hoy se blanquea bajo el término expat: personas del Norte global que se establecen en el Sur sin integrarse o contribuir, sólo para saquear el territorio. Reyes escribe: «El plan de los padres es hacer dinero para regresar con él y que les dure para siempre. Como conquistadores, no como esa gente de aldea a la que miran por encima del hombro».
En este viaje, que va de las fracturas íntimas a las políticas y económicas, Reyes traza un mapa transatlántico de los flujos migratorios desde España hacia América Latina. Desde el yo desdoblado de la niña/adulta, La edad infinita es tanto una elegía histórica del colapso petrolero venezolano como una crónica de la migración gallega del siglo XX. Es, en última instancia, un retrato poético del desarraigo y la pertenencia, y un relato sobre las promesas y las pérdidas.
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Autora: Miriam Reyes. Título: La edad infinita. Editorial: Tránsito. Venta: Todos tus libros.


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