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¿De profesión? Escritora

Foto de portada: © Judith Izquierdo
Noemí Trujillo ha escrito un libro anfibio, con un estilo a medio camino entre Lydie Salvayre y Annie Ernaux, en el que traza una genealogía de la literatura española a través de las nueve mujeres ganadoras del Premio Nadal en el siglo XX. ¿El objetivo de este empeño? Emprender un viaje íntimo a través de una conversación ficticia con los fantasmas literarios de las escritoras españolas más importantes del siglo pasado. 

En este making of Noemí Trujillo explica cómo construyó Una noche de Reyes (Destino).

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Estaba frente al cirujano cuando hizo la pregunta. «¿Profesión?». Pude haber contestado otra cosa, pero opté por decir la verdad. «Escritora». «¿Escritora?», preguntó él. Siempre que lo digo en voz alta la gente se extraña. «Escritora», confirmé. Todo el mundo conoce los nombres de los veinte escritores y escritoras de más éxito del país, el resto de los que ejercemos la profesión somos invisibles. Tuve que volver muchas veces a la consulta de este cirujano y cada vez que acudía me preguntaba si estaba escribiendo algo. Le contestaba que «sí», aunque ni yo misma estaba segura de mi respuesta. Yo quería escribir una novela que hablara de las obras de las nueve escritoras que habían ganado el Premio Nadal en el siglo XX, quería articular una conversación ficticia con ellas. ¿Por qué? Porque soy mujer, escribo y sueño con ganar el Premio Nadal, algún día. Pero no avanzaba en mi novela.

Entre cita médica y cita médica, una prueba, otra prueba, análisis de los resultados, nervios. Le regalé al cirujano un libro de los que había publicado; quería que me creyera, que viera que soy «escritora», como le dije. Se programó la primera operación. Antes de entrar a quirófano el anestesista me comentó que había leído uno de los libros que yo había escrito a cuatro manos junto a mi marido y me dijo que era muy fan de la inspectora «Manuela Mauri». Hablé con él de Manuela y de Gutiérrez hasta que perdí la conciencia. Cuando me desperté mi marido estaba a mi lado. Me dijeron que necesitaría un mes para recuperarme y que intentara no sentarme. ¿Cómo iba a escribir si no podía sentarme? Tardé más de tres meses en recuperarme, pero no cogí la baja. Los escritores estamos muy desprotegidos ante la enfermedad. La cama se convirtió en mi oficina. Empecé a tener claro que de las nueve mujeres que ganaron el Premio Nadal en el siglo XX había tres que eran mis mayores referentes: Carmen Laforet, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite. Al releer Nada, de Carmen Laforet, sentí un pinchazo en el corazón. ¿Puede alguien vivir un año en una vivienda y no llevarse nada cuando se marcha? Empecé a alternar, en mi novela, capítulos de ficción y capítulos de autoficción en los que reflexionaba sobre lo que me había llevado yo de cada casa en la que había vivido. «Estoy escribiendo un libro raro», pensaba, pero mientras escribía el texto a mí me funcionaba. Había una magia especial en la novela, una atmósfera, una ilusión.

"Cuando me diagnosticaron el cáncer solo leía libros sobre la enfermedad, sin embargo, no me sentía identificada del todo con lo que contaban esos libros"

Volví muchas veces a la consulta del cirujano. Aquel verano no hice vacaciones. Tuve que pasar por quirófano una segunda vez. Esta vez sí cogí la baja. Los escritores somos autónomos y los dos primeros meses de baja por incapacidad temporal no podemos facturar y debemos continuar pagando la cuota de autónomos. Ningún trabajador por cuenta ajena debe pagar nada cuando enferma, pero los autónomos sí. Jugamos con desventaja. Estaba fuera del mercado de promoción, no podía acudir a ferias ni charlas ni encuentros ni programas de televisión o radio. Nada. ¿Se olvidaría el mundo de la cultura de mí si tardaba mucho en recuperarme? Cuando estaba casi segura de que me darían el alta surgió una tercera operación, en otro hospital, con otro cirujano a cargo. Cuando acudí a la consulta del nuevo cirujano que estaba dispuesto a ocuparse de mi caso no me preguntó mi profesión, porque el anterior cirujano lo había puesto al día. Todo podía haber terminado en esta tercera operación, pero el tumor se rompió al extraerlo, dos márgenes quedaron afectados y tuve que ir a visitar a un oncólogo. Cuando estaba frente al oncólogo hizo la misma pregunta de siempre. «¿Profesión?». Pude haber contestado otra cosa, pero de nuevo opté por decir la verdad. «Escritora». «¿Escritora?», preguntó él. Siempre que lo digo en voz alta la gente se extraña. «Escritora», confirmé. Mi oncólogo me comentó el tratamiento: dos ciclos de cuatro días de infusiones de quimioterapia y veintiocho sesiones de radioterapia. Mi baja se alargó. No pude escribir durante el tratamiento, me costó mucho encajarlo todo. Aprendí que el dolor oncológico es un dolor físico, emocional y económico. Lo había leído en el libro de Anne Boyer Desmorir, pero no es lo mismo leerlo que vivirlo en primera persona.

Cuando me diagnosticaron el cáncer solo leía libros sobre la enfermedad, sin embargo, no me sentía identificada del todo con lo que contaban esos libros. El cáncer más presente en la literatura es el de mama, pero el cáncer elige también otras partes del cuerpo sobre las que no encontraba nada en las novelas que caían en mis manos. No resulta fácil hablar de tu colon, de tu recto, de tu canal anal, son zonas del cuerpo que causan vergüenza. Mi cáncer estaba en otro lugar y no encontraba ninguna novela que lo visibilizara. Los tratamientos de quimio y radioterapia son acumulativos y eso quiere decir que conforme avanza el tratamiento cada vez estás peor. Recibí mucha radiación en la pelvis, sufrí quemaduras, tuve problemas digestivos y ginecológicos, infecciones de orina. No me esperaba tanto daño. Volví a leer a mis ganadoras del Premio Nadal y, sin darme cuenta, al consultar mis notas ya tenía todo lo que necesitaba para escribir mi libro.

"Recordé que el personaje de Andrea, de Carmen Laforet, para ahuyentar a sus fantasmas salía mucho a la calle y corría por la ciudad; yo estaba dispuesta a hacer justo lo contrario"

Yo no quería hablar del cáncer con los médicos o enfermeras ni con mis amigos y familiares, yo hablaba del cáncer con los fantasmas literarios que me escuchaban. El fantasma literario de Carmen Laforet me susurraba: «Nadie se salva de la enfermedad; por eso hay que escribir sobre ella»; el fantasma literario de Carmen Martín Gaite me decía: «El cáncer es la segunda causa de muerte en España» y el de Ana María Matute remataba: «Es necesario visibilizar el cáncer desde la literatura». También vino a verme el fantasma de mi abuela Nuria, que lleva más de veinte años muerta, y me pidió que hablara con el fantasma de mi madre, que tenía que ponerla al día de todo lo que me había pasado y aclarar las cosas entre las dos. Una idea poética de Emily Dickinson me vino a la cabeza: «No hay que ser una casa para tener fantasmas». Yo me había llenado de fantasmas, familiares y literarios, que luchaban porque los escuchara y prestara atención a lo que tenían que decirme.

Recordé que el personaje de Andrea, de Carmen Laforet, para ahuyentar a sus fantasmas salía mucho a la calle y corría por la ciudad; yo estaba dispuesta a hacer justo lo contrario: abrir las puertas de mi casa, ese lugar en el que me había refugiado durante el último año de mi vida, y dejar entrar a mis fantasmas.

"Gracias al cáncer tengo más lectores que antes. Dos cirujanos, un anestesista y un oncólogo me leen y saben que soy escritora"

Así se escribió Una noche de Reyes, pero no quiero que piensen que la enfermedad se come el libro, porque no es así. Una noche de Reyes es una historia de amor a la vida, a tu pareja, a los libros. Si lo leen descubrirán que yo soy hija del extrarradio, que he vivido en la periferia de Barcelona, Madrid y Toledo, que nunca he podido pagarme una casa en el centro de ninguna ciudad y nunca he podido poseer el cien por cien del valor de una vivienda. También que, en mi carrera como escritora, he llegado tarde a todas partes, pero no me preocupa. Llevo dieciséis años publicando poesía, novela y ensayo y nunca he querido estar en primera línea, entiendo que Carmen Laforet quisiera huir de su propio éxito. Pero he sido feliz porque he amado. He sido feliz porque he escrito. He comprendido lo que escribió Marta Orriols al final de Ese lugar al que llamamos casa, que «lo que llamamos casa no es un lugar fijo. Casa no es más que una sensación, la de no querer irse de un lugar». Da igual donde haya vivido, donde viva o donde quiera vivir: mi marido es mi casa. Esa es la verdadera historia que cuenta Una noche de Reyes. Lo demás es literatura.

Gracias al cáncer tengo más lectores que antes. Dos cirujanos, un anestesista y un oncólogo me leen y saben que soy escritora. En la feria del libro acudió a que le firmara la novela un tercer cirujano; fue quien me implantó el catéter subcutáneo, que era por donde me administraban la quimioterapia, en el hombro derecho. Todos ellos ya no se extrañarán cuando una nueva paciente les conteste, calmada y tranquila, que es escritora, que escribe ajena a las políticas e industrias culturales, que escribe contra el olvido.

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Autor: Noemí Trujillo Giacomelli. Título: Una noche de Reyes. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros.

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Jaime García
Jaime García
3 meses hace

Qué maravilla. Gran texto.