Inicio > Blogs > Ruritania > De qué hablamos cuando hablamos de hispanidad

De qué hablamos cuando hablamos de hispanidad

De qué hablamos cuando hablamos de hispanidad

Cualquier hispanoamericano, con o sin abuelos españoles y en posesión de cierta conciencia de sus raíces históricas, sabe —o siente— que hay algo que lo conecta a España y al resto de países de la América hispana. Y aunque creo que las razones por las que esto ocurre son mucho más amplias y profundas, todo empieza por nuestra lengua.

El español es el hilo invisible de Ariadna con el que encontrarnos, o un cabo al que asirse en medio de la tormenta en un mar extraño, porque será rara la vez que allí donde se hable alguna jerigonza no encontremos una mano amiga al oír hablar en español. Sin embargo, revoluciones, guerras de independencias, cientos de años de malentendidos históricos, tergiversaciones o simple ignorancia han dejado huella y, en consecuencia, la hispanidad no suele golpearnos la puerta de casa ni invadirnos de fervor cada 12 de octubre.

La hispanidad descansa con serenidad en algún rincón de nuestra cultura, dispuesta a asomar para quienes deseen y sean capaces de reconocerla. En mi experiencia, la hispanidad se encontraba a más de diez mil kilómetros de distancia y, aunque anidaba latente en el vago recuerdo del acento de mi bisabuela castellana, en mi apellido y en algunos platos de cuchara, me esperaba en la familiaridad de una Valladolid de la que apenas había oído hablar, y en la que no encontré más diferencias culturales que las que se pueden esperar entre provincias de la Argentina.

"Tampoco es posible hablar de hispanidad sin tener en cuenta la leyenda negra, un relato que supuso un trauma para la identidad hispana"

Valladolid —siempre Valladolid— hizo de escenario para volver a hablar sobre hispanidad. Alfonso Borrego, historiador descendiente del apache Gerónimo, Javier Santamarta, politólogo y escritor, y Guillermo Pérez, doctor en Filología Clásica, fueron convocados por la Asociación Conde Pedro Ansúrez para compartir sus opiniones en una Casa Revilla desbordada de vallisoletanos. Minutos antes del encuentro, que basculó sobre la revisión histórica, el aporte de datos y la simpática complicidad entre los ponentes que aligeró cualquier conato de solemnidad, comparto una breve charla con Alfonso y Javier.

Es posible analizar la hispanidad sin tropezar con la innecesaria necedad de negar la realidad histórica. Javier Santamarta explica que «es absurdo ver la conquista, que fue a sangre y fuego, como suelen ser las conquistas, con los intereses de algunos divulgadores que dicen que “fuimos a evangelizar y a parar un genocidio”. Fuimos a por plata, a por oro, a ver si pillábamos las especias y a enriquecernos. Pero lo bueno, lo que se convierte luego en la hispanidad comienza con la gran conquista de lo que es ahora mismo México, que curiosamente se llamó Nueva España. La idea no era quedarse, como lo hicieron los portugueses, los holandeses o los británicos, en la línea costera para hacer negocio, sino hacer aliados, descubrir qué había más allá, fundar ciudades, etc. Algo que se diferencia de los aspectos comerciales, que por supuesto que los hubo».

Tampoco es posible hablar de hispanidad sin tener en cuenta la leyenda negra, un relato que supuso —y, desgraciadamente, todavía supone— un trauma para la identidad hispana. La leyenda negra trascendió las fronteras literarias para corporizarse en la bestia negra que aún azota a la historia española, suplantando con notable éxito a la realidad. Una criatura que se alimenta de «declaraciones populistas y espurias de ciertos dirigentes americanos, el derribo de estatuas» y afirmaciones de que aquello «fue un genocidio pensado y de que se fue allí para matar a la gente».

"La mejor posología para el paciente no parece ser otra que el rigor histórico, alejado de emociones y fanatismos"

La discusión me reaviva el recuerdo de una película —que hubiese preferido olvidar— relativamente reciente. Eternals, se tituló aquel cachivache cinematográfico de Marvel. La secuencia en cuestión ocurre durante la toma de Tenochtitlán. Druig, un superhéroe que pierde la fe en la humanidad —nadie podría culparlo— contempla con indignación la brutalidad de los españoles, que ametrallan a cuanto mexica se cruza por delante con sus mortíferos arcabuces con la eficiencia de una Thompson M1. Nuestro héroe pretende intervenir, pero en ese instante la mexicana Salma Hayek —no se puede negar que hay una contradicción poética— lo detiene a la voz de: «No interferimos en sus guerras». A lo que nuestro compungido héroe responde con solemnidad: «Esto no es una guerra. Es un genocidio». Me pregunto por qué Hollywood seguirá insistiendo en estos errores históricos, y Alfonso y Javier me lo resumen con crudeza: «Se lo creyeron. Hay quienes piensan que esto es una especie de conspiración del mundo anglo en contra de la hispanidad, pero es algo mucho más sencillo: es pura ignorancia. Se han quedado con unos clichés, los han asimilado y piensan que es la verdad. Pero también nos lo hemos creído los españoles, así que imagínate un yanqui».

Iniciativas de este tipo, con la saludable intención de reparar malentendidos históricos, corren el riesgo de ser pasto para el nacionalismo y el patrioterismo exacerbado, siempre ávidos de la utilización espuria de los símbolos y la historia común. La mejor posología para el paciente no parece ser otra que el rigor histórico, alejado de emociones y fanatismos. «Hay que luchar contra esos relatos para evitar el pendulazo a la leyenda rosa, pero soy optimista en ese aspecto», comenta Javier.

Finalmente, ¿qué es la hispanidad?, ¿de qué sirve?, tal vez se pregunte. «La hispanidad nunca se va a juntar, porque somos países, pero tenemos que entender nuestra cultura y lo que tenemos en común, como nuestra lengua», sentencia Alfonso. Esta palabra parece ser mucho más que una lengua compartida, «que, además, incluye una forma de relacionarse, de entender la forma de comer, de beber, de estar en la mesa o de disfrutar el compartir un trago con alguien. Es una cultura», cierra Javier.

Me despido de ellos y busco un lugar desde el que escuchar la exposición, mientras sigo dándole vueltas a las definiciones, y se me ocurre que tal vez la hispanidad no sea otra cosa que un apache chiricahua, un español y un argentino sentados en una mesa, hablando de aquello que los conecta.

4.8/5 (5 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

1 Comentario
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
John P. Herra
John P. Herra
5 ddís hace

Está bien el debate histórico de la conquista, evangelización y colonización de América, pero el patrimonio y herencia que los hispanos (hablemos castellano o no) tenemos en común no puede depender únicamente de un debate sobre el pasado y las hipotecas políticas. También hay que mirar un poco al presente y al futuro y trabajar la finca. No sé si vamos por los 400 o 500 millones de hispanohablantes. El centro de gravedad hace décadas que pasó a América; Estados Unidos será, tarde o temprano, un país hispanoamericano; México tendrá que hacer las paces consigo mismo y España tendrá que ir al psicólogo para recuperar su autoestima.