El momento en el que se produce la pulsión para escribir una novela depende de cada escritor o escritora: es como mirar al precipicio de la nada y, sin embargo, guiado por una confianza irracional, atrever a lanzarse. Llama la atención que una obra narrativa nazca durante una abreviada residencia artística. Por lo general, un autor o autora llega al lugar de destino con un esbozo de un proyecto de escritura al que dedicará buena parte de cada jornada. Este no es el caso de Jessica Anthony con su novela Golpe magistral (Gatopardo ediciones, 2025).
Dada la historia del puente, la residencia está concebida como un acto simbólico de resistencia ante la barbarie militarista y fascista. Aunque el becario tiene libertad de trabajar en el proyecto que desee, este debe cumplir con un único requisito: convertirse en guardián del puente, al que debe observar con frecuencia y registrar anotaciones en un diario. De allí el sentido de la dedicatoria del libro: “A mi familia y a los guardianes del puente”.
El texto al que se abocó Jessica Anthony durante tres meses del tórrido verano europeo de 2017 lleva en inglés el título The Most, un doble juego-tributo, puesto que “most” significa “puente” en eslovaco. Un puente no solo comunica naciones, como estos dos países del antiguo Imperio Austrohúngaro, sino también las relaciones de pareja que, igual que el puente, pueden ser dinamitadas por las acciones de cada una de las partes. La autora, que al principio sufrió un bloqueo de escritura debido al calor insoportable, encontró un refugio térmico en una piscina, solitaria a una hora determinada del día. Allí ocurrió el chispazo creativo. El hábito adquirido por Jessica Anthony ante el agobio del calor conecta con Kathleen, uno de los dos personajes principales de la novela. La escena de la piscina ocurre en la vida real y en la ficción, y por ello la imagen de una mujer con un traje de baño rojo dentro de una piscina de la carátula del libro.
Kathleen y su marido, Virgil, odian los conflictos y, sin embargo, su relación está sembrada de engaños y mentiras. Tras vivir los primeros años de matrimonio en Rhode Island, la pareja recala con sus hijos en un suburbio en Delaware (estado donde ambos crecieron y estudiaron la universidad) por una oferta de trabajo que aceptó Virgil en una compañía de seguros. Se mudan al complejo Acrópolis Place, donde viven solo ancianos, y a cargo de un superintendente llamado Cosmos.
Virgil, desde el punto de vista de Kathleen, es en sí mismo una metáfora del conformismo y el fracaso. Una persona tan bien parecida que atrae como imán a las chicas. De hecho, Kathleen desprecia el hecho de que a ella se le note el paso del tiempo (a pesar de que ambos apenas superan los treinta años) mientras que en su marido parece no hacer huella. La belleza física de Virgil, sin embargo, parece ser la razón por la que su esposo no se esfuerza en la vida. Su deseo, al terminar la jornada laboral, es llegar a su casa para echarse en el sofá y ver televisión. La manera en la que la autora describe cada personaje de la novela es característica de la buena literatura estadounidense. Por ejemplo, al describir a Colson, al que llaman Coke, su suegro, dice: “La cara de Colson parecía un viejo guante de béisbol”.
La acción transcurre el 3 de noviembre de 1957, un atípico día caluroso para un mes de noviembre. La narrativa es, no obstante, centrífuga: siempre se aleja del centro (el presente) para desperdigarse hacia el pasado. La narradora logra con habilidad la frágil tarea de contar desde la óptica de Virgil y la de Kathleen. Entre estas dos vidas vaga el pasado remoto, reciente e incluso el de ese mismo día, que coincide con el lanzamiento de los rusos al espacio del Sputnik 2, que lleva a bordo a la perra Laika, destinada a morir. Este acontecimiento se convierte en el telón de fondo de la novela.
Ese domingo Virgil se prepara con los hijos, Nathaniel, el mayor, y Nicholas, el menor, para ir a la iglesia presbiteriana. Kathleen alega tener un malestar y prefiere quedarse. Se mete en la piscina del Acropolis Place con un viejo traje de baño rojo que usaba en sus buenos tiempos en la Universidad de Delaware. La piscina había estado cerrada desde que murió ahogado el padre de Cosmos, quien decide abrirla y complacer la petición de Kathleen.
El traje de baño le queda holgado y se traslucen sus pezones, lo que inquieta a Virgil: “Parece una loca”, piensa él. Ella se queda horas en el agua cavilando sobre el pasado, los arrepentimientos por no haber seguido con el tenis (fue campeona interuniversitaria) y no haberse dedicado a realizar otros sueños. Cuando el esposo regresa de misa encuentra que su mujer no ha salido de la piscina. Trata de convencerla de que lo haga pero resulta inútil. Virgil, saxofonista frustrado fanático de Charlie Parker, solo tiene en mente una partida de golf pautada con sus colegas de la compañía de seguros. Horas más tarde, luego de la partida con sus amigos, se asombra al ver que su mujer sigue en la piscina y de que había dejado a sus hijos bajo el cuidado de Cosmos. Cavila sobre la culpa que siente por una relación esporádica que tuvo con una tal pequeña Mo, a la que conoció en un bar. Se pregunta a sí mismo si acaso su mujer podría está de nuevo embarazada.
La narradora, en medio de las centrifugas constantes en el manejo del tiempo, mantiene la tensión propia de los buenos cuentos. Kathleen ha pasado la tarde pensando en su gran amor del pasado, Billy Blasco, nacido en Štúrovo —la ciudad de la residencia—, quien fuera su profesor de tenis. La estrafalaria conducta de Kathleen, alta y bien parecida, concluye cuando ella se dispone a salir del agua y revelarle a su marido, casi de noche, que Nathaniel es en realidad hijo de Billy, con quien se acostó a los tres meses de casada; algo que Coke, su suegro, presentía desde el principio con seguridad al afirmar sin duda alguna que el niño no se parecía en nada al padre.
Kathleen se dispone a decirle, además, que en efecto está embarazada pero que el padre es Cosmos. La relación entre Virgil y Kathleen es un puente que será derribado con la dinamita de los engaños: tres hijos (uno por nacer) de tres padres biológicos diferentes y un breve affaire del marido. En su época juvenil Billy Blasco le enseñó a ella un golpe de tenis llamado “puente” en eslovaco (most). Así se alinea el sentido de la residencia como guardián del puente, el título en inglés y el nombre de la secreta jugada de tenis: “Ahora ella estaba en el puente. Kathleen conocía bien a su oponente. Tenía a su marido atrapado en la volea y lo estaba cercando… Iba a doler; nadie había dicho que no fuera a doler”. Una jugada que es como el jaque mate al contendor y, de allí, el título de la novela dado en español: Golpe magistral.
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Autor: Jessica Anthony. Título: Golpe magistral. Editorial: Gatopardo ediciones. Venta: Todos tus libros.


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