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Dos herejías

Esta novela indaga en los límites difusos de la comunicación, en la pulsión queer de la imaginación y en la urgencia por inventar formas de amar fuera de una lengua común. Entre lo poético y lo crudo, se pregunta: ¿el cruce de fronteras entre lo humano y lo animal podrá ser una manera de acortar la brecha que nos separa?

En este making of Ángelo Néstore reflexiona sobre el proceso de creación de Leche cruda (Reservoir Books).

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Escribir esta novela fue aceptar dos herejías: la de la mala hija que no romantiza su culpa y la de la especie que no se cree centro.

La primera herejía consiste en mirar de frente un tabú: ¿qué pasa si no quieres cuidar de una madre por la que siempre te has sentido rechazada y, aun así, necesitas ser reconocida? «No se debe odiar a una madre». Así arranca Leche cruda. Ese amor nunca recibido deja un hueco que la hija arrastra como culpa y como deseo a la vez. En la novela, Mia regresa y descubre que su madre, tras una demencia fulminante, ha perdido el habla y solo canta. Y que ese canto, esa ternura, no va hacia ella, sino hacia una gata callejera que ocupó el espacio de la hija ausente. Lo insoportable no es solo la enfermedad, sino descubrir que el amor existía, pero se expresaba en otra dirección. Y, desde esa fragilidad, se abre una segunda posibilidad para reconstruir el amor perdido, aquel que nunca supo edificarse con el lenguaje.

"El amor se mueve en otra dirección, se deja afectar. Amar es aceptar que el otro me desordene, que su presencia altere mi lengua y mi cuerpo"

La segunda herejía exige rebajar lo humano del pedestal. En la novela, lo animal irrumpe como otra sintaxis posible. La gata abre un pasillo allí donde el lenguaje humano se ha quebrado. Un ronroneo, un roce, un maullido son también formas de comunicación, y no menos legítimas.

Aquí la diferencia entre tolerar y amar se vuelve crucial. La tolerancia es una forma pulida de exclusión. Quien tolera, está soportando. Tolerar significa marcar distancia: “No quiero ser como tú, pero te permito existir porque me siento moralmente superior”. Ese gesto mantiene intacta la frontera entre lo normal y lo que se desvía.

El amor se mueve en otra dirección, se deja afectar. Amar es aceptar que el otro me desordene, que su presencia altere mi lengua y mi cuerpo. El amor no pide garantías ni comprensión total: pide el riesgo de ser transformado.

"Escribí Leche cruda con el deseo de orbitar alrededor de estas herejías y de estas preguntas: ¿cómo amar cuando el lenguaje se rompe? ¿Qué hacer con los afectos que no entran en las normas?"

Ese doble movimiento, la humana que no encaja en el estándar de buena hija y lo animal que desbarata la jerarquía, configura un espacio intermedio. Ni dentro ni fuera. Ni humano del todo ni del todo animal. Migrante, extranjero, contaminado. Allí habitan los cuerpos queer, las infancias que crecieron con miedo y aprendieron a inventarse otras gramáticas para poder jugar. Allí viven también quienes cambian de lengua y de país, quienes saben que el idioma de la casa puede ser hostil y que otra lengua aprendida a destiempo puede convertirse en refugio.

En ese espacio intermedio, los vínculos se piensan no desde la posesión (“mascotas”) sino desde la compañía, como propuso Donna Haraway: especies compañeras que sostienen afectos sin borrarlos en la asimetría. Hoy lo vemos con más claridad: nuevas generaciones dignifican el duelo por un animal, hablan de cuidados y crianza interespecies. Lo que antes se ocultaba o se ridiculizaba ahora se politiza como forma de vida compartida.

Escribí Leche cruda con el deseo de orbitar alrededor de estas herejías y de estas preguntas: ¿cómo amar cuando el lenguaje se rompe? ¿Qué hacer con los afectos que no entran en las normas? En vez de ofrecer respuestas, espero que el libro abra diálogos. Porque quizá el amor empieza ahí, cuando dejamos de exigir comprensión y nos arriesgamos a habitar lo otro sin miedo.

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Autora: Ángelo Néstore. Título: Leche cruda. Editorial: Reservoir Books. Venta: Todos tus libros.

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