Inicio > Blogs > Ruritania > El camino de los libros

El camino de los libros

El camino de los libros

El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amo.

Rubén Darío

Con mayor frecuencia se decía que en verano se leía más. Muchos acumulaban libros y lecturas para degustarlas durante sus vacaciones, como las bebidas refrescantes. En la playa, en la piscina o debajo de un árbol, los lectores se solazaban en las tumbonas en busca del gozo de saborear un buen libro. Como si de una copa se tratase, sostenían entre sus manos una novela, un poemario, un libro de cuentos, un thriller, un cómic, una revista, y la leían a trozos, como sorbos lentos y adormecedores. Otros sorbían grandes bocanadas de páginas que, una tras otra, iban y venían al ritmo de los ojos atentos, la mente concentrada. Para los lectores, sumergidos completamente en la lectura, todo lo que les rodeaba dejaba de existir, mientras buceaban atrapados entre las tramas de la historia. Muy de cuando en cuando asomaban la mirada hacia el mar, suspiraban, cambiaban de postura, pasaban la página o empezaban un nuevo capítulo. Al terminar el libro entero, respiraban hondo, se ponían de pie y estiraban los brazos en señal de triunfo, jubilosos de haber llegado a la meta. Se acercaban a la orilla, revolvían la arena con los pies, hacían un barrido de 360 grados con la mirada, mientras paladeaban la última página del texto. Impregnados del brebaje hipnótico del libro, se zambullían en el mar para aclarar sus ideas y someterlas a las potentes voces de las olas. En esta inmersión, la mente rumiaba un párrafo, un hecho, un personaje o algún pasaje de la historia, como el bouquet del buen vino para conservar la esencia de lo leído. Entonces, el libro se convertía en agua, en sal, en pez, en algas, en sustancia líquida y penetraba por los poros de la piel y se calcificaba en los huesos del lector.

"Decía el filósofo Isaiah Berlin que hay dos tipos de seres humanos básicos: el zorro que sabe muchas cosas y el erizo que sabe mucho de una sola cosa. Quizás también hay dos tipos de lectores"

Los libros retornaban a casa soleados y enarenados, igual que los cuerpos de los lectores, después de muchos caminos recorridos. Previamente, cada lector había comprado los libros atendiendo a consejos, comentarios o, simplemente, a ojo de buen cubero, según su apetito. Durante la comida o la cena se compartían impresiones, opiniones, y el libro se transformaba en comida de diversos sabores, emanaciones y colores, según las combinaciones, el gusto y el olfato del lector. Aquellos lectores habituados a probar diversos tipos de libros aprovechaban para lanzar sus últimos descubrimientos, sus autores preferidos y los subían a su pódium particular. Otros se centraban en un desliz ácido del texto, un enfrentamiento, una denuncia para emprender contra el autor. Algunos pocos, más susceptibles, se sentían aludidos con algún talón de Aquiles de sus propias vidas y, en ese caso, guardaban silencio, porque el texto había sido espejo de sus debilidades. Es decir, cualquier libro era degustado y servía como pretexto para relamerse, dialogar e interactuar. Como diría Quevedo, “no hay ningún libro, por despreciable que sea, que no tenga alguna cosa buena, como ni algún lunar el de mejor nota. Catulo tiene sus errores, Marcus Fabius Quintiliano sus arrogancias, Cicerón algún absurdo, Séneca bastante confusión, Homero sus cegueras y el satírico Juvenal sus desbarros… De unos y de otros procuro aprovecharme de los malos para no seguirlos y de los buenos para procurar imitarlos”.

En realidad, toda lectura es una ruta, como El viaje a Ítaca que propone Kavafis: deseamos que se alargue, como el camino. Saborear sin premuras, regocijarnos, paladear y masticar bien lo que nos deslumbra, mientras llegamos al final enriquecidos y remecidos de sensaciones. Decía el filósofo Isaiah Berlin que hay dos tipos de seres humanos básicos: el zorro que sabe muchas cosas y el erizo que sabe mucho de una sola cosa. Quizás también hay dos tipos de lectores. Lectores erizos que se repliegan con un solo libro semanal, quincenal o mensual y lectores expansivos igual que el zorro, que leen varios libros a la vez o pasan de un libro a otro, como de una copa a otra, sin detenerse en ninguno. El primero es un lector centrípeto y profundo: hurga, ausculta, absorbe el libro hasta exprimirlo y no se olvida de él. Lo pasea, exhibe, airea, o lo lleva como escudo y lanza. Se explaya sobre él y lo defiende. El segundo tipo de lector es más superficial, ágil, caótico, no absorbe frases ni ideas, sino que lee los libros a vuelo de pájaro, por encima, solo los primeros capítulos, como cumpliendo el expediente. No retiene títulos, ni autores, ni se acuerda de lo que leyó. Es decir, un lector de apariencia: lee un libro como quien repasa los titulares del periódico. Es más un lector de pantallas: lee contenidos múltiples y está informado, pero en pequeñas dosis. No le interesan los detalles, no se sumerge en las profundidades de los temas, no bucea en el argumento ni las ideas centrales, no absorbe ni reflexiona. Es como un nadador que entra y sale del mar o de la piscina, de tanto en tanto, para refrescarse, o igual que el comensal que prueba un poco de cada plato del buffet y, al poco tiempo, se harta.

"Ensimismados en las pantallas, pierden la noción del tiempo y del espacio donde han elegido estar, durante la temporada veraniega, después de miles de kilómetros de carretera. ¡Para este viaje no hacían falta tantas alforjas!"

Si bien durante la temporada veraniega los libros formaban parte del paisaje, actualmente los relucientes móviles, tablets y coloridas copas deslumbran en las playas, las piscinas o áreas de descanso. Durante las caminatas que hice, comprobé que la costumbre de sostener un libro en las manos ha sufrido un cambio significativo. Entre los miles de veraneantes, sólo seis personas leían un libro debajo de las sombrillas, indiferentes al sol, al mar, a los bañistas y al calor sofocante. Las olas daban aplausos blancos a estos lectores héroes. En un siglo de pantallas que dominan la voluntad, el móvil se ha convertido en la nueva esclavitud, en la que se navega sin medir las consecuencias. Los internautas presentes y ausentes de sus contextos permanecen lejanos al lugar e incluso a la gente que los rodea. Poseídos por el mundo virtual, viven otras vidas, ven películas, siguen series, juegos, concursos, consejos, etc. No distinguen el color del mar ni del cielo, no sienten las oleadas frescas y calmantes, ni la húmeda arena bajo sus pies descalzos. Ensimismados en las pantallas, pierden la noción del tiempo y del espacio donde han elegido estar, durante la temporada veraniega, después de miles de kilómetros de carretera. ¡Para este viaje no hacían falta tantas alforjas!

De retorno a Madrid, la Villa de los Libros aparece en el camino, como señal de confirmación de nuestra hipótesis: los libros no son para el verano. Cuatro ancianos, refugiados bajo la sombra de los árboles, sorprendidos con nuestra visita, salen de su ensimismamiento al ver llegar visitantes, y prestos nos indican la ruta, aunque, nostálgicos, comentan que en esta temporada nadie asoma por las librerías del pueblo. Las silenciosas murallas medievales de piedra ardiente cierran filas ante el sofocante calor, aunque una calle parece abrirse a nuestro paso y nos invita a leer textos de Miguel Delibes, escritos en las paredes. Allí está el centro artístico-cultural que lleva el nombre del autor y nos recuerda sus libros: El camino, Los santos inocentes, Cinco horas con Mario, La hoja roja, El príncipe destronado, entre otros. Más adelante, una de las librerías me abre sus puertas y entro a echar un vistazo general. En el ambiente de techo alto y abovedado se respira el polvo del saber mezclado con el frescor del aire acondicionado. Las paredes cubiertas de estanterías repletas de libros arropan el espacio y las máquinas de escribir yacen como adornos clásicos. Las mesas puestas con los libros servidos, listos para ser devorados, invitan a quedarse, sin embargo, igual que en la Parábola del banquete nadie acude a leer. Las excusas sobran: el calor, los viajes, las vacaciones, los amigos, los encuentros. Excusatio non petita, accusatio manifesta!!

Como un amor a primera vista, un libro atrae mi atención y me susurra Ve a donde es imposible llegar (Providence ediciones, 2024), del cineasta francés de origen griego Costa-Gravas. Lo tomo entre mis dedos, o él me toma de las manos, y ya no me suelta. Lo acaricio y me dejo llevar a donde sea imposible llegar. No importa a dónde voy, lo que importa es el libro que leeré.

¡Feliz verano!

4.6/5 (42 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

2 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Merly Vasquez
Merly Vasquez
4 meses hace

Impresionante, como te traslada a las lecturas, y te lleva nuevamente al antojo de saborear una nueva lectura, solo que ahora, volviendo a la realidad, nos hemos vuelto mecánicos.

Vicente Aguilera
Vicente Aguilera
3 meses hace

El mejor compañero de viaje, El Libro. Siempre va donde tú le lleves. El nunca abandona a su dueño. No precisa de energía, si acaso de una vela en la intimida. Guarda tus secretos, no se los revela a nadie. Comparte contigo recuerdos y felicidad.
Cuando lo cierras, se queda dormido. Cuando lo abres despierta en ti. Cuando miras sus ojos blancos pintadas de letras, comparte contigo su vida y el alma del autor contigo.
! Hay libro mio! Libérame de mi ignorancia, poder abrazar la libertad del conocimiento.
Como un libro abierto quiero vivir, siempre entre tus manos, hasta el final.