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El Cid que no fue

Imagen de portada: El Cid (Jesús Helguera)

En sus reflexiones sobre el modo de escribir historia, el filósofo Hayden White (parafraseando una conocida frase de Karl Marx) exponía que unos mismos acontecimientos podían representarse en clave de tragedia o de farsa. Me hizo pensar en ello la reciente presentación en sociedad de la traducción española del libro sobre el Cid de la historiadora británica (de origen húngaro) Norma Berend, profesora de la universidad de Cambridge especializada en la Europa oriental de la baja Edad Media. Esta obra, titulada en inglés El Cid: The Life and Afterlife of a Medieval Mercenary y vertida al español como El Cid: Vida y leyenda de un mercenario medieval (Crítica), comienza con una cita del pasaje de la Historia Roderici (la biografía latina de Rodrigo Díaz de Vivar compuesta en el siglo XII) que narra la expedición del Campeador contra La Rioja en 1092. A partir de este suceso, totalmente sacado de contexto, el volumen (indebidamente presentado a menudo como una biografía cidiana) pasa a intentar explicar cómo un mercenario saqueador, traidor y chaquetero (turncoat, en el original inglés) acabó convirtiéndose en modelo de la caballería cristiana y en icono del franquismo.

"En cuanto a la historiadora británica, su perspectiva queda patente desde el título mismo de su obra, al elegir mercenary, aun siendo muy consciente de lo discutible de su elección"

Imaginemos ahora que, en lugar de comenzar con esa cita de la biografía latina, la obra se abriese con este pasaje sobre el Cid de un literato andalusí coetáneo suyo, Ibn Bassam, que escribía unos diez años tras la muerte del Campeador. “Y era este infortunio en sus tiempos, por la práctica de la destreza, por la suma de su resolución y por el extremo de su intrepidez, uno de los grandes portentos del Señor”, y que a continuación nos preguntásemos cómo un guerrero admirado por amigos y enemigos, el cual, como decía hacia 1140 el Poema de Almería, “domeñó tanto a los moros como a nuestros condes” (los cristianos, se entiende), llegó a ser el “Cid repúblico” admirado por el regeneracionista Joaquín Costa o un símbolo del exilio republicano en la pluma de poetas expatriados como Jorge Guillén y Rafael Alberti. Tanto los datos que enfatiza Berend como estos otros son históricamente ciertos, pero la selección de los mismos y, por supuesto, la forma de presentarlos sugieren visiones casi diametralmente opuestas del mismo individuo.

En cuanto a la historiadora británica, su perspectiva queda patente desde el título mismo de su obra, al elegir mercenary, aun siendo muy consciente de lo discutible de su elección, como caracterización global del personaje histórico de Rodrigo el Campeador, además de resultar absolutamente inaplicable al icono literario o social del Cid, que es al que en realidad dedica Berend la mayor parte de su obra (siete de once capítulos). En efecto, incluso si uno acepta (a contrapelo de la historia) que la relación que unió al Cid con los reyes de la taifa de Zaragoza puede definirse como mercenaria, esta solo duró desde 1081 a 1086, es decir, cinco años, cuando el Cid vivió alrededor de cincuenta. Por lo tanto, se estaría caracterizando toda su trayectoria por la décima parte de su periplo vital, algo claramente abusivo. Aquí sería de aplicación analógica el viejo axioma del cinismo periodístico “nunca dejes que la realidad te estropee un buen titular”.

"Berend ha escogido deliberadamente un término muy denigratorio que propone al lector una imagen negativa del Cid desde la portada misma de su obra"

Para entender hasta qué punto, hay que tener en cuenta que, en inglés, mercenary posee connotaciones aún más negativas que mercenario en español, como codicioso, corruptible o sórdido. Por lo tanto, Berend ha escogido deliberadamente un término muy denigratorio que propone al lector una imagen negativa del Cid desde la portada misma de su obra. Esto sería necesario para contrarrestar el blanqueo (whitewashing) al que, a su parecer, ha sido sometida la figura del Cid tanto desde posturas de derechas como de izquierdas. Justamente tras exponer (sin refutarlas) las razones dadas por otros historiadores para rechazar que pudiera considerárselo un mercenario, la historiadora británica concluye que el Cid “fue un hombre de su época, y los hombres de aquella época atribuían honor a las victorias y al botín, pero en el siglo XXI no tenemos por qué aceptar esa perspectiva y seguir ensalzándolo”.

El Cid (Vela Zanetti)

El planteamiento no puede ser más explícito: el Cid, visto con los ojos de nuestro tiempo, era un indeseable y eso es lo que hay que demostrar. Más que la circularidad del argumento, preocupa el tipo de planteamiento histórico que subyace al mismo. Para empezar, los sucesos documentados no sustentan su descalificación como mercenario, traidor y chaquetero. En efecto, el Cid nunca actuó como un simple ventajista, sino del modo propio de un guerrero nobiliario medieval según sus circunstancias: como un fiel vasallo de Sancho II y Alfonso VI hasta que fue exiliado por el segundo en 1081; como un eficiente general de los reyes zaragocíes durante su destierro (1081-1086) y, finalmente, como un exitoso caudillo independiente tras su definitiva expatriación en 1088 hasta su muerte en 1099.

"La elección de mercenario no es, pues, realmente biográfica (de lo que Berend es consciente), sino ideológica"

La elección de mercenario no es, pues, realmente biográfica (de lo que Berend es consciente), sino ideológica. Este adjetivo, además de proyectar sobre el personaje una sombra de oprobio que condiciona la lectura de toda la obra, supone una fuerte distorsión, al aplicarle a un personaje medieval un término absolutamente anacrónico. No lo es porque esa voz no se usase en la Edad Media (pero solo con el sentido de peón o jornalero), sino porque su acepción militar, “la tropa que sirve en la guerra a un príncipe extranjero por cierto estipendio” (según la cuarta edición del diccionario académico, de 1803, primera que lo recoge) no aparece hasta el siglo XIX, en el contexto de la creación de los ejércitos nacionales.

Estos constituyen, idealmente, la ciudadanía puesta en armas en defensa de la soberanía nacional. Frente al ciudadano que presta honrosamente su servicio militar, el mercenario se configura como el combatiente sin patria ni ley que se vende al mejor postor. Es obvio que una figura nacida al hilo de la consolidación del nuevo régimen burgués y los estados-nación que le son propios, con su liberalismo político y su capitalismo económico, no puede servir para comprender las relaciones sociales ni las estructuras militares de la Edad Media.

"Fundamentada o no, la iconoclasia vende, como revela la rápida traducción del libro al español y al portugués, así como la amplia y favorable cobertura mediática"

La pretensión de Berend de explicar el “abismo entre la historia y el mito” mediante la aplicación de un juicio ético basado en un sistema de valores expresamente presentista y unas categorías socioculturales inadvertidamente anacrónicas solo puede resultar fallida. A estos factores se suma la razón principal, esto es, que los datos conocidos contradicen el retrato del Cid que hace Berend, quien incurre de lleno en la falacia del espantajo u hombre de paja. Esto además plantea otro problema metodológico de primer orden, incluso desde la propia coherencia interna de su discurso historiográfico. En efecto, si todas las fuentes históricas y literarias disponibles “blanquean” al Cid (según denuncia ella), ¿cómo se puede reconstruir su versión sin “blanquear”? En ausencia de fuentes no sesgadas, es imposible deconstruir el sesgo y esa supuesta figura original del guerrero castellano resulta ser un mero “constructo” de la historiadora actual, hecho a la medida de los adjetivos con que pretende encasillarlo. En consecuencia, la brecha entre el personaje histórico desprestigiado y sus sucesivos “blanqueos” resulta inexplicable.

Ahora bien, fundamentada o no, la iconoclasia vende, como revela la rápida traducción del libro al español y al portugués, así como la amplia y favorable cobertura mediática de que ha sido objeto una obra divulgativa bastante limitada, frente a trabajos recientes que, con mayor solvencia, se habían ocupado ya de la duplicidad entre el Cid histórico y el épico-legendario, como las de los historiadores españoles F. Javier Peña Pérez y David Porrinas o la hispanista polaca Joanna Mendyk.

Sabemos que la historiografía no es objetiva, como pretendía el positivismo, para el que los documentos hablaban por sí solos. Sin embargo, entre el reconocimiento de inevitables sesgos interpretativos, debidos a nuestros propios filtros culturales, y aceptar una presentación interesada del relato histórico hay una enorme distancia; la que separa la monografía histórica del panfleto. Más aún, si la historiografía no sirve para intentar comprender los procesos históricos, sino para ajustar cuentas (mayormente imaginarias) con el pasado, entonces constituye una actividad perfectamente prescindible, que sería mejor sustituir por la directa franqueza de un alegato moral o político no enmascarado.

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Una primera versión de este artículo apareció en la Tercera de ABC el 28 de agosto de 2025.

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Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
3 meses hace

Es un hecho histórico que la Leyenda Negra contra España la iniciaron los ingleses, después se sumaron los holandeses y franceses anti-españoles. La Inglaterra del siglo XIX tiene la vergüenza de ser el primer estado narcotraficante del mundo moderno con las dos Guerras del Opio contra China y durante siglos Inglaterra elevó a su nobleza a piratas y filibusteros. Sus actuales Reyes pueden ser llamados con toda propiedad histórica y jurídica como los “Reyes Adúlteros” así como los últimos Reyes de Francia de la Dinastía Merovingia son conocidos en la Historia como “Los Reyes Holgazanes”. No hay que darle mucha importancia a las “condenas morales” de las interesadas plumas al servicio del trasnochado imperialismo británico y sus parcializados continuadores de las mentiras de la Leyenda Negra.

ricarrob
ricarrob
3 meses hace

No sé qué decir. Ante este esperpento inglés me quedo sin palabras. Lo primero que se me ocurre es, por supuesto no leerlo, no hacer ni a la autora ni al su obra ni puto caso. ¡Vaya historiadora de mierda!

Bien por usted, sr. Montaner que ha ido desmontando los pobres argumentillos de este remedo de historiadora de las británicas islas, de la Pérfida Albión.

Quizás, sr. Montaner, lo que habría que hacer es averiguar qué intereses personales o sectarios ocupan el cerebro de esta señora. O quien le ha encargado y pagado que escriba sobre un tema que no conoce. ¿Conocerá ni siquiera la existencia del Cantar de Mio Cid o de Ramón Menéndez Pidal?

Más madera, seca e inflamable, para alimentar el fuego de las corrientes posmodernistas y deconstructoras existentes en nuestro propio país.

Este héroe temprano y real de la Alta Edad Media europea no tiene precedentes en las británicas islas. Su rey Arturo es una invención, seguramente una elaboración de un cierto jefe tribal de las antiguas huestes romanas, pero sin demostrar históricamente. Su Ricardo I es un personaje muy cuestionado y con pocos hechos relevantes aunque estuviera en las cruzadas, dejándose capturar como un imbécil a su vuelta, y su principal mérito es haber sido hijo de Leonor de Aquitania. Sobre su Robin Hood no hay constancia histórica de su existencia.

Multitud de escritos, de ficción o no, se han escrito sobre esta relevante figura. Me gusta especialmente, aunque sea ficción pero, en mi opinión, es una reconstrucción muy veraz de un hecho concreto de sus hazañas, el libro de don Arturo, una de sus mejores obras. Precisamente narra la humillación del Conde de Barcelona por el Cid. Quizás el independentismo catalán esté detrás de esta señora y de su obra. Lo próximo será decir que el cerco a Numancia no existió. Todo sea en nombre de desmontar y deconstruir todos los fundamentos históricos y la identidad del sentir castellano y del sentir hispano.

Esta señora, ¡horrendo personaje!

John Paul Herra
John Paul Herra
3 meses hace

Suscribo este artículo de pe a pa. Nada que añadir.

ALBERT HISPANO
3 meses hace

Hola, soy Albert Hispano. Llevo toda mi vida yendo y viniendo sobre el personaje y más de veinticinco años indagando, contrastado y cotejando información. No voy a valorar lo que otros escritores piensen del personaje en cuestión. Pero si digo con total fundamento en la introducción del primer volumen de mi Saga CAMPEADOR. Que el cid ejerció de mercenario durante siete años en Zaragoza, bajo el reinado de los Banu hud. Primero fue súbdito y vasallo, bajo la potestad de Fernando I de castilla, león, Asturias, Galicia y el condado de Portugal. Seguidamente lo fue de Sancho II el fuerte. En su segunda etapa durante el primer destierro sirvió al emir Almuctadir de Zaragoza y a sus hijos. Y su tercera etapa fue donde conquistó valencia para si mismo. 50 años de vida aprox. y siete de mercenario aprox. s. Tacharlo únicamente de lo ultimo no es justo. Ni tampoco se debe juzgar las formas y leyes de los albores de la baja edad media, con leyes y conceptos del siglo XXI. Pués además de injusto sería ingenuo. Un saludo.

Manuel Toledo
Manuel Toledo
3 meses hace
Responder a  ALBERT HISPANO

1) Dejando a un lado la infancia y la adolescencia (16 años aproximadamente) serían en todo caso 34 años de vida social y económica activa para una persona de 50 años ; 2) Si durante 7 de esos 34 años una persona fue, por ejemplo, asesino y los 27 años restantes un santo habría entonces que omitir los asesinatos cometidos para que la historia del personaje sea más atractiva o épica, según sea el caso; 3) Nora Berend simplemente realizó un recuento historiográfico de la vida del Cid, lo cual desagrado por éstos lares.

Javier
Javier
3 meses hace

Claro, claro, cuando escriba sobre Drake, Raileigh y compañía dirá que eran puros y nobles y justos y honestos, muy ejemplares, vamos…

Javier
Javier
3 meses hace

Pero lo peor será cuando cantamañanas hispanos suscriban de pe a pa la tesis de la tipa esa…

jopé
jopé
3 meses hace

Hitler fue canciller alemán 12 de sus 56 años. Calificarle de genocida por tan breve período de su vida es injusto. También sabía pintar, mejor que yo por cierto.
Jack El destripador cometió sus crímenes en pocos meses. Pongamos que vivió cincuenta años, llamarle asesino por tres mesecitos de nada. ! Qué injusticia ¡

José Pablo
José Pablo
3 meses hace

Me quedo con la versión de don Pérez-Reverte, “Sidi”…