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El corazón de la literatura

El corazón de la literatura

Hay un relato que me interesa mucho sobre un espectáculo de marionetas. Lo leí hace ya tanto tiempo que no recuerdo a su autor, quizás era Hoffmann o Maeterlinck. Recuerdo, no obstante, sobre qué trataba. Dos niños veían con su padre una representación donde seguramente Pulcinella cuestionaba a Arlequino y ambos acababan liándose a palos. El caso es que en mitad de los mamporros los niños se sentían intrigados por el posible mecanismo que hacía que las marionetas se moviesen y hablasen, y le pedían a su padre que los llevase a la parte trasera del escenario para ver quiénes se ocultaban allí. Los tres actuaban con el mayor sigilo posible porque querían pillar a los posibles tramposos in fraganti. Para sorpresa de los tres, detrás del escenario no encontraban a nadie salvo a las marionetas, levitando y hablando solas, sin ayuda. Aquellos organismos mecánicos tenían vida propia, como si se tratase de monstruos de Frankenstein o replicantes en una versión apócrifa de Blade Runner.

Dicho lo anterior: ¿quién no ha caído en una tentación similar? ¿Quién no ha intentado desmantelar un truco? ¿Quién no ha querido ver el rostro del mago de Oz, por muy decepcionante que fuese? Supongo que todos hemos querido en algún momento desvelar qué hay en el corazón de la máquina, para dejar claro que somos más inteligentes que ella. El problema es que hasta ahora no ha nacido quien lo haya conseguido. Franz Kafka nos explicaba en El castillo y El proceso que hay puertas inexpugnables, custodiadas por guardianes imposibles de burlar. Solo la muerte nos permite cruzar el umbral, seguramente porque de esa manera el secreto nos lo llevamos a la tumba, permitiendo que la realidad siga sin caer en manos de nadie. Al morir, según Kafka, es cuando lo entendemos todo de golpe: el qué, el quién, el dónde y el cómo, demasiado tarde para contarlo o demasiado pronto para que alguien más lo entienda.

"Mario Muchnick habla con la boca bien abierta, seguramente porque era un bocazas además de un buen editor, mientras que Enrique Murillo en ningún caso me dio la sensación de caer en el alarde"

Sobre esas puertas y esos umbrales, sobre el mecanismo de la literatura, trata el libro de Enrique Murillo Personaje secundario, que tiene como subtítulo La oscura trastienda de la edición y que mucha gente ha confundido con una revista del corazón, en este caso una revista del corazón literario. Se han mencionado en muchas reseñas palabras y expresiones como «ajuste de cuentas», «venganza» o «no dejar títere con cabeza». También se ha echado mano de ciertos nombres, dando por hecho que el libro trataba sobre ellos o que su objetivo en el fondo era afearlos. Sin embargo, el personaje más abyecto que uno encuentra en las 544 páginas de apretadísima letra del libro no tiene nombre; sobre Jorge Herralde, Enrique Murillo se guarda muy mucho de desprestigiarlo o ridiculizarlo, quizás porque es consciente de lo que le debe, más allá de lo que crea que Herralde le debe o le debía a él; y en general no dice nada que uno no dé por hecho, como que los premios literarios suelen estar casi todos amañados o que en el mundo de la edición hay más economistas que lectores, gente más interesada en el dinero que en la literatura. Murillo, en ese sentido, no cae casi nunca en banalidades o, de hacerlo, las atraviesa a bastante velocidad. A diferencia de Mario Muchnick, cuyas memorias Lo peor no son los autores parecía un catálogo gastronómico de buenos platos, vinos y restaurantes, y de caprichos más o menos desmedidos por parte de los autores, el autor de Personaje secundario apenas repara en ese tipo de cosas, más preocupado por cuestiones literarias, como correcciones de estilo y coescritura con ciertos autores, en algunos casos sorprendentes. Por supuesto, Mario Muchnick era hijo de buena familia y Enrique Murillo es hijo de una familia de clase media. El primero fue conocido por publicar a veces sin pensar que el mundo de la edición necesita generar ganancias para seguir existiendo, y el segundo repite en varias ocasiones lo importante que es no olvidar que un libro debe ser bueno y al mismo tiempo no debe provocar pérdidas. Lo ideal, de hecho, es que produzca ganancias. Mario Muchnick habla con la boca bien abierta, seguramente porque era un bocazas además de un buen editor, mientras que Enrique Murillo en ningún caso me dio la sensación de caer en el alarde, al menos de una manera demasiado ostentosa. Además Enrique Murillo no proyecta la imagen protectora y paternalista que Mario Muchnick proyectó sobre los autores de los catálogos de sus diferentes aventuras editoriales, siempre con una actitud por encima de la de vivos y muertos, españoles y extranjeros, salvo Elias Canetti o Primo Levi, judíos como él y escritores a quienes pareció tratar como iguales.

"El libro no se queda en la estructura capitalista de la literatura y entra de lleno en lo literario, alternando ambos planos, porque por desgracia no habría libros buenos ni malos sin dinero"

Hay algo que sí me parece interesantísimo en Personaje secundario, y es lo cerca que coloca a muchos directivos del mundo editorial en ese mundo de ricos o aspirantes a serlo, sin más talento que contar con un dinero con el que Murillo jamás contó, que les permite realizar operaciones descabelladas, unas veces con suerte y otras sin suerte. A Jorge Herralde, por ejemplo, se le fue de las manos Arturo Pérez-Reverte y con él perdió a una gallina de los huevos de oro, aunque en el camino encontrase otras. No hay quien gane y pierda siempre, solo hay quienes pueden jugar una sola mano y quienes pueden, gracias a sus familias o su riqueza heredada, jugar y arriesgarse en múltiples ocasiones. Hoy en día estamos acostumbrados a lidiar mediáticamente con personajes que no llegan al rango de secundarios al que llegó Enrique Murillo, pero sí se convierten en presidentes de Estados Unidos o son las personas más ricas del planeta, solo porque de un día a otro apostaron a que el valor de las alcachofas pasaría de ser 25 centavos a ser medio dólar y se hicieron multimillonarios. Les jeux sont faits, rien ne va plus. El problema es que, después de hacerse inmensamente ricos por un golpe de suerte, a esos personajillos el dinero luego les permite hacerse con un poder desmesurado, acaparar los medios de comunicación y tener un efecto letal en mucha gente a la que el esfuerzo le interesa menos que la suerte y la posibilidad de hablar sin pensar también le interesa más que la de pensar antes de hablar.

Gracias a Dios, el libro de Enrique Murillo no se queda en la estructura capitalista de la literatura y entra de lleno en lo literario, alternando ambos planos, porque por desgracia no habría libros buenos ni malos sin dinero. Si en el terreno del dinero encontrar a un compañero a quien recuerde al cabo del tiempo no le resultó fácil, en el terreno puramente literario sus conexiones son múltiples: con compañeros de generación a quienes admira (como Javier Marías), con lectores de quienes se fía (como Félix de Azúa), con autores a quienes apoya y ayuda a mejorar sus libros o su estilo (como Javier García Sánchez) y autores a quienes guía con sus propias novelas o libros de relatos (como Ray Loriga). Quizás porque Murillo no pudo comenzar ni por lo alto ni por algún tramo intermedio y tuvo que hacerlo desde bien abajo, su progresión en Personaje secundario da para entender cómo se convirtió en un mediador entre fuerzas, en su caso capitalistas y literarias. A diferencia de muchos editores de raigambre, acostumbrados a leer solo la alta literatura, Murillo se movió con soltura en casi todos los ámbitos, algo que le permitió traducir, corregir, aconsejar y escribir, un conjunto de cosas impensable, sin ir más lejos, para una persona como Jorge Herralde. Por supuesto, Murillo, al cabo de los años, era más que consciente de esto y creyó que su polivalencia le aseguraría un puesto con mejores condiciones allí donde estuviese. Se equivocaba, claro. En un mundo como el nuestro, todos somos reemplazables menos el dinero.

"Personaje secundario es una lectura incitadora. Mi primer deseo, mientras lo leía, fue comprar El centro del mundo y El secreto del arte, ambos en Anagrama"

En ocasiones, el libro pretende estar describiendo a un posible forjador de la nueva o la novísima o la ultimísima literatura española, pero se frena antes de caer en la grandilocuencia y el ridículo. Vaya por delante: muchos de los triunfos de Murillo como editor se debieron a su trabajo estajanovista y no a la pura suerte especulativa. Asombra, eso sí, ver cómo durante décadas Murillo casi no puede salir de parranda con los amigos, siempre a dos pasos de la precariedad, y cómo luego en menos de quince años sus sueldos deben multiplicarse por tres, cuatro, cinco o seis, y eso le permite comprar una casa. Su vida privada, no obstante, apenas la aborda, o muy poco, a no ser por el tema monetario. Casi no habla sobre su primera mujer o sus hijos, y sobre la segunda se detiene algo más, en general para dar pequeñas pinceladas, más que nada para reivindicar su talento como pintora. Eso le resta cierta plasticidad al libro en su conjunto, aunque lo libra de caer en el ridículo o en la cursilería. No es, por tanto, un título equiparable desde un punto de vista estilístico al excelente Senior Service, de Carlo Feltrinelli, y tampoco similar al plúmbeo Memorias de un editor, de José Ruiz Castillo. Es menos intenso, sin dejar de ser constante y fluido.

Lo que sí puedo prometer es que Personaje secundario es una lectura incitadora. Mi primer deseo, mientras lo leía, fue comprar El centro del mundo y El secreto del arte, ambos en Anagrama y hoy un tanto difíciles de encontrar (algo que los hace más atractivos aún). También tuve la necesidad de leer con más empeño a Marina Perezagua, una de las autoras por quienes Murillo más ha apostado a lo largo de su vida. Sobre Murillo como autor me he llevado una sorpresa, porque no es simplemente bueno, sino muy bueno, buenísimo. Y sobre sus descubrimientos y protegidos, salvo Marina Perezagua, los conocía a todos, pero eso no obsta para que me admirase que él estuviese detrás de una generación como la de Ray Loriga o Félix Romeo, que fue un auténtico soplo de aire fresco para la literatura española desde la década de los noventa en adelante, o detrás de escritores tan extravagantes como Álvaro Pombo o Javier Tomeo. Eso, en mi opinión, le hace un lector con mayor amplitud de miras que, por ejemplo, Félix de Azúa, a quien solo veo capaz de aplaudir a escritores que cultivan el grand style y a las conciencias de Occidente, sensibilidades que clausuraron una idea sobre el pasado pero que tuvieron muy poco que ver con la construcción del futuro, que sí contribuyeron a diseñar Ray Loriga, Félix Romeo o Benjamín Prado, con equipajes culturales no solo librescos o referidos a la música clásica y el cine de autor, sino también a la cultura pop en toda su amplitud.

"Como en las novelas negras donde hay un enigma y un investigador que intenta descifrarlo, sabemos que los finales nunca están a la altura de las grandes investigaciones, y eso explica que este libro sea a work in progress"

En las páginas de Personaje secundario hay una enorme batalla. La literatura no es solo una sucesión de obras maestras, es asimismo una sucesión de libros secundarios (evitemos llamarlos mediocres) sin los que las épocas en las que aparecieron no estarían definidas. Recordemos que los grandes libros son grandes porque son atemporales y se adaptan y explican cualquier lugar y cualquier tiempo como si en realidad fuesen cohetes espaciales; los libros secundarios, por su parte, son menos expansivos y quizás no sean recordados más allá de unos meses después de aparecer en las mesas de novedades, pero son los que describen con precisión las flaquezas y fortalezas de las épocas, son su Zeitgeist. Félix Grande lo explicaba muy bien en una conferencia a la que asistí en Mérida hace ya un tiempo, cuando dijo que la historia de la literatura es una gran guerra donde hay mariscales de campo y capitanes sin cuyas órdenes la victoria final sería casi imposible, y donde, sin embargo, sería inmoral olvidar a los soldados y su sangre derramada para que alguien condecore luego a quienes los dirigieron en el campo de batalla. Enrique Murillo fue soldado y mariscal de campo, y sabe qué es la literatura mucho mejor que la mayoría. Sus memorias tratan sobre un Quijote moderno, que —como todos los quijotes— cuando abandona su biblioteca descubre que en el fondo la realidad está mal hecha y que, si regresa a la biblioteca y lee algunos libros más, puede que luego, definitivamente, sea capaz de salir otra vez al mundo y repararlo. La reparación, por supuesto, es lo de menos. Como en las novelas negras donde hay un enigma y un investigador que intenta descifrarlo, sabemos que los finales nunca están a la altura de las grandes investigaciones, y eso explica que este libro sea a work in progress, un libro que en realidad no acaba nunca, un libro que todos sus lectores, al terminarlo, continuaremos de una forma audaz y misteriosa.

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Autor: Enrique Murillo. Título: Personaje secundario: La oscura trastienda de la edición. Editorial: Trama. Venta: Todos tus libros.

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