El horror sobrenatural sistematizado

Desde las primeras líneas, no oculta que va a proponer un canon del género, que, frente a la mayoría, señala, se caracteriza por una emoción: «horror» o «terror». ¿Y cuándo se vuelve soberano e independiente este género a su juicio? En 1923, con el surgimiento de Weird Tales. Empieza fuerte. Para Joshi, el miedo se corresponde con la aprehensión inmediata de un peligro que genera una respuesta corporal y perceptiva; en cambio, el horror va un paso más allá: «Apunta al acto de presenciar algún fenómeno que la mente humana, ya sea que perciba un peligro inmediato o no, no puede comprender y encuentra de alguna manera malo en un sentido moral o metafísico» (p. 25). En el horror sobrenatural se pone en peligro nuestra comprensión general del universo en sí mismo.

Ocurre que, como ha advertido Sara Ahmed, existe una pegajosidad ínsita a los afectos: estos no pertenecen al sujeto ni al objeto, sino que se producen en el contacto, son formas de adherencia. El miedo, por ejemplo, se pega a ciertos cuerpos o figuras (el extranjero, el monstruo, el ambiente) a través de historias, discursos y prácticas que fijan asociaciones emocionales. Así, la pegajosidad apunta a cómo una emoción se adhiere a lo que nombra y cómo esa adherencia produce realidad moral: el cuerpo o fenómeno «temido» se vuelve realmente temible porque ya está saturado de afecto. Podemos afirmar que el horror, según Joshi, no se pega solo al objeto (el fantasma, el monstruo, la casa encantada, la bruja) sino que contamina la estructura misma del pensamiento: hace tambalear la confianza en que el universo es comprensible, es decir, consiste en una pegajosidad ontológica.

Quizá el gran mérito de Horrores indecibles sea proporcionar una visión panorámica y rigurosa del género, con cuantiosas referencias bibliográficas que desbordan continuamente el horizonte de expectativas, colocando sobre la mesa nombres poco canónicos y poniéndole deberes al lector. Asimismo, ha de subrayarse el análisis del papel que juegan las creencias populares; cómo el avance de la técnica modificó los moldes y retiró a ciertas entidades al ámbito de lo imposible, haciéndolas regresar ahora desde la ficción; la centralidad del desequilibrio metafísico para la comprensión de los códigos del horror sobrenatural, etc. Por supuesto, Joshi no habla (ni lo finge) desde la neutralidad: sus filias y sus fobias se encuentran muy patentes: un odio infatigable por Stephen King (lo acusa de trivializar el horror, de falta de rigor estético y sutileza, etc., lo cual, me parece, tiene más de imposición idiosincrática que de discurso razonado), un foco excesivo en el mundo anglosajón, o ciertos momentos gruñones y de discurso severo (a propósito de la novela El Monje, de Matthew G. Lewis, por ejemplo).

Ahora bien, si algo hay que destacar es que estos dos volúmenes se erigen como un símbolo de justicia (¡poética!) para el género que más ha sufrido los ninguneos de una academia que jamás lo supo comprender. Son, al mismo tiempo, un arma a blandir y un espejo en el que la ficción sobrenatural puede reconocerse. La prueba definitiva de que esta literatura es también un territorio de pensamiento.

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Autor: S. T. Joshi. Título: Horrores indecibles: Historia de la ficción sobrenatural. Traductor: Carlos M. Pla. Editorial: Aurora Dorada. Venta: Todos tus libros.