Esta es la historia particular de una reconstrucción. Como cuando te entran ladrones en casa. Mirando todas tus cosas tiradas por el suelo parece que una mirase su vida por primera vez y extraña su propia casa. Reflexionas sobre tu historia, sobre los que te rodean, te preguntas quién eres y te das cuenta de que tienes por delante el camino largo y trabajoso de subir a una montaña.
En este making of Laura C. Vela cuenta cómo escribió Seismil (niños gratis).
***
Seismil comenzó con un ejercicio propuesto por Sabina Urraca, y eso iba a seguir siendo: un documento, una cosa, en la que jugar y explorar. Hace unos días escuché a Natalia Litvinova decir «Escribo porque hay algo que no sé. Y quizá en ese proceso de escritura lo acabo sabiendo o encuentro otras cosas». Probablemente no dijo esto tal cual, pero es lo que anoté.
Pero lo cierto es que después de algunas clases del taller acabé dejándolo. El libro iba a ser, probablemente, un Caballo de Troya, pero no era el momento. Creo que las dos los sentíamos así, cada una por motivos diferentes. La verdad es que estaba a otras cosas que en ese momento me apetecían más: fundar una editorial, crear una revista, mudarme de piso, cerrar un proyecto de fotografía que ya había comenzado y comenzar a diseñar libros.
Un día me llamó un editor para preguntarme si tenía algo escrito. Iba a lanzar una nueva colección editorial y quería leerme. Me sorprendió la pregunta, porque yo nunca había escrito y no había forma de que él lo supiera. El caso es que le envié el texto porque sentía que ya sí que estaba en un momento de engullirme en mi libro. 15 minutos después de enviárselo me dijo que lo quería, que firmábamos. Yo me quedé algo mosqueada (¿es posible que se lo haya leído en 15 minutos? ¿O lo quiere por otros motivos?) y ahí empezaron mis dudas, que se culminaron cuando me llamó un par de semanas después para decirme que el libro no iba a poder salir porque ya habían firmado otro con un tema similar y que su jefe le había dicho que dos violaciones eran muchas. Y que si podía escribir algo diferente.
Sentí mucha rabia. Pensé: este libro estaba en un cajón abandonado y ahí se iba a quedar, pero me acabas de dar más motivos para sacarlo. Inundaremos las librerías de violaciones y distintas violencias y tendréis que soportarlo. Y ojalá algún día, también, olvidéis el susodicho tema y os acerquéis a los libros por el texto, el tono, la forma, el mundo que comparte.
Como había armado el Word para enviárselo a esta persona y me había animando a retomar el libro, decidí hablar con Sabina sobre qué editorial podría ser la idónea y lo mandamos a Niños gratis*. Fue genial: total entendimiento desde el principio, alejados de ese mercado editorial capitalista, machista, academicista, acelerado, lleno de hashtags, del titular y el suceso.
Tenía claro que mi libro iba a ser un libro escrito en fragmentos, y que no tenía género. Sabina y yo conversamos sobre esto, y ella incluso a veces lo llegó a llamar «documento». Apunté varias cosas que quería evitar, y también lo que me interesaba: quiero hacer un libro sobre las palabras, sobre aquellas que pesan y nos hacen la vida más dura, y sobre aquellas que nos la aligeran.

Bebé Marina Park en Singapur.
Es la primera vez que escribo algo, así que creo que la escritura fue más fluida quizá por eso: no había una expectativa, una presión, un deadline (todo el mundo dice que los segundos libros son más difíciles, y los terceros y cuartos ni me imagino). Para mí era como dejarme llevar por algo diferente. No leí mucho mientras escribía, aunque sí que tenía a mi lado todo lo que había leído anteriormente y había anotado o subrayado. Pensé en qué canciones, películas, obras de teatro me gustaban y por qué. E intenté extraer enseñanzas de ellas. Qué atmósfera tenían, con qué sensaciones te dejan, qué tono utilizan… Yiyi, Carson McCullers, Zhuangzi, Jeannette Winterson, Lorena Álvarez, Yo La Tengo, Mazzy Star, Rinko Kawauchi, Federico Clavarino, Aftersun, Leólo, Sandra Cisneros, Natalia Ginzburg, Mary Oliver y Molly Malone Cook… Y me rodeé de ellas para sumergirme en esos mundos y enunciar desde ahí.
Otra cosa que tenía clara es que quería que fuese un libro donde estuviese muy presente cómo la relación con los demás influye en la construcción de nuestra identidad y que, por eso, el libro tenía que contener distintas voces y en distintos registros: cartas manuscritas de la adolescencia, emails actuales, conversaciones en persona, sms, videollamadas, foros… A veces pienso en él como un libro «de archivo», en el sentido de que se construye con la premisa de que en un texto caben muchas voces que ofrecen distintas perspectivas y contrapuntos. Y en mí, más que como en una escritora, como una persona que ha ensamblado esas voces y perspectivas.
Tampoco me interesaba el detalle, la historia, etc, sino la sensación, las emociones que se transitan, la vida. Cuando una víctima de violencia sexual relata su experiencia puede llegar a hacerlo de manera distinta al cabo de los días, o a añadir detalles que al principio no recordaba. Esto es algo que históricamente se ha recriminado a las víctimas, y no es más que un mecanismo del cerebro para protegernos. Y yo misma, mientras escribía, lo viví así: estaba contando algo y me venía una frase de otra escritora, algo que le pasó a mi perra… o simplemente no recordaba las escenas al completo y, en lugar de ficcionar y rellenarlas, me parecía interesante mostrar que es así como sucede. Para algunas personas esto ha derivado en un libro inconexo y que no profundiza. Puede ser: la verdad es que no estaba pensando en escribir el gran libro, sino en jugar con lo literario y permitirme ese espacio. Creo que la literatura puede hacer aparecer cosas que no tienen lugar en lo visible, y creo que escribir me permitió eso: dar forma a algo que no se puede mostrar en una imagen o en un dato, porque no es solo un suceso, es mucho más. Hay algo muy bonito que dice Ursula K Le Guin, y es que las historias no son solo para contar lo que pasó, sino para sostener la vida, para crear un lugar donde habitar lo insoportable. La literatura permite habitar la complejidad sin tener que explicarla del todo.
También he aprendido que escribir, para mí, es una forma de ir pensando mientras una escribe. Mientras escribía pensaba: “Esto es un diario, esto es un artefacto, esto es una cosa que contiene muchas otras, y me voy dando cuenta de algunas ideas mientras las materializo”. Como cuando finalizas una buena conversación que ha sacado algo bonito de ambas partes.
Dice Pablo Duarto: «Nadamos en lenguaje. El lenguaje es un mar. Un mar en el que nadamos todas las personas. Un mar que tiene zonas, corrientes, temperaturas, anchura, profundidad, honduras, dimensiones. Un mar dividido en el que nadamos todos. Un mar al que pertenecemos. Como el mar, el lenguaje está en movimiento. Arrastra hacia sus honduras, permite la flotación, se pica y se calma. Como el mar, los límites parecen estar claros, pero al inspeccionarlos con detenimiento no lo están tanto. […] Como en el mar, las lenguas se encuentran y provocan remolinos». Siempre me han dicho que tengo espalda de nadadora, que estoy fuerte. Llevo pagando el gimnasio varios meses para ir a nadar, aunque aún no lo consigo. Algo parecido sentí cuando Sabina leyó los primeros textos y me dijo que ahí había algo. Esa espalda de falsa nadadora. A veces pienso que del mismo modo que pago el gimnasio pero aún no voy a nadar, pago también el precio de haber escrito sin tener una «licencia de escritora». Pero el mar no pide currículums, ¿no?
Ahora estoy contenta de no haberme recreado en el sentimiento de no ser escritora, de no saber escribir, de haber hecho un libro lleno de huecos. Esto es lo que ha salido y ya no tengo miedo.
Cuando llegamos a la fase de diseño cuidamos al libro como si fuese la versión diminuta de ese bebé gigante que mi padre y yo transportamos y que aparece en Seismil. Ambos de color blanco, cubiertos por un vestido que a medida que avanzábamos en nuestro camino se iba cayendo. El bebé que viajó a Singapur ahora está allí, en Marina Park, dando sombra a personas que van al césped buscando sombra, comer algo o leer. El libro está por muchas casas, no sé si vestido o desnudo. En mi caso, yo lo tengo desnudo. Me gusta tenerlo en la estantería sin la sobrecubierta, tan sencillo y simple, como si fuese «la idea de libro». Y también porque el vestido que diseñaron Hermanos Paadín es tan bello que quería ponérmelo en la pared.
Es increíble cómo el libro fue creado a imagen y semejanza del ser humano, con sus partes que se llaman igual que las partes del cuerpo —la cabeza, las tripas, el lomo— y con un tamaño pensado para sostenerlo de forma cómoda entre nuestras manos… y cada vez eso fue derivando en libros más grandes y que ocuparan más espacio en las mesas de novedades, olvidando que son cuerpos y que su diseño responde a lo que una quiere contar, a la relación que queremos que se establezca entre cuerpo y cuerpo. Aunque aún hay publicadores que piensan en el diseño de ese cuerpo como una forma más de seguir contando. Un libro grande pesa más, necesitas leerlo en una silla cómoda, no es fácil llevártelo de viaje y, si te lo llevas, puede que ese sea el único que entre en tu mochila. Pienso en On Rape, de Laia Abril, un libro necesariamente grande y pesado, que cuesta leer, que tienes que sentarte en una mesa para verlo. O en El juego de la magdalena, de Julieta Averbuj, también necesariamente grande para acompañar esa experiencia física (en la relación inmersiva y activa con el libro) y simbólica de asociaciones entre recuerdos fragmentarios, de imágenes incompletas de distintas temporalidades que se conectan con otras y crean nuevas. Y también pienso en libros chiquititos, como el Manifiesto antitético, de Marina Meyer y Gonzalo Golpe, que opera como un cuchicheo compartido, un susurro que busca ir saltando de unas manos a otras (y por eso ha de ser pequeño) o toda la colección Asterisco de Niños gratis*, libros diminutos de apenas 9,5 x 15cm para leer en unas horas con una sobrecubierta hecha de ilustraciones que el libro ha evocado. Como dice Weldon, libros comprimidos, «sin farfolla», que vayan al hueso o, como dice Paz: «El gesto de abrir la sobrecubierta y observar el mapa que los Hermanos Paadín hacen de cada historia explica muy bien la idea de que la ficción puede desplegarse y enraizar en la realidad».
—————————————
Autora: Laura C. Vela. Título: Seismil. Editorial: niños gratis. Venta: Todos tus libros.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: