El mundo es un libro, y aquellos que
no viajan leen solo una página.
Agustín de Hipona
El estreno de la película El regreso de Ulises, del director Uberto Pasolini con la participación de destacadas figuras, Juliette Binoche, Ángela Molina y Ralph Fiennes y otros, no sólo marca el retorno de personajes míticos de la literatura, sino también el retorno de un libro que engloba todas las vidas.
En la Odisea, Ulises, “el del talento superior”, “las mil tretas” e “ingenio inagotable”, es un estratega, astuto y valiente guerrero que, sin poseer poderes sobrenaturales ni amuletos mágicos, se vale de su inteligencia y sale airoso en los planes defensivos. Aunque los dioses aparecen y desaparecen en los momentos de máxima dificultad, para retenerlo o ayudarlo frente a los infortunios, las Moiras, tejedoras del destino, habían decretado el regreso de Ulises a Ítaca. Cuando en medio de la travesía los lotófagos le ofrecen la legendaria flor de loto, una fruta muy dulce, comprende que si la come se olvidará de todo (su identidad, sus objetivos) y se convertirá en uno de ellos. Un ser sin pasado ni futuro, sin misión ni propósitos, sin memoria. Después de luchar con los distintos oponentes, y al sentir el vértigo de perder la identidad, decide seguir adelante, sin volver la vista atrás, sin quejarse por los errores cometidos.
Vargas Llosa, convencido de que “el pasado es maleable como la arcilla”, recrea este mito homérico en Odiseo y Penélope, obra llevada al Festival de Teatro Clásico de Mérida en 2006, cuyo punto de partida es el encuentro de los dos protagonistas, para reconstruir la travesía de Odiseo fuera de Ítaca, a través de un juego dialogado:
Penélope: Ésta ya no es la hora del amor, sino la de los cuentos. Sigue con tu historia.
Odiseo: Que sea nuestra historia, Penélope. Ayúdame a reconstruirla… Resucitémosla juntos, como si la hubiésemos vivido los dos…
Penélope: ¿Quieres que juguemos a inventar el pasado, Odiseo?
Odiseo: En mis veinte años de ausencia, en esos siete años que pasé en Ogigia con la ninfa Calipso, ni un solo instante renuncié a tu amor. Ciertos días veía dibujarse tu cara en el aire, en las nubes, en la espuma, en el agua. Tu cara velada por mis lágrimas. La eternidad es monótona, Penélope. La vida de los mortales no.
El cantautor uruguayo Quintín Cabrera decía que “las ciudades son libros que se leen con los pies […], pedacitos preciados del paisaje, esquinas y detalles”. En sí, revisitar la historia de los personajes es conocer los distintos recodos (geográfico, filosófico, psíquico, emocional y sentimental) que rodean los encuentros y desencuentros, adversidades y peligros que han acechado a los hombres y mujeres. Un libro cuyo argumento parece repetir todas las vidas de la humanidad, siempre trashumante. Un retrato del largo periplo universal, desde los tiempos bíblicos, el éxodo de Moisés por el desierto hacia la tierra prometida, durante cuarenta años. Una existencia compuesta de partidas y retornos, despedidas y recibimientos, inicios y finales, idas y venidas.
En las circunstancias actuales, parece que el mundo se está convirtiendo en una fábula, como afirmaba Nietzsche. Cada prueba, disputa o batalla que sufre el héroe parece insignificante, en comparación, con los avatares que han padecido las víctimas de las miles de hectáreas que ardieron en España durante el verano. Han perdido sus casas, sus pueblos, sus tierras, su memoria. ¿A dónde retornar si el poderoso fuego lo ha consumado todo? ¿Qué es un hombre sin memoria? ¿En qué queda la identidad sin el recuerdo de todo lo que ha sido, ha hecho y ha tenido? Ya nada volverá a ser igual. Así también, la traumática e interminable guerra a la que se enfrentan los ciudadanos palestinos y ucranianos. Como Ulises, anhelan su hogar, su suelo, su patria, el lugar que los vio nacer, pero la despiadada guerra agudiza la muerte y el permanente exilio personal y social. En sus deseos más profundos permanece la imagen mental de un pasado mejor, pero el presente les arroja un paisaje desolador, gris y sin futuro. Estos versos de la Odisea reactualizan este escenario de esperanza y desesperanza, de claridad y oscuridad:
“Mañana y mañana y mañana,
avanza escurriéndose a pasitos cada día,
hasta la sílaba final del tiempo computado,
y todos nuestros ayeres han alumbrado, necios
El camino a la polvorienta muerte.
El retorno del libro, transformado en película, es también el recordatorio de la resistencia de mujeres fuertes, valientes, fieles, que se mantienen en pie, como un árbol a sus raíces, a sus seres queridos. Una fortaleza a prueba de todo, pese al dolor emocional de la espera sin noticias, sin mañana. O mujeres y hombres estoicos que, sin pensarlo dos veces, ayudaron a apagar las llamas que consumían sus casas, sus tierras, sus animales, sus recuerdos, al fin y al cabo sus vidas. Hay que reconocer que “no somos nada por nosotros mismos, sino sólo un pequeño nudo en una gran red de relaciones. Si esta red se rompe, si sus cuerdas se deshilachan y separan, dejamos de existir y de ser. No hay nudo sin cuerda ni red”. Sin duda, un acto de grandeza sin parangón de personas valerosas y anónimas.
¿Quién no ha sentido que la vida de este mítico personaje literario es también la lucha que uno libra a diario? Cada día nos enfrentarnos a otros cíclopes, gigantes invisibles que nos envuelven en sus enmarañadas e infinitas redes virtuales. Este relato universal repetido quizás es una advertencia para estar en continua defensa de nuestra identidad, libertad y privacidad.
El tema esencial y metafórico de la Odisea es el viaje azaroso y arriesgado que es la vida, el retorno a la patria de uno mismo, al autoconocimiento. Representa el eterno retorno a nuestras raíces, al inconsciente, a las luces y sombras, a las batallas internas, a los recodos ocultos de la mente. El alejamiento, a veces es sólo un instante, para escuchar las voces del pasado, valorar el presente y recuperar nuestra esencia. En realidad, tenemos varias Ítacas a las que retornar, nuevas páginas en blanco que completar, kilómetros cero por iniciar.





!Magnífico artículo!
En Occidente tenemos tres libros fundamentales, los más leídos, la Biblia, que contiene nuestro largo y complicado (por decir lo menos) discurso religioso, la Odisea, nuestra gran aventura, y El Quijote, para entender el mundo.
Los tres tienen una presencia significativa y es díficil decir que regresan porque siempre están allí, metidos en nuestro mundo, formando nuestro mundo.
Nuestro héroe hasta el siglo XVII fue el pagano y egoísta Odiseo/Ulises (Aquiles murió en Troya y nadie quiere héroes muertos), y desde entonces Don Quijote, cristiano y altruista, lo está desplazando. Es díficil imitarlo, y más díficil es imitar a su ideal, Jesucristo, quien puso un modelo casi inalcanzable, porque Jesucristo para la Cristiandad es un hombre y también es Dios, parte de la Santísima Trinidad, dogma fundacional de nuestra religión. Ésta tensión, entre un hombre más cercano a nosotros, y las enormes exigencias para cumplir con el modelo cristiano, es la razón por la que aún admiramos a Odiseo/Ulises y la mitología griega aún pervive en las artes, especialmente en la Literatura. ?Cómo no admirar a un héroe tan humano, tan imperfecto como nosotros, aunque sea un asolador de ciudades que se jactó de destruir a Troya y cometió el error inexplicable de rechazar la juventud y la inmortalidad?