Antes de que Lope teorice el teatro, Agustín de Rojas lo cuenta desde la furgoneta —bueno, desde la carreta—: sueldos, egos, censura, aplausos. Una guía salvaje del show business barroco.
Un híbrido entre novela, crónica y teatro
El viaje entretenido se resiste a las etiquetas. Técnicamente es una obra miscelánea en forma dialogada: el propio Rojas y tres compañeros de distintas compañías hablan durante el recorrido. A ratos parece una novela picaresca, a ratos un ensayo coloquial, y por momentos una revista de variedades. De hecho, intercala cuentos y poemas, canciones, chistes escénicos, entremeses breves e incluso una mini-novela pastoril inserta en la trama. Esta estructura de prosimetrum (prosa combinada con verso) mantiene la lectura fresca y entretenida, como quien alterna entre la charla distendida y el espectáculo. Algunos críticos han visto en el libro toques didácticos, casi un manual encubierto, mientras que otros destacan el tono pícaro y desengañado que emerge en las anécdotas teatrales. En cualquier caso, Rojas logra un equilibrio muy especial: coloquial y profesional a la vez. Sus personajes se ríen de los tópicos del actor ambulante hambriento, pero al mismo tiempo reivindican la dignidad de su profesión. El resultado es una obra única, escrita para entretener con chispa… y para dejar constancia de todo un mundo.
¿Y de qué va, en una frase? El viaje entretenido es básicamente un viaje conversado de cómicos por España. Los protagonistas parten de Sevilla y, camino de otras plazas (como Toledo, o ferias y villas con corral), van hilando historias y reflexiones sobre el oficio teatral. Es como si nos invitaran a subir a su carreta y nos fueran contando lo divino y humano del teatro mientras atravesamos villas, ferias y posadas. Rojas alterna el relato de ruta con mini-ensayos sobre el arte de la comedia y con piezas breves que amenizan el trayecto. El tono es desenfadado pero lleno de conocimiento de causa. Al cerrar el libro, uno siente que ha viajado con esos cómicos, aprendiendo sus trucos y penurias, riendo con sus ocurrencias y viendo el teatro del Siglo de Oro desde dentro, entre bambalinas.
Tras las bambalinas del Siglo de Oro
Si El viaje entretenido engancha es porque ofrece puro backstage del teatro barroco. Rojas descorre el telón y nos muestra la trastienda completa: cómo se arma una compañía de comedias, cómo ensayan y eligen repertorio, cómo obtienen licencias para actuar en cada pueblo, qué jerarquías existen entre los actores (el galán, la dama, el barba o padre noble, el gracioso…), cuánto cobran y cómo reparten el dinero de la taquilla. También vemos los entresijos materiales: las giras eternas de pueblo en pueblo, las noches en posadas infames, los pleitos con alguaciles y censores, los trucos de tramoya para sorprender al público y hasta los accidentes (o “accidentes”) ruidosos tras el escenario. En otras palabras, Rojas ofrece una historia viva del teatro, una crónica de primera mano del auge de la comedia nueva (esa revolución teatral de finales del XVI) contada seis años antes de que Lope de Vega escriba su Arte nuevo de hacer comedias teorizando sobre el tema en 1609. Rojas, desde la práctica, defiende el oficio de actor y reflexiona constantemente sobre qué es gustar al público y qué hace que una obra funcione en escena.
Para el amante del teatro (o de la historia cultural), este libro es oro molido. Funciona como documento de época: Rojas suelta nombres de autores y compañías famosas de su tiempo, menciona plazas y corrales de comedias célebres, y dibuja un mapa social completísimo de la profesión. Desfilan nobles mecenas y protectores, corregidores que dan (o niegan) permisos, poetas vanidosos, curas moralistas escandalizados por las actrices, y por supuesto el público, desde el vulgo entregado de patio de butacas (bueno, de patio de pie) hasta el erudito pedante que critica las comedias populares. Todo el ecosistema teatral del Siglo de Oro está ahí dentro, latiendo en las páginas.
Entre parada y parada, Rojas abre el cuaderno de oficio: primero asoma el dinero —quién arriesga, quién manda, cómo el autor-empresario reparte la caja entre fijos y partes—, y enseguida el repertorio, ese arsenal móvil que la compañía ajusta sobre la marcha: lo que “corre” esa semana, un clásico rehecho, un romance con música para ganar a un público difícil… El gracioso, director del pulso, entra y sale midiendo silencios y remates, improvisa lo justo para burlar al censor sin desmandarse. El corral, por dentro, es un animal vivo: candilejas que tiznan, telones que respiran, apariencias a tirón de soga, truenos hechos con bolas de metal y, a veces, la bendición del accidente que arranca una ovación inesperada. La gira es otra escena: permisos mendigados al corregidor, alguaciles que miran torcido, posadas donde se fía el guiso hasta el domingo, deudas que viajan en la misma carreta que los trajes. En el patio, el vulgo pide emoción y aplaude sin comillas; en los aposentos altos, algún letrado afila el ceño y dicta sentencia: lo de siempre, lo que vende frente a lo que “vale”. Sobre eso, Rojas escribe un manual sin decir que lo es: cómo templar a un mecenas, cómo no enemistarse con el poeta cuyo verso has retocado, cómo salir indemne de la trastienda. Y, por último, las damas: actrices de verdad, taquilla encendida y moralistas sofocados; la modernidad entra al escenario con ellas, y el galán se enamora dentro y fuera de la ficción. Todo está contado en chascarrillos, escenas al paso, confidencias de camerino: documentación y diversión, la libreta de ruta de un teatro que se hace mientras se anda.
Pionero antes de Lope, cómplice de pícaros
El valor de El viaje entretenido no es solo histórico; también es literario. Rojas Villandrando se adelantó a su tiempo en la defensa de la nueva comedia. Muchas ideas que Lope de Vega sistematizaría en su Arte nuevo de hacer comedias (1609) ya están asomando aquí, seis años antes. Por ejemplo, Rojas sostiene que el objetivo del teatro es agradar al público —el “gusto del vulgo” como juez supremo— y que para lograrlo conviene mezclar lo trágico y lo cómico, alternar momentos serios con risas, música con palabra. También defiende un ritmo ágil en la representación para no aburrir: todos principios que luego serían la base del teatro barroco lopista. En otras palabras, Rojas fue un pionero práctico: hizo antes sobre el terreno lo que el gran Lope teorizaría después sobre el papel.
Por otro lado, el libro conecta con la tradición de la novela picaresca que estaba en pleno auge alrededor de 1600. Si has disfrutado el tono socarrón del Guzmán de Alfarache o las desventuras del Buscón, aquí encontrarás un sabor parecido. Rojas comparte con los pícaros esa voz desengañada y avispada, con ojo para el negocio más que para la academia. Sus cómicos son supervivientes que conocen las triquiñuelas de la vida, muy en la línea de los pícaros literarios de su época. Y sin embargo, a diferencia del pícaro solitario, Rojas muestra la cara colectiva del oficio teatral, con su camaradería y sus rencillas internas.
También es inevitable trazar un paralelismo con Miguel de Cervantes. Como en los entremeses cervantinos, El viaje entretenido reivindica al cómico honesto y se burla del pedante engreído. Rojas, al igual que Cervantes, pinta al espectador sin prejuicios que solo quiere pasar un buen rato, frente al moralista que reniega del teatro popular. Ambos autores, cada uno a su manera, dignifican la figura del actor (Cervantes incluso la defiende explícitamente en su Adjunta al Parnaso). Leyendo a Rojas uno siente un espíritu parecido al de Cervantes: mucho ingenio, mucha ironía y un cariño profundo por el arte de hacer reír y emocionar al público.
Del corral al algoritmo: vigencia de un show business barroco
¿Puede un libro de 1603 resultar actual en pleno siglo XXI? Sorprendentemente, sí. Muchas de las situaciones y debates que narra Rojas en El viaje entretenido resuenan hoy con fuerza. Su mundo de cómicos ambulantes era la gig economy del Barroco: artistas viviendo al día, encadenando bolos y bolos (funciones) para subsistir, muy parecido a tantos creadores actuales encadenando proyectos freelance o giras interminables. La precariedad, las giras eternas, los egos en las compañías, las disputas por los derechos de autor (sí, ya entonces había rifirrafes por la autoría de las obras y las versiones no autorizadas)… Todo eso que nos parece tan contemporáneo estaba ya presente en aquella época.
Rojas incluso plantea el eterno dilema entre lo que vende y lo que vale. Por un lado, sabe que lo que gusta manda: el público paga por divertirse, así que el artista debe darle lo que pide. Por otro lado, deja caer cierta melancolía de que a veces lo popular carece de “calidad literaria” según los eruditos. ¿Acaso no es ese el mismo debate de cualquier industria cultural de hoy, de Hollywood a la literatura best seller? Cuatro siglos antes de que existiera la palabra algoritmo, Rojas ya intuía la tiranía del gusto mayoritario. Hoy hablamos de la “cultura del algoritmo”, donde las plataformas nos sirven lo más likeable para el gran público; en 1603 el equivalente era el aplauso del vulgo en el corral de comedias. Cambian los medios, pero el show business es el show business.
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Se puede leer en Cervantes virtual


Me ha costado encontrarlo hoy, francamente, pero mi comentario es que es un texto magnífico que logra acercar El viaje entretenido a los lectores de hoy como lo que realmente fue: un backstage en pleno Siglo de Oro. Me ha gustado cómo se rescata el tono híbrido de la obra, mitad crónica, mitad road trip barroco, y cómo se transmite la autenticidad de Agustín de Rojas como cómico de la legua. Se agradece que se ponga el acento en la frescura y el pulso vital de un libro que, más allá de etiquetas, retrata desde dentro el engranaje humano y artístico del teatro áureo. Como siempre, gracias.
Alucinante erudición la que una vez mas demuestra la profesora Amor sacando a relucir esta obra poco conocida y tan valiosa y abundante en datos como es este Viaje Entretenido del siglo XVII
Gracias por esta joya que enlaza a la perfección con la serie picaresca con la que nos ha deleitado las semanas pasadas.