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Escribir en pedazos

Entre la arqueología del recuerdo y la reflexión sobre la imagen fotográfica, Tiempo profundo, de Ana Gorría (H&O Editorial, 2025) se presenta como un libro de difícil clasificación, híbrido entre el ensayo poético, la escritura autobiográfica y la teoría del arte. Su estructura fragmentaria —organizada en ocho partes y más de treinta capítulos breves— responde a la necesidad de fijar la memoria y la conciencia de su inevitable disolución. En esa tensión entre permanencia y pérdida se articula una poética de la analogía, que constituye el mecanismo estructural que vertebra todo el volumen.

La autora lo formula explícitamente en un apartado final: «Nos construimos con hilos de otros y con el diálogo con medios y fuentes no siempre literarios: la escultura, el cine, el videoarte, la gráfica». La frase resume la condición reticular del significado que sostiene el libro: el yo se construye en red, en conversación con imágenes, voces y materiales ajenos. Cada capítulo opera como un nudo en esa red de correspondencias, donde la fotografía, la escritura y la memoria familiar se entrelazan hasta confundirse. La analogía, más que una técnica, es un principio ontológico en Tiempo profundo: el mundo solo puede comprenderse por correspondencias.

"La fotografía doméstica se convierte así en acto de amor y reparación, pero también en el registro de una fragilidad común a toda imagen"

El libro se abre con una reflexión sobre las fotografías familiares y la herencia visual del pasado. Desde Nan Goldin hasta Sophie Calle, pasando por Rineke Dijkstra o Sally Mann, Gorría traza una genealogía afectiva de fotógrafas que va más allá de la mera documentación. La referencia a Goldin es clara: «La fotografía de lo cotidiano se ha convertido en un medio poderoso para indagar en la experiencia personal y la memoria», escribe. Pero más allá del comentario artístico, lo que late en estos primeros capítulos es la presencia del padre como figura central. La autora confiesa: «Conecto con una gran tristeza que tiene que ver, al mismo tiempo, con la ausencia y con este pedacito de vida que me devuelve la imagen de las manos de mi padre, su ilusión, su forma de sostenerse en un hilo de vida donde pudiera llegar a construirse mi identidad». La fotografía doméstica se convierte así en acto de amor y reparación, pero también en el registro de una fragilidad común a toda imagen.

Conforme el libro avanza en su parte segunda, la autora adopta un tono más reflexivo y poético. En Cantos, Gorría usa una fotografía infantil —una niña levanta un dedo hacia la jaula del canario de su abuela— para pensar la soledad y la imposibilidad de decir lo visible. Cita a Barthes —«La foto no sabe decir lo que da a ver»—, y alude a Julia Margaret Cameron como paradigma de esa visión que captura lo invisible a través de la luz. El recorrido continúa invocando a Marianne Hirsch y su noción de postmemoria, entendiendo el álbum familiar como «mapa de la memoria», crónica y narrativa visual del tiempo. Quizá el capítulo más poderoso de esta parte sea El obús, donde el recuerdo familiar de la Guerra Civil se mezcla con la teoría de Ariella Azoulay. Gorría escribe: «Mi abuela siempre odió el pan blanco, y tardé años en entender por qué. Un día en el que los aviones no desplegaron bombas ni metralla, miles de panes blancos de trigo candeal se lanzaron sobre Madrid con mensajes fascistas, cuando el alimento formaba ya parte de la utopía». La anécdota, estremecedora, condensa la relación entre historia, hambre y violencia, y traza un vínculo entre la memoria íntima y la memoria colectiva, un gesto que acerca su escritura a las exploraciones de María Negroni o María Zambrano.

"En su quinta parte, el libro se ramifica en pequeñas digresiones. Lo que podría parecer dispersión es, en realidad, una poética del vínculo"

En la tercera parte, Gorría se adentra en el territorio de la escritura como gesto físico. “¿Y acaso no es recordar una forma de avanzar, como tejer una pequeña jaula…que va cambiando de manera paulatina?”, pregunta al inicio. La memoria se asimila al movimiento repetitivo del tejido, al acto artesanal que da forma a lo disperso. La autora repara en el «rito de integración familiar» que Pierre Bourdieu atribuye a la fotografía: una práctica que consolida vínculos y valida dinámicas sociales.

Después narra el momento en que deposita las cenizas del padre junto a las de la abuela: «Acudimos a depositar las cenizas de mi padre junto al cuerpo incinerado de mi abuela, y nuestro silencio se suma al del lugar sin que le pertenezca».

En la parte cuarta, el deterioro de los álbumes y del cuerpo del padre se funden en una misma imagen: «La fragilidad de estos objetos es un recordatorio tangible de la naturaleza efímera del tiempo». Las fotografías de Tina Barney, escribe, «como el kintsugi, celebran las imperfecciones y las historias ocultas detrás de las apariencias». A partir de ahí, en su quinta parte, el libro se ramifica en pequeñas digresiones. Lo que podría parecer dispersión es, en realidad, una poética del vínculo.

"La octava y última parte culmina la exploración con un tono de desolación lúcida. El tiempo se muestra como fuerza destructora y creadora a la vez"

Las partes sexta y séptima transcurren entre la intimidad y el archivo. La autora convierte la ventana en símbolo de contemplación, recordando a Bachelard: «Las ventanas actúan como ‘escotillas del alma’ que permiten que los recuerdos y las fantasías se filtren a través de nuestro entorno físico». Las fotografías de Vivian Maier son el correlato visual de esta mirada hacia dentro y hacia atrás. Gorría recupera la definición de Lévi-Strauss sobre el bricoleur: «se enfrenta a lo que debe hacer con lo que tiene a su alcance… y opera con fragmentos de estructuras preexistentes que responden a un mundo extinto». De nuevo, la autora funde teoría y biografía: «Sentía una mezcla de tristeza y admiración al ver a mi padre, un artista de su propia vida, luchando contra los estragos del sufrimiento con cada movimiento torpe de las manos. Mi padre como artista, como obra de arte. Mi padre como documento, mi padre como performer». El bricoleur se convierte en metáfora de supervivencia estética.

La octava y última parte culmina la exploración con un tono de desolación lúcida. El tiempo se muestra como fuerza destructora y creadora a la vez: “Tres años han pasado y el tiempo sigue en su marcha, casi imperceptible para él”. En Consunción el libro alcanza su clímax trágico.

Tiempo profundo puede leerse como un estudio del gesto, una excavación emocional donde cada fotografía, cada recuerdo y cita teórica sirve para recomponer la figura del padre y, con ella, la de la propia autora que escribe. Gorría no busca reconstruir la continuidad, sino aceptar la fractura: la memoria como kintsugi.

"Ahí reside la esencia del libro: escribir es respirar dentro del pasado, mantener viva la correspondencia entre las imágenes y el cuerpo"

Su prosa, sobria y contenida, combina el rigor del ensayo con la cadencia del poema. Las numerosas citas —de Benjamin a Sontag, de Bernstein a Bachelard— operan como andamiaje silencioso de una escritura que piensa. Aunque no se cite, su reflexión sobre el tiempo estratificado de las fotografías dialoga con las propuestas de Georges Didi-Huberman sobre la imagen como supervivencia, como montaje de tiempos heterogéneos que coexisten en cada fotografía. El libro es, en última instancia, un tratado sobre el tiempo y la reparación, sobre la imposibilidad de conservar sin transformar, sobre el poder del arte como lenguaje de lo perdido.

En uno de sus pasajes más memorables, la autora afirma: «Al respirar, continúo escribiendo, viendo cada fotografía como un fragmento de un alfabeto que forma la historia de lo vivido». Ahí reside la esencia del libro: escribir es respirar dentro del pasado, mantener viva la correspondencia entre las imágenes y el cuerpo. Tiempo profundo reafirma a Ana Gorría como una voz singular de la poesía y el pensamiento: una autora que ha sabido convertir la fragilidad en método, el fragmento en estructura, y el archivo familiar en una poética del sentido que se revela al pasar las páginas, buscando en lo perdido el gesto de lo que aún permanece.

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Autor: Ana Gorría. Título: Tiempo profundo. Editorial: H&O. Venta: Todos tus libros.

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