Río Grande es una película sobre la sanación de una familia rota. De ahí que no extrañe que hacia el final de la película sea un hijo quien deba extraer una flecha del pecho de su padre para intentar salvarle la vida. Es la forma de acceder, por visión directa del símbolo, a la verdad de una herida interior, entrañada.
Ahora la historia de la nación, que rompió la familia, es otra. La caballería se enfrenta a las tribus indias en la frontera del río que separa Estados Unidos de México. El hijo es un joven recluta que ha fracasado en la academia de oficiales de West Point y que ahora llega como soldado raso al regimiento al mando de su padre. La madre viene a interceder por él, y con ello se propicia la posibilidad de restañar la herida que separó a la familia, tras lustros de sufrimiento (“desgracias, luchas y ruina” es la forma que utiliza la madre para resumir la vida del padre en el ejército, resentida con aquello que destrozó su hogar).
Sin embargo, esta biografía de una familia rota por el pasado de la nación va a dar paso a una restauración del idilio, entendido como lugar de arraigo, crecimiento y sostén en la vida. Este idilio, tierra sobre la que se construye la imaginación de la obra completa de Ford (arquitecto de catedrales idílicas), se funda en los valores del ejército, la nueva familia en la que se integrarán padre, madre e hijo y donde iniciarán su reeducación (afectiva en el caso del padre; comprensiva, en el caso de la madre; profesional y ética, redentora, en el del hijo). Es en la caballería donde se hace posible un acorde pleno de los tres y donde Ford encuentra el símbolo que encarna los valores de una nueva nación, unida (el general unionista Sheridan pedirá al regimiento que interprete un himno sudista en homenaje a la madre, en el broche final de la película) y de la nueva familia, reconciliada. Honor y amor se anudan.
La imagen del río que vadear está presente desde el comienzo de la película. Cruzar una frontera, arriesgarse para cambiar un estado de cosas. La escaramuza final vuelve a condensar símbolos: el salvamento de unos niños secuestrados por los indios, el acto de heroísmo en el interior de una iglesia. Una fe religadora, acorde con los valores tradicionales del idilio.
Por supuesto, también hay risa, como siempre en Ford, y música, fruto de una idea de la existencia que es seria y alegre al mismo tiempo, vida empapada de vida. El monumento a la caballería se compone con planos contrapicados donde un jinete toca la corneta (así comenzaba la trilogía de la que Río Grande es el cierre) y con serenatas donde los cantantes del regimiento hacen visible el interior de los personajes (“te llevaré a casa, Kathleen / por el vasto y ancho mar / adonde hicimos nuestro hogar”). En Río Grande se avistan dos orillas: la historia nacional y el credo de una imaginación familiar, idílica.
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Nota con motivo de 75º aniversario del estreno de la película Río Grande


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