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Ice: El laberinto helado de Anna Kavan

Ice: El laberinto helado de Anna Kavan

Bajo la amenaza de un hielo omnipresente, un mundo entero se agrieta y agoniza. En Ice (1967), novela de culto de la británica Anna Kavan, la realidad se congela en una pesadilla poética: una joven de cabellos plateados huye a través de un paisaje apocalíptico, perseguida por fuerzas tan humanas como simbólicas. Leer Ice es adentrarse en un laberinto onírico de destrucción y belleza glacial. Se trata de un territorio literario único que Doris Lessing describió con asombro: «No hay nada como el Hielo».

La voz de Kavan envuelve al lector en un relato hipnótico donde la devastación externa refleja abismos interiores. Tras la estampa de glaciares avanzando implacables late el enigma de su autora: una mujer que hizo de su vida y obra una sola leyenda, reinventándose a sí misma entre la locura, la adicción y la literatura. En estas páginas, la singularidad de Ice y el aura enigmática de Anna Kavan se entrelazan en un espejismo literario, invitándonos a descubrir a una autora tan fascinante como inasible.

La metamorfosis de Anna Kavan

Anna Kavan no nació con ese nombre. Vino al mundo como Helen Emily Woods, hija única de una familia británica acomodada, pero el brillo de su juventud pronto se resquebrajó. A los pocos años, su padre se suicidó, marcándola de por vida, y su madre la obligó a casarse con un hombre mayor que había sido amante de la propia madre. De aquel matrimonio infeliz —con Donald Ferguson— Kavan extrajo material para una de sus primeras novelas, Let Me Alone (1930), publicada aún bajo el apellido de casada. Tras un segundo matrimonio igualmente fallido, Helen sufrió una crisis nerviosa y terminó internada en un sanatorio psiquiátrico en Suiza. Al salir renació como “Anna Kavan”, tomando el nombre de un personaje de sus propios libros. No era solo un seudónimo literario, sino una verdadera metamorfosis personal: se tiñó el cabello moreno de rubio y hasta cambió legalmente de identidad, decidida a sepultar el pasado. “Como Anna Kavan quiero deshacerme de Helen Edmonds y todo lo asociado a ella”, llegó a declarar, dejando atrás para siempre a la mujer que había sido.

"Vivió en lugares tan dispares como Birmania, California, Bali o Nueva Zelanda, pero cargaba con ella sus demonios: una profunda depresión y una adicción temprana a la heroína que la acompañaría el resto de su vida"

La nueva Anna Kavan abrazó un estilo narrativo mucho más audaz y experimental, en sintonía con su convulsa psique. Convertida en una viajera inquieta, vivió en lugares tan dispares como Birmania, California, Bali o Nueva Zelanda, pero cargaba con ella sus demonios: una profunda depresión y una adicción temprana a la heroína que la acompañaría el resto de su vida. Tuvo dos hijos —un varón que murió joven en la Segunda Guerra Mundial, y una niña cuya custodia perdió poco después de adoptarla—; intentó quitarse la vida en múltiples ocasiones y pasó largas temporadas en hospitales psiquiátricos. Aun así, siguió escribiendo con tenacidad: firmó más de una decena de libros como Anna Kavan, donde volcó sus visiones y sufrimientos, siempre al margen de las corrientes literarias de su época. Su consagración llegaría tardíamente con Ice (1967), la novela que coronó su trayectoria heterodoxa y le dio reconocimiento a los 66 años. Irónicamente, apenas un año después de aquel éxito, Kavan fue hallada muerta en su casa de Londres, completamente sola. Oficialmente sucumbió a un ataque al corazón, pero la escena resumió la oscura leyenda de su vida: tenía una jeringuilla entre los dedos, y la policía informó que allí había “suficiente heroína para matar a toda la calle”.

El laberinto glacial de Ice

Ice tuvo edición española (Trotalibros, 2021). Publicada en 1967, Ice —la “misteriosa e inclasificable” obra maestra de Anna Kavan— crea un mundo apocalíptico, oscuro, angustioso y alegórico. Una nueva era glaciar avanza sin piedad, congelándolo todo a su paso y desatando guerras, caos y migraciones masivas en un planeta sumido en el silencio helado.

En medio de ese fin del mundo blanco, un narrador sin nombre —un exsoldado atormentado— atraviesa tierras desoladas en busca de una muchacha etérea, de cabello plateado, a quien ama con devoción obsesiva. Ella es casi irreal: “blanca, nívea y dorada como el hielo al sol”, frágil y sumisa tras una infancia sin cariño. El narrador dice querer rescatarla, pero a cada paso sus impulsos revelan un deseo más oscuro de control y posesión. Otro hombre, especie de carcelero conocido solo como el “Guardián”, mantiene cautiva a la chica; así, la búsqueda deviene un triángulo opresivo de víctima y dos perseguidores.

Ninguno de los personajes tiene nombre propio; tampoco los lugares se identifican. Ice se desarrolla en un no-lugar onírico y distorsionado, donde tiempo y espacio se quiebran en escenas alucinatorias. La narración salta entre recuerdos, visiones y fantasías; los sueños se confunden con la vigilia, y la realidad misma es inestable («la realidad siempre me ha resultado un tanto desconocida», confiesa el narrador). La prosa de Kavan, directa pero atmosférica, envuelve al lector en una cadencia hipnótica. El resultado es desconcertante y a la vez seductor: la novela inquieta y hechiza a partes iguales.

"Por momentos Ice se lee como una alegoría de la devastación ambiental y del terror nuclear de los años 60. También es inevitable una lectura de género"

¿Qué significa este oscuro cuento de hadas en el que la obsesión y la destrucción lo gobiernan todo? Las interpretaciones se multiplican. Por momentos Ice se lee como una alegoría de la devastación ambiental y del terror nuclear de los años 60 (se insinúa que la glaciación es efecto de un experimento atómico). También es inevitable una lectura de género: la dinámica entre el narrador y la muchacha —esa “criatura sumisa” quebrada por antiguos abusos— evoca la violencia patriarcal y la toxicidad del deseo de posesión. Sin embargo, más allá de estas claves, la novela opera sobre todo como un retrato de la alienación humana llevada al extremo. Kavan nos sumerge en la psique fragmentada de un protagonista para quien la destrucción exterior no es sino reflejo de su propio abismo interior. El avance inexorable del hielo bien puede leerse como metáfora de una catástrofe íntima: la depresión congelante de la autora, o incluso la “nieve” blanca de su adicción, que entumece y paraliza todo a su paso. Ice admite todas estas capas de significado a la vez, sin limitarse a ninguna explícitamente; de ahí su perdurable misterio.

Autora de culto y enigma eterno

La literatura de Anna Kavan nunca fue un fenómeno de masas. Su voz, tan personal e inclasificable, desconcertó a muchos críticos, que la tildaron de “excesivamente innovadora, demasiado compleja y vanguardista”. Aunque Ice le otorgó un reconocimiento tardío, su nombre se desvaneció pronto del primer plano.

Autores de primer nivel, sin embargo, supieron apreciar su genio: Doris Lessing, Anaïs Nin o J. G. Ballard elogiaron con fervor el extraño atractivo de su obra. Brian Aldiss llegó a proclamar que Kavan era “la heredera de De Quincey y la hermana de Kafka”, destacando tanto la raigambre narcótica de su imaginación como su parentesco con las visiones kafkianas. Aun con tales respaldos ilustres, Kavan permaneció en la sombra. La difusión de su obra tampoco se vio favorecida: muchas de sus novelas se publicaron en un sello independiente diminuto, lo que limitó su alcance. Además, no era una escritora de lectura fácil: sus páginas, pobladas de pasajes incómodos y oscuros —reflejo de una personalidad inquietante y poliédrica— no ofrecían concesiones al lector común.

La figura de Anna Kavan, por su parte, alimentó desde siempre esa condición de autora de culto. Rehusó la celebridad y vivió deliberadamente al margen, transformando su existencia en un extraño experimento vital: se reinventó con un nombre nuevo, adoptó una estética propia (esa cabellera rubia casi de otro mundo), desafió las convenciones sociales de su época y nunca ocultó sus flaquezas ni sus adicciones. Su biografía de tintes trágicos —plagada de pérdidas, viajes y estancias en psiquiátricos— impregna su literatura de una autenticidad dolorosa. Ice condensa en forma de fábula onírica muchos de esos demonios personales, y quizá por ello sigue generando fascinación: es una obra radicalmente íntima y a la vez universal, nacida de una mente atormentada que supo transmutar el sufrimiento en arte. Hoy, tras décadas de olvido bajo el hielo, Anna Kavan resurge como un faro secreto de la literatura del siglo XX. Su aura enigmática permanece intacta, y su voz —gélida, visionaria, distinta a cualquier otra— continúa susurrando a nuevos lectores desde las fronteras de la locura y la imaginación.

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Cecilio macarrón
Cecilio macarrón
3 meses hace

Siempre interesante introducirse en otros mundos y más si es guiado por la Dra Amor, conocida fuente inagotable de sorpresa y sabiduría. Gracias.

Rosa Amor
3 meses hace
Responder a  Cecilio macarrón

Muchas gracias

Jorge Juan 65
Jorge Juan 65
3 meses hace

Aunque lo británico no es santo de mi devoción y me confieso enganchado s los pícaros, me ha gustado esta ventana inesperada hacia lo nuevo. Gracias.