Javier Castillo, de 38 años, se encuentra inmerso en la doble promoción: de la serie El cuco de cristal, de Netflix, basada en una de sus novelas, y el best seller El susurro de fuego. Son sus dos meses de locura total antes de volver a encerrarse a trabajar (previo paso por Laponia, en un viaje familiar confesado fuera de micro con su mujer y sus tres hijos) y anclarse, en definitiva, a un nuevo relato. El rey del thriller emocional español y fenómeno de las librerías y las series de misterio patrias en Netflix derrocha simpatía y candidez, así como una ilusión fuera de toda duda a la hora de hablar del misterio que se cuece en los bosques de Cáceres, privilegiado enclave natural donde se desarrolla El cuco de cristal.
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—El cuco de cristal es tu sexta novela. ¿Has cambiado tu estilo, tus inquietudes, desde que comenzaste?
—En realidad elijo el estilo de escritura en cada libro. Es verdad que tengo mi voz de narrador, pero la elijo dependiendo de cada novela. Cuando escribo una que sé que forma parte de una serie, como La chica de nieve o El juego del alma, ahí hay un viaje distinto a cuando sé que estoy escribiendo una única historia. Sí es verdad que en cada novela he ido probando un estilo de thriller distinto, para divertirme. Empecé con El día que se perdió la cordura y El día que se perdió el amor, dos novelas muy rápidas, explosivas, con 85 capítulos y 85 giros. Otro tipo de libro. Luego, conforme he ido jugando con distintas novelas y subgéneros, me he ido probando con la intención de divertirme con cada libro. Con El cuco de cristal, sabiendo que iba a ser una novela única, también me la quería tomar como una oportunidad de olvidarme del personaje de Miren en La chica de nieve. Tenía ya todas las herramientas y me propuse disfrutar cada capítulo.
—Como has dicho, es una novela autoconclusiva. Pero si El cuco de cristal tiene más éxito todavía en Netflix que La chica de nieve, ¿te propondrías una segunda parte?
—Cuando escribes no piensas eso. Si es un megaéxito y la gente quiere más, se podría tocar el tema de otra manera. No es algo que contemple, está fuera de mi alcance. Porque la historia está bien construida en el sentido de que tiene su universo cerrado. Tiene un final que te hace pensar, pero eso es distinto a estar abierto, y hace que el espectador se quede con ganas de imaginarse su propia versión. A mí eso me fascina, pero no precisa más. No es algo que quieras tocar. Si las cosas están bien hechas, no tienes que intentar estirarlo por dinero, tienes que hacerlo por disfrute. En mi caso hago las cosas porque me apasionan o lo merecen. Pero te diría que está todo en El susurro del fuego, que es mi última novela, y tiene potencial también.
—Habéis insistido en que es un thriller emocional. Es una mujer que busca al donante de su trasplante de corazón, que parece un argumento más de drama que de thriller.
—Tanto la novela como la adaptación tienen ese tema de fondo, porque me gustaba mucho esa ambigüedad, por lo que supone una donación y lo que representa que sea de corazón. Me gustaba mucho contarlo como un drama, pero a la misma vez como un misterio a resolver. De un modo u otro, es una historia de amor, la de un corazón que viaja de vuelta a la familia, con todo lo que ello implica. Es jugar a que ella aprenda también que su donante estaba lleno de secretos y oscuridad. Y al mismo tiempo, siente que forma parte de algo cuando ella no se sentía parte de nada. Me gusta tocar temas ambiguos, buscar esa línea donde están las historias.
—Han pasado solo diez años desde que te autopublicaste. ¿Te crees todo lo que ha pasado en este tiempo?
—Es una locura. Yo me paso nueve, diez meses al año encerrado sin hablar con nadie, y luego dos meses y medio expuesto, hablando con todo el mundo. Luego desaparezco de nuevo. La vida de escritor es solitaria, pero cuando sales te das cuenta de todo lo que está pasando con lo que escribes, y no te lo crees. Porque la mayor parte de tu vida no es eso, la parte del éxito. Mi parte es estar con mis niños en casa, escribir, seguir revisando otra vez el párrafo que acabo de escribir… Ese es el noventa por ciento de mi vida, y luego la locura. Además, no lo puedes predecir, surge espontáneamente. De repente un libro conecta y no sabes por qué. A mí me encantan los libros que llegan a todos, y autores con una voz única, como ahora pasa a David Uclés. Me parece maravilloso lo que está pasando, pero no se puede planificar. Solo crear, dejarte llevar, no imitar a nadie y si tiene que pasar, pasa.
—Antes has hablado de estar con tus niños. ¿Cómo te las arreglas con los horarios?
—Mis horarios son complicados. Tengo dos horas mágicas entre las cinco y las siete de la mañana. Me despierto a esa hora todos los días y escribo. Y a las siete y cuarto se despiertan los niños, pero al menos he tenido dos horas en las que nadie me molesta. Las uso de creatividad absoluta, en un torrente de escribir sin pensar. Luego llevo los niños al cole, hago deporte, y organizo horas de escritura por la mañana. Luego la tarde ya es de los niños, familiar. Lo disfruto mucho, porque no se nos puede olvidar que la vida es eso, pero mi mejor historia son mis tres hijos, y mi mejor trilogía son ellos tres (ríe). Cuando se duermen por la noche, a las nueve, reviso un poco lo que he hecho y trato de esbozar alguna línea para el día siguiente. Pero el último mes antes de la entrega es continuo. Desaparezco y mi mujer se encarga de todo, porque sabe que ese último mes es de obsesión enfermiza.
—Quizá algún dia puedas utilizar ese material para una historia de otro género…
—Tener hijos te da emociones que no comprendes hasta que los tienes. Te enseña el amor verdadero, más puro. Y te enseña también el miedo más atroz, porque te das cuenta de que si les pasa algo a ellos es mucho peor que si te pasara a ti. Esa renuncia de ti mismo te permite conocer cuál es el nivel máximo de amor, porque algunas personas quieren algo pero no lo quieren completamente. ¿Qué es completamente? Pues ser capaz de morir por amor. Y eso te lo dan los hijos y poco más. Necesitas conocer esas emociones para escribirlas en toda su magnitud.
—El cuco de cristal son básicamente dos historias al precio de una.
—Sí (ríe). Lo planifico todo mucho. Antes de escribir ya empiezo a crear la historia y me obligo a escribirla en el orden en el que la lees. No escribo la trama y luego la divido, porque luego las tramas no encajan. Y a mí me gusta disponer los giros con un plan, que coincidan la trama del presente y el pasado. Tienes que calibrar la emoción al escribirlo, y a mí me gusta plantearlo todo mucho antes de sentarme a escribir.
—Entre un giro impactante y crear emoción, ¿qué prefieres?
—Me gustan ambos. Tiene que haber de los dos. Necesitas el golpe de efecto para atrapar, romper los esquemas y generar una curiosidad abrumadora, Y además te hace sentir que no has visto venir algo. Pero al mismo tiempo el 98 por ciento de la novela no es es eso, es todo lo demás, lo que construye eso. Y cuando juegas con el drama tienes que introducirte en un estado en el que no sabes lo que estás viendo hasta que te explota delante.
—¿Alguna diferencia sustancial entre el libro y la serie?
—Hay un cambio importante, el de la ambientación de EEUU a España. Y ya con ese cambio viene otro, porque en EEUU existe un sistema en el que si donante y receptor se quieren conocer, pueden hacerlo. El hospital apunta a ambos y te pasan los contactos si los dos lados quieren. Aquí, en la UE y España, eso no se puede hacer, y ya cambia la dinámica de la historia. Ella empieza por eso a investigar y relacionar un accidente con otro, y en la adaptación busca activamente quién es. Luego, el mundo visual lo hemos reforzado con ese pueblo y esa fiesta que le da fuerza, e incluso en el final hay ligeros cambios en la dinámica de la resolución, aunque todo funciona con la misma fuerza.
—Asumo que estuviste muy implicado.
—Estoy como consultor de guiones, y en la producción. Pero son los guionistas los que esciben los diálogos y las escenas. Estoy de guía porque tengo medido el pulso narrativo de las cosas, cómo caen los diálogos… pero al mismo tiempo tienes que dejar hacer, porque son muy buenos y sus ideas también lo son. Todos trabajamos en equipo.
—Es tu tercera serie con Atipica y Netflix. Intuyo que has tenido suerte con esa asociación.
—Suerte y fortuna absoluta. A Netflix le gustan las historias que escribo porque son universales, funcionan en muchos países. Y con Atipica hemos conseguido montar un equipo, tanto Jesús Mesas y Javier Andrés y los guionistas, en el que nos entendemos muy bien. Ellos han entendido mi universo, mi lenguaje, y trabajamos juntos para que así sea. El cuco de cristal parece una película de cinco horas. Tiene un nivel de calidad bestial, una estética de cine, con barbaridad de exteriores de una belleza brutal, y una fotografía cuidadísima.
—E Iván Massagué está brutal en la serie.
—Es el personaje más complicado de todos, y en la novela está contado igual. Está presente en todas las escenas pero no te das cuenta de su importancia. Y es brutal lo que hace. En el capítulo cinco de repente te metes en esa cabeza y descubres lo que hay tras un capítulo durísimo.
—Después de todas estas turbulencias, ¿qué viene después?
—Ahora mismo promociono El susurro del fuego, que es un gran salto porque por primera vez es una novela en España, ambientada en Canarias. Es una historia poderosa, creo que muy universal, y ahora estoy en la luna de miel de presentarlo y que la gente lo descubra. Y cruzando los dedos para que llegue muy lejos. Si llega una potencial adaptación, habrá que cruzar los dedos y celebraremos. Pero de momento, centrado en que la gente disfrute del libro.


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