Sabemos que Arthur Conan Doyle conoció al doctor Joseph Bell mientras estudiaba en la Royal Infirmary de Edimburgo, quedando impresionado con su capacidad para hacer diagnósticos acertados observando a los pacientes y fijándose en los detalles más ínfimos. Bell enseñaba a sus alumnos a utilizar sus sentidos para deducir la información vital de los pacientes, algo que años después vimos hacer a Sherlock Holmes en sus novelas. El propio Doyle dejó por escrito que Homes existía gracias a Bell.
En ella, el autor nos presenta a un joven Conan Doyle, con las inseguridades propias de la edad, sobre todo las basadas en el amor romántico, que está muy interesado en el mundo del espiritismo y en los fraudes que se cometen. Tanto es así que ha escrito una novela al respecto.
La trama comienza cuando Doyle recibe una invitación para acudir a una sesión espiritista en la que se prevé que alguien puede morir y, como persona interesada en el tema, no puede resistirse. Acude fijándose en cada detalle para encontrar el fraude; la espiritista, los ganchos que están para que la víctima de la sesión viva la sensación de (falsa) inmersión en lo sobrenatural, los ruidos, imágenes e incluso los objetos flotantes. Todo está siendo rigurosamente observado por Doyle, que es testigo del asesinato prometido, y escapa por los pelos de esa misteriosa sesión, convertida en un espectáculo sangriento, con la ayuda de un joven. Así es como conoce a Jack Sparks, a quien el lector identificará rápidamente como modelo de Holmes gracias a sus habilidades. Parece que, con su novela, Doyle ha logrado atraer la atención de siete personas poderosas, que ven una similitud demasiado acusada entre la ficción del joven escritor y sus planes, por lo que tienen que evitar que salga a la luz. Comienza entonces la persecución, la intriga y los saltos entre lo real y lo paranormal, en una novela que bien podría haber estado protagonizada por Holmes y Watson, incluyendo el cuidado con el que el autor ha tratado la prosa para que el lector tenga la sensación de estar leyendo una novela original.
Frost logra una obra notable con personajes intrigantes, en los que podríamos ver el trasunto de los que Doyle plasmaría en su famosa serie —salvo que Doyle la escribió mucho antes—, logrando que el lector olvide qué es real y qué es ficción y se someta a la verdadera metaliteratura. Porque, si bien es cierto que la ambientación victoriana es magnífica, los acertijos y deducciones acertados y la mezcla con lo sobrenatural está medida a la perfección, lo que da verdadera identidad a la novela es su capacidad para convencernos de que estamos ante la verdadera inspiración de Doyle. Desdibuja lo que sabemos para mostrarnos una aventura que bien podría haber inspirado al famoso escritor, con guiños a situaciones, obras e incluso a la mismísima Irene Adler, que hará las delicias de cualquier aficionado a las novelas protagonizadas por el famoso detective o a las novelas de misterio en general. Y es que quizás alguno no lo sepa, pero Mark Frost demostró hace ya unos años su capacidad de convencer al lector de que la frase “si eliminas lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, será la verdad” (por cierto, dicha por Sherlock Holmes) puede no ser tan sencilla cuando todo sucede en Twin Peaks, y ahora, aunque de una manera distinta, lo ha vuelto a lograr en La lista de los siete, desdibujando las líneas de la realidad.
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Autor: Mark Frost. Título: La lista de los siete. Traducción: Alberto Coscarelli. Editorial: Impedimenta. Venta: Todos tus libros.


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