Yo no sé qué extraño embrujo ejerce sobre los hombres el nombre de lo antiguo. Dígase “Homero”, y todo el mundo se quita el sombrero como ante una aparición divina; pronúnciese “La Ilíada”, y las más jóvenes plumas tiemblan, los eruditos se inclinan, y los estudiantes —¡pobres víctimas del hexámetro!— se preparan a sufrir su penitencia con el estoicismo de Aquiles, que al menos tenía su botín de guerra y su cólera para entretenerse.
Dicen los sabios que la Ilíada es el poema de la guerra, de la cólera y del destino. Y yo digo que es, ante todo, el poema del bostezo: veinte y cuatro cantos de repeticiones solemnes, donde los dioses se entretienen en disputas domésticas, los hombres se matan con admirable monotonía y los lectores —modernos al fin— buscamos en vano un poco de humanidad que no esté embalsamada en fórmulas.
Homero, nos aseguran, cantaba de memoria; quizá por eso su poema parece dictado por un viejo ciego que se olvida a cada paso de lo que ha dicho. Empieza con la cólera de Aquiles, pero a la mitad ya no sabemos si Aquiles está airado, retirado o simplemente aburrido de tanta asamblea. Los griegos discuten, los troyanos resisten, los dioses intervienen, y al final, cuando uno cree que todo acabará con la caída de Troya, resulta que no: el poema se interrumpe en el funeral de Héctor. ¡Y luego dicen que el arte clásico es armonioso y completo!
Si Homero hubiera vivido en nuestro siglo, los editores le habrían rogado que resumiera su epopeya en un folleto de viajes: Diez años bajo las murallas de Troya, con grabados y notas del autor. Pero, en lugar de eso, tenemos que asistir a la procesión interminable de los epítetos: Aquiles “el de los pies ligeros”, Hera “la de níveos brazos”, Ulises “el de los muchos ardides”. ¡Oh monotonía sagrada del estilo homérico! Si al menos algún personaje tropezara, se despeinara o dijera una necedad humana, podría uno respirar entre tanto mármol.
Mas no: en la Ilíada todos los hombres son héroes, todas las mujeres suspiran con dignidad, todos los dioses descienden con aparato celestial. El lector moderno, acostumbrado a los dolores íntimos, a los conflictos del alma, se encuentra de pronto entre un coro de estatuas que hablan en verso y se matan por protocolo. Aquiles no ama, se enfurece; Héctor no teme, se sacrifica; Andrómaca no llora, entona elegías. El sentimiento humano, ese temblor que hace viva la poesía, parece aquí ahogado por el oropel de la epopeya.
Y sin embargo —me dirán los críticos profesionales—, ¿no es la Ilíada el principio de toda literatura occidental? Sí, lo es, pero también el principio de sus defectos. Desde Homero hemos heredado la idea perniciosa de que la grandeza consiste en alargar los discursos, en llenar los versos de fórmulas y en convertir la emoción en ceremonia. La modernidad, que tanto se precia de claridad, aún se arrastra bajo la sombra de aquellos hexámetros: cada poeta que invoca a su musa no hace sino repetir el mismo gesto que Homero, con menos fe y más pedantería.
Y no se me diga que el encanto del poema está en su oralidad, en ese ritmo que se repite como el canto del rapsoda junto al fuego. ¿Qué fuego, señores? ¿Qué canto? Yo leo y releo, y solo escucho el ruido metálico de los escudos, el crujido de las lanzas, el recitado interminable de patronímicos. En el canto II, por ejemplo, Homero enumera las naves griegas con la paciencia de un escribano. ¡Cuántos barcos, cuántos nombres, cuántos pueblos! Si el poeta hubiera tenido un secretario, habría sido el primer burócrata de la historia.
Pero concedámosle algo: Homero sabía repetir. Y repetir, en tiempos de oralidad, era recordar. Tal vez ahí esté su genio, no en la invención, sino en la memoria. Sin embargo, ¿qué mérito tiene hoy leer una memoria de batallas donde los héroes se suceden como números de legión? Si el lector contemporáneo busca en la poesía un espejo del alma, la Ilíada le ofrece un muro de bronce.
Hablemos de los dioses, esos divinos entrometidos. Zeus se aburre, Hera intriga, Atenea favorece a uno y luego al otro; parece una comedia doméstica disfrazada de teología. Si la guerra de Troya dependía de tales divinidades, no me extraña que durara diez años: los dioses griegos son más caprichosos que los censores de nuestro teatro. Y cuando intervienen, lo hacen con una cortesía tan aparatosa que uno desearía verlos tropezar con su propia nube.
Lo confieso: hay momentos en que la Ilíada se alza sobre su propio polvo. Cuando Héctor se despide de Andrómaca, o cuando Príamo besa las manos de Aquiles, sentimos que algo humano se asoma entre los mármoles. Pero son ráfagas fugaces, como si el poeta, cansado de tanto heroísmo, se permitiera recordar que los hombres también sangran por dentro. Luego vuelve el trueno, y la emoción se disuelve en solemnidad.
Quizá no deba culparse a Homero, sino a sus adoradores. ¡Cuántos eruditos han hecho del poema una religión y de cada verso un dogma! La Ilíada no se lee: se venera, se comenta, se traduce, se coloca en los estantes como reliquia de sabiduría. Y así la pobre obra, nacida para el canto y la pasión, queda reducida a objeto de examen, a piedra de toque de la erudición. El fuego del poeta se ha apagado bajo el polvo de los comentaristas.
Yo, que prefiero la sinceridad al mito, declaro sin temor que la Ilíada envejece. No el tema, que es eterno —la guerra y su absurdo—, sino su modo de contarlo. Homero celebra la cólera del héroe; nosotros conocemos la fatiga del soldado. Él glorifica los cuerpos; nosotros contamos los cadáveres. Entre su canto y nuestro silencio se abre la historia entera del desencanto.
Y sin embargo, al cerrar el libro, siento cierta ternura por aquel ciego antiguo que cantó sin saber que inventaba una tradición que acabaría por sepultarlo. Homero fue el primer poeta y, tal vez, el primer aburrido de sus propias repeticiones. Si Homero resucitara hoy, pediría al menos un corrector que le quitara la mitad de los epítetos y una imprenta que le cobrara por línea: se haría más conciso.
Así pues, lectores míos, cuando os digan que la Ilíada es el más grande poema de la humanidad, creedlo si queréis, pero leedlo con café y paciencia. Veréis que, detrás de la armadura del clasicismo, late un corazón fatigado que quiso cantar la gloria y acabó escribiendo la rutina de la guerra. No niego el genio, pero sí la eternidad de su encanto: hay grandezas que pesan, como las coronas de mármol.
Homero, padre de la poesía, perdónanos: tus hexámetros nos duermen, tus héroes nos cansan, tus dioses no nos divierten. Quizá la culpa sea nuestra, que ya no creemos en la gloria. O quizá la tuya, que la cantaste demasiado.
Y así, cerrando el libro con un bostezo respetuoso, dejo a Aquiles en su tienda, a Héctor bajo sus murallas y a los dioses en su Olimpo burocrático. Que sigan guerreando mientras nosotros, los modernos, aprendemos —al fin— que la cólera no da sentido a la vida, sino a los poemas que la disimulan.


Nadie sabe si lee a Homero o al erudito escribano que logró hacer sobrevivir el asunto. Quizás lo hizo gracias a adjudicarselo a aquel. La Iliada no es La Guerra y La Paz, pero nadie espera que lo sea, no hay Pedros ni nada. La Iliada es una mirada privilegiada a ese mundo 7 ciudades abajo que queremos calzar a la fuerza en nuestra cabeza moderna. Se debe dejar allí, hagamos critica a la basura contemporánea que día a día inunda los estantes. Hagamos los honores a Aquiles, Ajax, Hector, Ulises y más. Nada más.
La peor nota que leo sobre un clásico… alguien que no es ni una uña en el dedo de Homero habla de bostezo, por favor
De acuerdo con usted. El autor de la nota tan despectiva no tiene un ápice de interés histórico. Con razón no intenta escribir novelas.
Escombro anticlásico
La Ilíada es todo, menos aburrida, que te haya dañado el cerebro con tantos nombres y epítetos, no es culpa de Homero, en sus tiempos todo era ceremonioso, si quieres ser crítico, mejor dedícate al ámbito culinario
Criticar, con baremos y enfoque actual, la Ilíada, es como negar el valor artístico de los los Lamassu, simplemente porque no existan en la fauna real.
Alex es tan poco pudoroso que hacia el final de su texto se atreve a generalizar en primera persona del plural sumándonos a todos a lo que a él le sucede cuando lee la Ilíada. Estamos obligados a ser solidarios con su ánimo y su propia experiencia porque él se sabe incapaz de acudir solo a algo como esto que ni siquiera incurre en valoraciones ácidas y acuciosas, no, nada de eso. Hay en el fondo unas ganas de que cierto tipo de lector diga: ea, esto es lo que yo pienso, desacralicemos a Homero y a la Ilíada. Todo porque él de pronto se tropezó este libro y se puso a leerlo, como él dice. No lo ha estudiado siquiera, que tampoco se le pide, no pareciera que pueda, es que la pereza tiene una malísima presencia. Hasta para atacar un clásico hay que tener altura e inteligencia mínimas, pero, Alex, la verdad, convengamos, no estabas obligado a eso. También pudiera decirse que este medio publica esto con el fin de generar discusión, pero ¿qué hay que discutir aquí? ¿Qué? Solo hay un sujeto desarmado intelectivamente que dice barbaridades cada dos líneas, mal dichas además, y que no tiene el nivel mínimo sino para dejarle palabras de lástima y misericordia.
Alguien que se cree un intelectual del siglo XXI denostando a uno de los pilares de la literatura occidental. Mejor debería leer la Decadencia de Occidente de Spengler y se verá muy reflejado en ella.
Hay Alex, Alex, cuanto te falta aprender!! Has querido ser original en tu opinión y lo que lograste es evidenciar tu IGNORANCIA!!
Sólo una cosa, señor Joyce: Conócete a ti mismo.
Un saludo.
Dios mío! De donde salió este
El autor de este despropósito es tan irrelevante que ha necesitado escribir algo que ni se cree para generar polémica. El peor hexámetro de Homero vale más que cualquier cosa que este ejemplar escriba en esta vida y en la otra.
Por qué? Por qué vale más el hexámetro de un señor que nunca lo compuso para ti, que lo que una persona viva de tu tiempo puede escribir? Ves el futuro? Puedes darme algún ejemplo comparativo? No?
Todos -(3) sabemos las respuestas. Valerio tiene pinta de no tenerlo claro.
No, no y no, Valerio.
No es recomendable hacer gala de la ignorancia. Los poemas homéricos constituyen el germen de la literatura occidental, y su influencia puede rastrearse desde Hesíodo, Píndaro, los trágicos, Platón, Aristóteles o Virgilio, hasta Cervantes, Shakespeare, Valle-Inclán o Joyce. La complejidad y el valor compositivo de más de quince mil versos sujetos a una cláusula rítmica fija —el hexámetro dactílico— no pueden reducirse, como es evidente, a un juicio superficial. Resulta difícil comparar la ligereza, la vacuidad y la nadería de afirmaciones como “la cólera no da sentido a la vida, sino a los poemas que la disimulan” con la intensidad emocional y dramática de escenas como la súplica de Príamo ante Aquiles:
“τοὺς δ’ ἔλαθ’ εἰσελθὼν Πρίαμος μέγας, ἄγχι δ’ ἄρα στὰς / χερσὶν Ἀχιλλῆος λάβε γούνατα καὶ κύσε χεῖρας / δεινὰς ἀνδροφόνους, αἵ οἱ πολέας κτάνον υἷας”
(Y el gran Príamo entró sin que lo notaran; se acercó, / tomó las rodillas de Aquiles con sus manos / y besó aquellas manos terribles y homicidas, / que tantas vidas de sus hijos habían segado).
Además, conviene leer por completo aquello que se pretende juzgar. No puede afirmarse que uno “deja a Aquiles en su tienda, a Héctor bajo sus murallas y a los dioses en su Olimpo burocrático” cuando Héctor muere extramuros, tras despedirse en un pasaje de gran lirismo de su esposa y su hijo, o cuando los dioses intervienen activamente en la contienda y llegan incluso a ser heridos.
También sorprende la censura a los epítetos y a las repeticiones, rasgos que no son defectos, sino elementos mnemotécnicos e inherentes a la tradición oral del poema. Criticarlos es tan improcedente como reprochar a una novela del realismo sucio el uso de expresiones vulgares, o al “Quijote” su insistencia en las novelas de caballerías y su parodia. Las repeticiones y los epítetos conforman la identidad estética y rítmica de la épica arcaica; de hecho, Virgilio los imita deliberadamente en su “Eneida”, sin necesidad, como homenaje al modelo griego.
En definitiva, antes de decir absurdeces para generar polémica, conviene comprender lo que Homero representa: el origen mismo de nuestra tradición literaria. Todo lo demás —la ocurrencia ingeniosa o la crítica histriónica— se desvanece ante la evidencia de un poema que, después de casi tres milenios, sigue hablándonos con la misma claridad.
La mejor obra de Homero
La Ilíada y la odisea
Obras cumbres y la más famosa
No te conozco y seguro olvidaré la página donde te leí. Felicidades, escribes lo que todo adolescente piensa cuando lo obligan a leer a Homero. Por cierto, fue una obra para ser oída, por eso aburre cuando se lee. El catálogo de las naves seguramente no lo escribió Homero. Si lees la obra pensando que los troyanos eran los buenos, es una tragedia bastante triste; ahí está la profundidad que no supiste leer. Saludos y gracias por hacer llorar a los pseudoconocedores
¿Y si todo resultara ser una provocación y hemos caído de pleno en ella? ?Por qué? La narrativa no es torpe, el argumentario contiene unicidad y el constructo se acerca a estructural. ¿Tan torpe sería después de ese esfuerzo que nos pareciera un abotargado?
Porcentualmente, en su opinión. ¿Cuánto se acerca a estructural?
Joder..por fin alguien lo dijo..tanta pedrada y bestialidad sin ton ni son…jabra quién mantenga que hay que leerlo en griego antiguo..más a mí favor, que diría la Codorniz
Ojalá hubiera podido estudiar griego antiguo y que un profesor te explicara el sentido y significado de esos versos inspirados por las musas.Una lástima,pero todavía estás a tiempo!
Reconozco que mi comentario está llevado al límite y sí, no soy ningún experto en cultura griega antigua..me dejo enseñar
Casi olvido decirle joven Alex Joyce que en algunas épocas se escribieron novelas en versos, hasta era la moda, y así el gran Lope de Vega escribió su novela “El Peregrino en su patria” en versos, y la publicó creo que en 1612, para intentar competir con El Quijote del genial Miguel de Cervantes. Intento frustrado. De la poesía de Lope se puede esperar todo, de su novelística muy poco.
Las formas de contar historias han variado con el tiempo, hoy también contamos con el cine y las computadoras, con los recursos de la realidad virtual, con la radio y la televisión, con la Internet. Cambian, se amplían, las formas y los instrumentos, oralidad, escritura, versos, prosa, locutores, actores, canciones, tablillas, libros, imágenes, sonidos, lo que permanece inmutable es la necesidad de contar historias, desde nuestros antepasados en las Cuevas de Altamira. Las Artes son las mejores creaciones de nuestra irracional especie, el Homo Bellicus. Lamento que usted, joven Alex Joyce, no tenga la capacidad para entender la Literatura, lo que Natura no da, Salamanca no presta.
La Iliada debe leerse con la conciencia de que es una obra escrita hace casi 3000 años, que por eso mismo transmite la emoción de transportarnos a otra dimensión de la historia y la cultura humana. La civilización micénica se abre milagrosamente a nuestra mirada a través de ese texto inverosímil. Cada nave mencionada por Homero es un fogonazo en la oscuridad de los tiempos irremisiblemente perdidos. No es una obra para adolescentes, ni para frívolos, ni para personas con una culturilla superficial.
Siento lástima por el autor de este artículo.Quiero pensar que solo ha leído un poco…él solo se carga el final de La Ilíada!!!
Entiendo muy bien lo de la especialización en demoliciones perversas.
Es una simple nota que no entiendo, como el crítico aquí, no entiende la objetividad. Una simulación o una pretención de creer entender. Homero no tiene que nacer para corregir su obra… Él no pertenece a este tiempo, igual, que nosotros no pertenecemos a al tiempo de Homero. Quien no tolere tal lectura que la suspenda, de igual modo hoy día enbla palestra hay una miriada de malas historias, y tal vez, contando lo mismo,y con una agrabante, un sin fin de escritores sin la fortaleza para de llegar a los talones de Aquiles, al corazón de Hector, o a la nobleza de Priamo.
estoy en acuerdo con algunas directricez sobre la escritura, como abundante respetitividad, pero eso es para los escritores de este siglo, no para los que ya han dejado un camino pavimentado rumbo al olimpo
En verdad, espero que lo suyo sea un comentario sarcastico, porque si solo pudo encontrar en la Iliada un simplre monton de pequeñeces, creo que no entendió para nada de lo que habla esa maravillosa obra, que la lei hace muy poco porque no me sentia capaz de entenderla y lei y escuche y pregunté mucho antes de tomarla y realmente la aproveche y la disfrute enormemente, tanto en los relatos de las batallas, la enumeracion de barcos o combatiente y su prosapia como tambien pude reconocer todo lo que muestra de las pasiones y bajezas humanas. Tal vez el equivocado sea yo en mi apreciación de simple lector y usted, tal vez sea un catedrático o algo por el estilo pero me parece que su juicio lo deberúa haber volcado con un poco mas de humildad. gracias por darme la posibilidad de enfocar esa maravillosa obra desde otra óptica y no compartirla para nada.
Héctor sí tiene miedo. Él escapa de Aquiles. Sabe que el destino de Troya está ligado al suyo. No entendiste nada. Y menos si no leíste sobre Mitología Griega; lo que te parece aburrido, burocrático, tendría sentido si conocieras la historia de los que participan en la guerra, tanto hombres como Dioses, y las razones que los llevan a tomar las decisiones que toman. Sin Troya no hay Eneida, y sin Eneida no hay Divina Comedia: seguramente fanfarroneás citando a Dante para hacerte el intelectual. Cualquier payaso se toma la licencia de menospreciar a una obra casi sagrada, de miles de años. Mañana vas a escribir que Sun Tzu también era aburrido y burocrático. Entiendo que todos pueden opinar, pero no que dejen opinar a cualquiera.
PD: jamás vas a encontrar la opinión de un gran escritor hablando de Homero como vos lo hacés.
Joven Alex Joyce:
Lo felicito por lograr su meta de escandalizar. Atrajo la atención sobre Homero, La Ilíada, La Odisea y la poesía narrativa (o épica). Quizás redescubramos que Homero inventó el Monólogo Interior, que la narración bifurcada nació con La Odisea y que traducidas en prosa sus obras son novelas; que Tersites sufrió la primera censura en la Literatura de Occidente y que su censor, el primer censor en la Literatura Occidental, fue el astuto Odiseo, Rey de Ítaca y asolador de ciudades, actuando como jefe militar en un ejército; que puede reinvindicarse a Tersites como mártir de la libertad de expresión y promotor de la democracia; que la “novela de formación” nació con la Telemaquia; y que los héroes homéricos, tan egoístas, paganos, fatalistas y dados al llanto, están siendo sustituidos desde 1615 por Don Quijote, el moderno héroe altruista, cristiano, pundonoroso, esperanzado y esperanzador.
Pobrecito el autor, no tiene idéa de lo que es un clásico de la literatura, ni de la poesía, ni de la maravillosa estructura de esta epopeya griega e internacional de todos los tiempos, es el típico moderno embrutecido con la actualidad que desecha la grandeza, por la torpeza de las generaciones de internet, tic-toc y otras yerbas,es una gran pena que el trabajo de este autor de nota sea escribir, hay que ser muy grande para criticar a Homero, no creo ni de léjos que este sea el caso. Su nota dá lástima demuestra una ignoracia supìna en arte de letras. Sinceramente deplorable lo suyo. Cuanto tiene que aprender.