La sinécdoque es una cosa que hacemos de forma constante. No tiene que ver con la cultura, no necesariamente. Parece más bien algo a lo que damos forma conforme la vida nos deforma, nos conforma. Nos vuelve algo que reacciona en base a experiencias que creemos únicas. Por eso, y porque ya pocos tienen la sana costumbre de leer el diccionario, las palabras son bestias de distinto pelaje para cada cual. También es un modo de asignar a algo complejo el nombre de una de sus piezas. Siempre hemos sido así, pero me niego a pensar que los vídeos de treinta segundos de las redes sociales no tengan que ver con esta desidia en el corolario de nuestra comunicación oral y escrita.
Luto. Tragedia. Impuesta. Escogida. Costumbre o celda. Resultado de amar sin remisión, o pura tradición. Incluso obsesión. Terror o la única paz encontrada.
Fluir. Con la corriente. Como si esta no agitara, y cortara, y lixiviara el sentido. Fluir como si fluir se pudiera hacer a lo seco. Solo la perfección de las aletas de un pez, chiquito, indiferente a las cosas grandes, fluye con las corrientes. Los gigantes se amoldan a los perfiles de las rocas, como el ganado que se arrebuja en una peña o entre los árboles. Fluir como ligereza, como universalidad.
Familia. La dada. La creada. La obtenida. La perdida. Como origen. De qué ya es diferente. Es un núcleo. Como el motor de combustión, como el de las centrales nucleares. Y tiene la capacidad de destruir tanto como crea. Puede colapsar y aun siendo ya incapaz de dañar más, de crear de nuevo, continuar siendo familia.
Iridiscencia. La de la plata o la sal. La del sol que baña un océano azul oscuro. Las escamas delicadas, como papel, de hordas de clupeidos libres. Tantos significados contenidos en una sola refracción, tan metonímica, tan ambigua. La paja en el ojo del que mira.
Amor. Imposible sinécdoque. Creemos que pueda serlo. Y si se cree o se siente así, es otra cosa. Homónimas, homófonas. La boca dice Amor, el pecho y el alma entienden lo que pueden.
Edad. Las piernas que ya no rinden como daban y recuerdan que sí, que uno no solo se siente viejo, que tal vez lo sea. Que hay tantas gradaciones en dos sílabas.
Complejidad. Que nos retrotrae a tanto que ver, que entender. Como un fondo cualquiera de una costa rocosa, repleto de seres de cuerpo blando, de cuerpo de carbonato, de colores que no existen en el mar. Complejo, que hace alusión a abarcar en su totalidad. Tanto sabor en una palabra vuelto otra cosa.
Hij@. Posibilidad, alegría, fracaso, pérdida. Copos de nieve en una tormenta, únicos y distintos para cada ojo que los observa.
Beso. Osculum para el respeto. Suavium, el único verdadero. Otra palabra que nos recuerda que conservamos los usos de quienes las crearon aunque ya ni sepamos que lo hicieron. Que nos unen a los micos del siglo XXI con aquellos que aún usaban el latín como algo vernáculo, en un siglo, el VIII, que poco tiene que decirnos. Y entre acepciones, en un beso, la vida entera pasada por el sentir —el añorar— de una boca amada.
Origen. El de esa vida de más arriba. El del dolor del luto causado por el cese de lo que lo precedió. El inicio a un peregrinaje silente, o no tanto. Un otoño constante, que inicia el invierno, ansiado final de toda vida como signo de identidad. Punto de comienzo de ideas, de planes, de cosas que en un contexto de sinécdoques aplicadas a paradas abruptas, a muertes por corazones rotos que te vuelven cristal de botella varado. Origen de rutilantes iridiscencias de sol.
Vida. Vitamina, literal. Lo entendemos como una propiedad, incluso en esta época en la que nos decimos que no contribuimos a la esclavitud al consumir de los nuevos grandes bwana de la sociedad. Como ser sin más. Fuente de conflictos. Como cosa deseada. Plan truncado, plan desviado. Cosa salvaje fuera de control.
Futuro. Esto que es esperanza, o sorpresa, incertidumbre. Y es sin embargo en su raíz el núcleo verdadero de lo que vida puede significar para algunos. Ser, estar. Si fuéramos menos esperanza y más ser, estancias calmas, serenas, qué sencillo podría ser obtener todas las vitaminas básicas del alma.
Libertad. Ilusoria. Contenida en burbujas de países donde las raticas estamos bien acostumbradas y se nos deja salir y corretear fuera de la jaula. Derecho, sui iuris, mas no iuris et de iure.
Penitencia. Religión, pago desmedido por un perdón innecesario e innegociable. Absurdo. Tambores y nazarenos. Con arrepentirse sobra, no son necesarios los pasos encadenados, ni las rotulas arañando la roca. Penitencia, que también implica “casi”, y si esto no es gracioso, no sé que lo será. Pues como todos los arrepentidos, esconde la mentira en lo que pretende que venga a futuro.
Compañía. O su ausencia, como la marca de la mecha de una vela en la pared, la sombra eterna en una chimenea vieja. Lo negativo como reminiscencia de la fuerza positiva de la palabra en la que se quiere hacer alusión a compartir. La sal, el pan, el refugio. Y poco más. Hasta que, como con todo, lo escalamos, se nos cae o queda atrás.
Ausencia, tan fiel a sí misma que no tiene medias tintas, interpretaciones varias, confusiones con el origen, metonimias ni sinécdoques.


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