Inicio > Blogs > Ruritania > La sublimación del sentimiento, y las flores

La sublimación del sentimiento, y las flores

La sublimación del sentimiento, y las flores

París. Finales de febrero de 1847. Compradores y señoras de la alta sociedad deambulan por el primer piso del número 11 del Boulevard de la Madeleine. Ellos buscan muebles y objetos personales por los que pujar en la subasta que va a comenzar. Ellas —morbosamente curiosas— quieren conocer las habitaciones privadas de su moradora, la más famosa y deseada cortesana de París: Marie Duplessis, muerta de tuberculosis el 3 de febrero. Tenía veintitrés años.

Marie legaba los beneficios de esta subasta a su sobrina, con una única condición: que no fuera nunca a París. ¿Acaso esta sobrina era, en realidad, su hija?

Moría Marie Duplessis y nacía un mito: Marguerite Gautier, La dama de las camelias. 

Clásicos

He vuelto a leer —después de muchos años— La dama de las camelias. No ha sido por casualidad. Sentí la necesidad  —imperiosa— de hacerlo, después de asistir a dos funciones de La Traviata, la ópera de Verdi, basada en la novela de Alejandro Dumas hijo, con la que el Teatro Real de Madrid ha cerrado su temporada operística 24-25.

La dama de las camelias es una historia triste e inolvidable, que se publica en 1848, una año después de morir Duplessis. La Traviata, estrenada en 1853, está integrada en nuestra cultura popular: se canta al amor por encima de todo con unas melodías imposibles de olvidar. La novela y la ópera «están mimetizadas con el inconsciente colectivo e individual», y son «inolvidables», las dos condiciones que, según Italo Calvino, conferían a una obra la condición de «clásico». 

La dama de las camelias

«Como no he llegado aún a la edad de inventar —dice el narrador en las primeras líneas de La dama de las camelias—, me limito a relatar». Y lo hace para complacer a Armand Duval, quien le pide que escriba «un libro con la historia de Marguerite».

La novela se inicia con la subasta de bienes de una joven recientemente fallecida, Marguerite Gautier, a la que el narrador dice conocer «de nombre y de vista». Adquiere un volumen con cantos dorados. Lleva una dedicatoria. Estaba firmada: Armand Duval.

"El lector irá conociendo la historia de Marguerite a la vez que el narrador. Más tarde —en una especie de mímesis entre ambos—, el narrador cederá el testigo a Armand"

El narrador no tardará mucho en conocer a Armand. Entre lágrimas, el joven le dice que estaba de viaje el día de la subasta y «quería tener a toda costa un objeto de Marguerite»: le muestra una carta donde ella le pide que «compre en la subasta cualquier cosa».

Se iniciará aquí una «estrecha» amistad entre ellos, no exenta de «compasión»: Armand —física y moralmente enfermo— lloraba cada vez que hablaba de Marguerite.

El lector irá conociendo la historia de Marguerite a la vez que el narrador. Más tarde —en una especie de mímesis entre ambos—, el narrador cederá el testigo a Armand, para que sea este quien, en primera persona, tome las riendas del relato. En los capítulos finales de La dama de las Camelias, el narrador transcribe «sin añadir ni quitar ninguna sílaba, las palabras escritas de puño y letra por Marguerite»: es el relato de sus dos meses de terrible y solitaria agonía. Marguerite muere «en el desierto del corazón sin consuelo a su cabecera», esperando el regreso de Armand. Él recibirá estas cartas una vez muerta Marguerite. Armand conocerá así la verdadera —y dolorosa— razón de que todo terminara entre ellos: el padre de Armand le pide a Marguerite que renuncie a él, y así «la familia de su futuro yerno», no rompa el compromiso con la hermana de Armand, «una joven casta»

Alejandro y Marie

Aunque obra de ficción, La dama de las camelias posee un elevado componente autobiográfico: Alejandro Dumas hijo fue el gran amor de Marie Duplessis. Y viceversa.

Después de once meses de idilio, el 30 de agosto de 1845, Dumas hijo rompe por carta con Marie: «No soy lo bastante rico para amaros como quisiera, ni bastante pobre para ser amado como vos querríais. Olvidemos, pues: vos, un hombre que os debe ser casi indiferente; yo, una felicidad que me resulta imposible. No hace falta que os diga cuál es mi pena, ya que sabéis bien cuánto os amo. Adiós. Tenéis demasiado corazón para no comprender la razón que me lleva a escribir esta carta y demasiado espíritu para no perdonarme. Todo mi recuerdo».

No volvieron a verse.

Dos años después, Alejandro Dumas hijo escribe a Marie, desde Argelia. Le pide perdón por la ruptura. Ella había muerto antes de que esa carta le llegara.

Armand Duval es el alter ego de Alejandro Dumas: mismas iniciales, AD. No parece tampoco casual que Marguerite se apellide Gautier: el poeta Théophile Gautier, amigo de Dumas hijo, escribió un obituario de Duplessis.

Marie Duplessis era una mujer culta y religiosa, que frecuentaba la iglesia, «a las horas en que Él no pueda avergonzarse de mí», le confesó a Alejandro Dumas. 

La Traviata

Verdi asistió en París a una de las exitosas funciones teatrales de La dama de las camelias, adaptada por el propio Dumas hijo, en 1852.

Por aquel entonces, Giuseppe Verdi mantenía una relación con la soprano Giuseppina Streponi, una mujer muy culta pero con un pasado turbulento. Aunque ambos eran libres, en Busseto, el pueblo natal del compositor, la buena sociedad les hizo el vacío, alentados por el padre de la primera esposa de Verdi, fallecida a los 26 años.

"El resultado fue una ópera sublime, musicalmente sencilla —escrita a ritmo de vals— pero muy emotiva"

Impresionado por la obra teatral, Verdi escribe a Francesco Maria Piave, su libretista de cabecera, y comenzaron a trabajar en la adaptación de La dama de las camelias. Escribieron un texto lleno de poesía, en el que reivindicaron el amor que va más allá de la muerte. Su protagonista, Violetta Valéry, es una traviata, una extraviada, una prostituta enferma de tuberculosis. Además, es una buena persona, que se redime por el amor del joven Alfredo Germont.

El resultado fue una ópera sublime, musicalmente sencilla —escrita a ritmo de vals— pero muy emotiva. Y audaz: su argumento era contemporáneo al momento de su estreno. Violetta acusaba desde el escenario: muchos de los que ocupaban el patio de butacas tenían mantenidas. Tanto es así que el día del estreno el cartel del teatro La Fenice de Venecia situaba la acción en «Parigi, nel 1700 circa».

Verdi escenificó ese enfrentamiento en forma de duelo cruel —dramático y musicalmente maravilloso— entre Violetta y el padre de Alfredo. Este le pide, como en la novela, que abandone a Alfredo. Violetta, en un supremo acto de generosidad, romperá con Alfredo.

Verdi tuvo piedad de Violetta: no la dejó morir sola. Alfredo y su padre la acompañan. Sin embargo, durante todo el tercer acto, Violetta agoniza y muere en el escenario: algo que —en siglos de ópera— nunca había ocurrido.

Las flores

Al innegable aroma romántico del título La dama de las camelias se añade la belleza y el erotismo de las camelias (blancas o rojas), flores tan hermosas como las rosas: a Marie Duplessis la bautizaron como Rose-Alphonsine. También la Gautier tiene el nombre de una flor blanca, Marguerite (con M de Marie).

"Para el tercer acto, Verdi compuso un aria estremecedora, la piedra de toque para una soprano, dos estrofas que cualquier aficionado a la ópera ansía escuchar: Addio del passato"

En La traviata, Verdi le cambió el nombre a Marguerite. Su primera esposa, fallecida a los veintiséis años, se llamaba Margherita. Eligió llamarla Violetta, una flor tan bella como frágil.

En el primer acto de La traviata, Violetta —enamorada— se arranca una flor del pecho, se la entrega a Alfredo y le dice que vuelva cuando se haya marchitado. En el segundo, Violetta, al borde la separación de Alfredo, le dice: «Estaré allí, entre esas flores siempre cerca de ti». Y en el tercero, instantes antes de expirar: «Las rosas de mi rostro ya se han marchitado». 

Sublimación

El domingo 20 de julio pasado ocurrió algo inesperado. El calor seco de Madrid había afectado a las cuerdas vocales de la soprano Nadine Sierra, la cantante titular de La traviata. Se confirmó a mediodía y el telón se levantaba a las 19:30. El Teatro Real había llamado la noche anterior —in extremis— a la soprano española Sabina Puértolas. No había cantado la ópera desde mayo de 2024. En esas pocas horas memorizó los movimientos escénicos y ensayó.

"Los aplausos del público del Real puesto en pie retumbaron entonces durante casi cinco minutos"

Para el tercer acto, Verdi compuso un aria estremecedora, la piedra de toque para una soprano, dos estrofas que cualquier aficionado a la ópera ansía escuchar: Addio del passato. En la primera estrofa, Violetta recuerda: «¡Adiós, alegres y hermosos sueños del pasado!» y echa en falta el amor de Alfredo, «consuelo y sostén de mi alma cansada». En la segunda, suplica: «Sonríe al deseo de esta traviata. ¡Perdónala y acógela en tu seno, Señor! Ahora todo se ha acabado».

En ese momento, intensa y empática con Violetta, Sabina Puértolas cayó bocabajo sobre el escenario. Soltó un sonoro y angustiado suspiro y —ahogada— rompió a llorar: la metáfora perfecta de lo que es La traviata: una ópera bañada por las lágrimas. Como La dama de las camelias.

Los aplausos del público del Real puesto en pie retumbaron entonces durante casi cinco minutos. Nunca podré olvidar como cantó, la escuché con los ojos vidriosos: la sublimación del sentimiento, en la acepción química de sublimación: paso del estado sólido al gaseoso.

4.8/5 (26 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios