Esta novela es una delirante y conmovedora historia de iniciación hacia los rincones más oscuros de uno mismo, que a menudo dicen más de quiénes somos que la fachada de normalidad que se planta ante el mundo exterior.
En este making of Eduardo Rabasa cuenta cómo escribió El hotel de los corazones rotos (Galaxia Gutenberg).
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Pensándolo en retrospectiva, el proceso que desembocó muchos años después en la publicación de El hotel de los corazones rotos comenzó cuando me robé de casa de un querido amigo un libro entonces para mí desconocido, Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll, cuyo título me llamó fuertemente la atención. Al leerlo quedé completamente fascinado por la narración en primera persona de la vida de Hans Schneir, un clown alcoholizado de quien en las primeras páginas sabemos que le ha abandonado su novia y amor de su vida, Marie, y quien a lo largo de casi trescientas páginas comparte un fresco de su vida, su alma, su psique, así como de la sociedad alemana de posguerra, a la manera de un entrañable microcosmos donde en apariencia no sucede nada espectacular, y en cambio sucede todo. La figura del payaso perdedor se vuelve cada vez más entrañable, y es precisamente en su carácter marginal y marginado donde en mi opinión se encuentra lo maravilloso de una historia que al acercarnos como con microscopio a la vida de un perdedor y un outsider refleja inmejorablemente por contraste lo absurdo e igualmente delirante de aquello que se considera como normal, como se refleja en el epígrafe de Böll que elegí para El hotel de los corazones rotos: “Lo que los demás llaman no ficción a mí me parece muy ficticio”.
El segundo momento llegó en lo que creo era un viernes por la tarde, cuando iba manejando por la avenida más larga del entonces Distrito Federal, Insurgentes, que en su época previa a la instauración del Metrobús que redujo un poco el caos vial y la carrera de microbuses por levantar pasaje era un auténtico desmadre. En medio de ello se encontraba bailando una botarga de caballito de mar, sonriente, que promocionaba un restaurante de tortas al mismo tiempo que esquivaba coches, recibía insultos e incluso alguno que otro objeto que le era arrojado. Era como una versión sumamente mexicana de la misma dualidad tragicómica del payaso de Böll, pues seguramente en su interior había un chico muerto de calor y de sed, al que se le pagaba poco por desempeñar esa labor publicitaria. Creo que fue poco después que tomé las primeras notas para la idea de escribir una novela que combinara estos elementos, que en esa incipiente primera versión se titulaba Confesiones de una botarga con el corazón partido.
La idea estuvo latente durante varios años, en los que publiqué otros dos libros, la novela Cinta negra y el libro de cuentos El destino es un conejo que te da órdenes, y muy esporádicamente pensaba en aquel otro proyecto, sin saber bien ni de qué iría la historia ni de qué pudiera ser la botarga que habitaría el chico protagonista. Hasta que no sé por qué llegó la idea de hacerla de Elvis Presley, y una rápida búsqueda en Google arrojó que en efecto existían botargas del rey del rock n’ roll, y me pareció que su ascenso y sobre todo decadencia como gran figura mítica pop podía funcionar bien para estirar otro poco los límites de la dualidad inherente a portar un disfraz, como si la identidad un poco hiperbólica del disfraz funcionara para darle un carácter más entre obsesivo y delirante al chico que fuera a habitarlo. Me hice con la biografía de Elvis escrita por Peter Guralnick y devoré sus más de 1200 páginas divididas en dos tomos, y en el proceso me quedó claro que ninguna ficción, por delirante o absurda que fuera, podía siquiera equipararse al delirio como tal que representó la vida de Elvis, que de alguna manera amparaba la verosimilitud necesaria para que funcione el pacto de ficción que se entabla con el lector.
A partir de ahí comencé en enero de 2020, más de diez años después de la idea original, el proceso como tal de escritura de la novela, que todavía en esa suerte de segunda iteración tenía por título La botarga paranoide, y como suele suceder en estos procesos, se fueron acomodando elementos de la trama y personajes, un poco como si la escritura misma funcionara como imán en ocasiones azaroso, que atrae y vincula los elementos que acaban poblando y configurando la novela. Así por ejemplo con el personaje que contrata al joven Bruno Bolado para desempeñar el oficio de botarga de Elvis Presley, el Agallas, que está vagamente inspirado en un señor apodado Don Lucky, que le rentaba una habitación a un amigo en un edificio de Pedregal de Santo Domingo, que era adicto a la piedra y a inhalar disolventes como thinner, que tenía delirios donde se le aparecía el diablo, y de quien mi amigo me compartió una grabación donde Don Lucky voluntariamente le narraba fragmentos de su vida, atrapado en la repetición de un delirio donde incluso los puntos altos, como haber conocido a un famoso locutor de radio y participar con él en fiestas swinger, resultaban bastante decadentes.
Y para no extenderme demasiado, sólo mencionaré que la obsesión de Bruno por Elvis cristalizó durante el proceso de escritura en su fantasía de escribir una radionovela titulada El hotel de los corazones rotos, que finalmente el lector no sabe si es lo que pueda estar teniendo entre manos. La idea es que funcionara a lo largo del libro precisamente como una fantasía que le permitiera sin mucho éxito intentar escapar del destino de repetir esa otra nada alcoholizada que representa su padre, quien le produce un inmenso rechazo pero de todos modos parecería ir directo a repetir su destino de cincuentón decadente alcohólico.
Y el otro gran pilar de la novela lo representó el personaje de Milena, quien si bien existía como idea desde un principio, pues desde las primeras páginas se sabe que ha dejado al protagonista, resultó crucial para el desarrollo de la historia y para la decisión de que sucediera en 1999, año de la huelga de la UNAM, en la que ella participa activamente como estudiante de Letras Inglesas. En el proceso Milena fue cobrando cada vez mayor fuerza y presencia, como una suerte de ideal al que aspira el joven Bruno, pues le representa una serie de ideas y mundos completamente ajenos a su entorno tóxico y decadente, ya que le muestra sobre todo que el mundo donde ella vive dedicada a escribir su tesis sobre Sylvia Plath, orientando parte de su vida a partir de las ideas de pensadores como Schopenhauer o Nietzsche, participando en la huelga estudiantil también a partir de tomarse sumamente en serio ideales como la educación pública y gratuita, tiene tanta realidad como la especie de caverna maltrecha que es lo único que Bruno había conocido hasta el encuentro con ella.
La novela se fue escribiendo y construyendo de manera episódica, y terminó también cobrando un gran protagonismo el entorno, el entonces Distrito Federal, maravillosa y caótica ciudad donde suceden cosas como la existencia de las ambulancias falsas que recogen heridos, como la que aparece en la novela, con lo cual funcionaba a la perfección como escenario para esta historia de iniciación pero a la inversa, donde Bruno va conociendo de manera un tanto involuntaria los rincones más oscuros de sí mismo, al tiempo que intenta de manera desesperada aferrarse a Milena y a su mundo, donde los libros y las ideas ofrecen una realidad alterna a la que busca pertenecer para ver si con ello consigue escapar de la que le parecía predestinada.
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Autor: Eduardo Rabasa. Título: El hotel de los corazones rotos. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.


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