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Las dos paradojas del mundo mongol

Las dos paradojas del mundo mongol

La nación mongola —objeto del ensayo El emperador de los mares, del historiador, antropólogo y escritor estadounidense Jack Weatherford (1946, Dovesville)— puede definirse como el grupo étnico surgido en el siglo XIII de nuestra era tras la unión de las tribus que habitaban la inmensa estepa asiática bajo el mando de un solo gobernante.

Estos pueblos eran pastores nómadas que se desplazaban por toda la estepa en busca de los pastos necesarios para alimentar a sus rebaños y que, debido a su estilo de vida itinerante, crearon una forma de subsistencia en la que su vivienda, realizada en tiendas de campaña circulares, resultaba la forma más adecuada de asentamiento. La vida nómada les obligó a desarrollar dos grandes habilidades: la primera, montar pequeños, resistentes y veloces caballos, hasta el punto de formar un tándem en el que la asociación jinete-caballo llegó a fundirse en un solo ser; la segunda, perfeccionar el manejo de un pequeño arco curvo que se convirtió en sus manos en un arma magnífica y eficaz tanto para la caza como para la guerra.

"La principal virtud de Gengis Kan, además de unificar cientos de tribus nómadas, fue organizar un poderoso ejército dotado de una férrea estructura militar"

A comienzos del siglo XIII, un líder tribal llamado Temujin fue capaz de alcanzar el trono y comenzó a unir y dominar todas las tribus bajo su bandera. Temujin, convertido en un gran guerrero y conquistador, pasó a ser conocido desde la costa del Pacífico asiático hasta la frontera del Danubio, en el oriente de Europa, como Gengis Kan. A mediados de ese siglo llegó a gobernar el mayor imperio que la historia había conocido hasta entonces. Una vez culminada la conquista, Gengis basó la estabilidad de su imperio en el comercio: dio protección a los mercaderes que recorrían la conocida como “Ruta de la Seda”, auténtico espinazo vertebral de sus dominios. También fue decisivo el papel de dicha ruta para extender por los continentes numerosos inventos procedentes del Lejano Oriente y la rica cultura que se sustentaba en las artes, en una escritura vertical, en el respeto a los ancianos y a las ancestrales costumbres de sus tribus.

La principal virtud de Gengis Kan, además de unificar cientos de tribus nómadas, fue organizar un poderoso ejército dotado de una férrea estructura militar.

A la muerte de Gengis Kan, el imperio se dividió entre sus hijos, que permanecieron unidos y se prestaban ayuda en virtud de la fuerza de su estirpe.

"Este cambio de estrategia obedeció, tal como cuenta el autor en su libro, a la necesidad de acabar con las hambrunas que asolaban las tierras del norte de Asia"

Cuando llegó la segunda generación heredera de Gengis Kan, entre todos sus nietos el menos idóneo para alcanzar el kanato fue quien ascendió al trono, y decidió que había llegado la hora de hacer honor al rimbombante y honorífico título con el que se conocía al kan: “Emperador del Mar”. La subida al trono de Kublai Kan supuso que el poder recayera en un hombre político, culto, refinado, educado en principios filosóficos y religiosos; en resumidas cuentas, más próximo a los valores de los gobernantes chinos que a los fundamentos guerreros de Gengis y sus hijos.

Este cambio de estrategia obedeció, tal como cuenta el autor en su libro, a la necesidad de acabar con las hambrunas que asolaban las tierras del norte de Asia. Para ello necesitaba conquistar las ricas tierras del sur, dominadas por los emperadores chinos y protegidas por las grandes barreras naturales de los ríos Azul (Yangtsé) y Amarillo (Huáng Hé).

"Son muchos los logros que alcanzó, pero hasta nuestros días han perdurado los restos arqueológicos de la capital estival fundada por él, conocida con el nombre de Xanadú"

Kublai ordenó construir inmensas flotas, abrió rutas marítimas para el comercio e intentó sin lograrlo plenamente, pero con algunos pequeños éxitos parciales, dominar y conquistar a sus vecinos vietnamitas, coreanos y japoneses. No obstante, esos fracasos no truncaron sus ambiciosos planes. Lo verdaderamente importante fue que desarrolló la industria naval y logró grandes avances gracias, entre otros factores, a la tecnología, la brújula, la pólvora, la metalurgia, la cartografía y la astronomía china. Con estos mimbres fue posible formar buenos pilotos y marineros que impulsaron al imperio mongol a dominar los mares.

Weatherford, quien fue condecorado con la más alta distinción del gobierno de Mongolia por sus investigaciones y por la difusión de la historia de su pueblo, narra en este nuevo libro —tras haber escrito con éxito sobre Gengis Kan— la gran aventura de su nieto Kublai. En él cuenta cómo consiguió que su imperio, empezando por la recién conquistada China, se convirtiese en una gran potencia naval sin renunciar al polvo levantado por sus caballos al desplazarse por los caminos de las estepas. Kublai Kan fundó la dinastía Yuan, consolidando el control mongol sobre China.

Kublai demostró una vez más que es más fácil mantener un imperio mediante el comercio que mediante la guerra. Son muchos los logros que alcanzó, pero hasta nuestros días han perdurado los restos arqueológicos de la capital estival fundada por él, conocida con el nombre de Xanadú, evocadora de un pasado glorioso lleno de exuberancia, conocimiento, arte, lujo y misterio.

"Una vez más, me encuentro con el deseo de recomendar el claro y erudito ensayo de Weatherford, escrito con una prosa impecable, a quienes deseen adentrarse en el remoto mundo de Kublai Kan"

Jack Weatherford completa con El emperador de los mares la descripción de la desconocida historia de los mongoles, un mundo que al final aportó muchos avances al resto de civilizaciones.

En las decisiones de Kublai Kan pueden observarse dos paradojas —hechos aparentemente contrarios a la lógica—: la primera, que el mundo de los “salvajes” mongoles, guerreros por excelencia, albergaba, influidos por su contacto con China, una profunda cultura, una filosofía de vida y una serie de inventos que revolucionaron el mundo occidental; la segunda, aún más sorprendente: que un pueblo forjado en la sequedad infinita de la estepa, sin tradición naval alguna y separado del mar por miles de kilómetros, terminara alzándose como una de las grandes potencias marítimas del Pacífico y del Índico. Es una metamorfosis histórica que desafía cualquier expectativa lógica.

Una vez más, me encuentro con el deseo de recomendar el claro y erudito ensayo de Weatherford, escrito con una prosa impecable, a quienes deseen adentrarse en el remoto mundo de Kublai Kan, gran desconocido para el lector occidental, origen de la expansión cultural del Lejano Oriente.

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Autor: Jack Weatherford. Título: El emperador de los mares: Kublai Kan y la forja de China. Traducción: Joan Eloi Roca. Editorial: Ático de los libros. Venta: Todos tus libros.

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