Si tuviésemos que elegir un concepto que haya sido manoseado —y denostado, y tergiversado, y malinterpretado— con total desparpajo por todo hijo de vecino desde el momento en que alguien fue consciente de su existencia hasta hoy mismito, la libertad se llevaría la palma. Para los de un signo político es el laissez faire y el don’t tread on me; para otros, tabula rasa y partir de las mismas condiciones. Para unos es tener tiempo para algo más que trabajar; para otros, decir cuanto se les pase por la cabeza. «El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado», decía el ilustrado disidente Jean-Jacques Rousseau (1712-1778); «El estado natural del hombre es un estado de guerra de todos contra todos (…)», afirmaba el lupino Thomas Hobbes (1588-1679), quien pensaba que la libertad era, en esencia, la ausencia de impedimentos externos. Pero… ¿qué significa ser libre?
La historia se desarrolla en un plano anacrónico, pero inquietantemente reconocible por atemporal: un personaje anónimo, recién salido de una jaula en la que viajaba junto a otros esclavos, es vendido a un tal Aníbal, señor de un castillo en las inmediaciones, quien rápidamente lo convierte en su hombre de confianza. Al principio, el protagonista asumirá con abnegación esas tareas, trabajos sucios —sucísimos— incluidos, pero cuando el pasar de los días se sume a la consciencia de los brutales e inhumanos métodos de su señor para con el resto de la servidumbre, comenzará a rondar la idea colectiva del tiranicidio.
Publicada originalmente en 2011, Sexto Piso ha recuperado la segunda novela de este brillante autor argentino de ascendencia armenia que se caracteriza por propuestas arriesgadas en lo formal y lo argumental. Y lo ha hecho en el momento geopolítico más apropiado: cuando los bandazos de nuestros amados líderes nos obligan a replantear el tablero de juego internacional. En esta época de significados líquidos, como diría Bauman (1925-2017); hoy, que la palabra «libertad», a secas y sin preliminares, vale tanto para ilustrar la propaganda electoral como para gritarla —con o sin patillas y ojos desencajados— contra el uso de mascarillas o la necesidad de vacunarse, especialmente si la acompañamos del sintagma «de expresión».
Gracias está contada en primera persona, con un estilo telegráfico y pretendidamente simple, y nos invita al vínculo emocional con el protagonista —que navegará por la trama en un perpetuo estado de asombro y confusión, debiendo asumir roles que jamás habría imaginado— en una huida hacia delante a lomos de lo absurdo, lo surrealista y lo simbólico. Semejante corcel podría ser el de un Leos Carax (1960) más alocado —todavía— o un Alejandro Jodorowsky (1929) aún más lisérgico —si es que eso es posible—; sea como fuere, nos guiará por un entorno inquietante cuyas reglas desconocemos, pero respecto del que intuimos una lógica tan inestable como atractiva.
El humor soterrado —que nace de lo incomprensible, la vergüenza ajena y el disparate— es otra de las bazas del libro, que constantemente nos interroga acerca de dónde y cómo puede rematar una historia que pone a prueba nuestra concepción de la amistad y la camaradería, del amor y el sexo, del trabajo y la esclavitud, del individuo y la sociedad, de lo que está bien y lo que está mal —ideas, todas ellas, más bien difusas y oscilantes en una fina línea entre lo libertario y lo liberticida. Porque ¿hasta dónde nuestros deseos son realmente nuestros? ¿Actuamos movidos por un interés genuino o siempre dentro del marco que nos ha sido dado?
Leer a Katchadjian es constatar nuestra incapacidad para comprender lo que somos en toda su magnitud. Así que, ante semejante prodigio literario, dilucidar si somos o no libres pasa a un segundo plano, supongo. Tal vez, siempre lo estuvo.
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Autor: Pablo Katchadjian. Título: Gracias. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todos tus libros.


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