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Los otros catalanes que fuimos

Hay libros que, con el tiempo, se vuelven más actuales que cuando se publicaron. Libros que no envejecen porque siguen haciendo preguntas que nadie ha terminado de responder. Els altres catalans, de Paco Candel, es uno de ellos.

Publicado en 1964, cuando hablar de inmigración interior no era ni moda ni agenda, Els altres catalans retrató una realidad que muchos preferían ignorar: la de una multitud de españoles que, desde regiones como Andalucía, Castilla-La Mancha, Murcia, Galicia y Aragón, llegaron a Cataluña en busca de un futuro. Lo hicieron sin mapas, sin red, sin certezas. Y se instalaron en los márgenes: los márgenes geográficos y simbólicos. En barracas, en suburbios, en zonas que Barcelona prefería no mirar.

Paco Candel y los otros catalanes

En 1985, dos décadas después de la publicación original, Paco Candel escribió una continuación de su obra más leída, Els altres catalans. La tituló Els altres catalans, vint anys després (Edicions 62).

En 2025 se cumplen cien años del nacimiento de Paco Candel —Casas Altas, Rincón de Ademuz, 31 de mayo de 1925—, una efeméride que no solo invita a homenajear al autor, sino también —y sobre todo— a releerlo. A comprobar que los interrogantes que dejó escritos en 1964 siguen ahí: intactos, punzantes, incómodamente actuales.

"Los protagonistas de Els altres catalans son los cientos de miles de andaluces, extremeños, murcianos, valencianos, castellanos… que llegaron a Cataluña en busca de trabajo y dignidad"

La pregunta central de Els altres catalans podría resumirse así: ¿quién es catalán? Y aunque Candel no la formule de manera explícita, su respuesta se intuye en cada página: catalán es quien trabaja por Cataluña, quien desea formar parte de ella, quien no viene a restar sino a sumar. Una definición más vivida que teorizada, abierta y generosa, que sigue desafiando el presente.

Candel nació en Casas Altas, un pueblo de montaña del interior valenciano, pero su familia emigró pronto a Barcelona en busca de trabajo. Tenía solo dos años. Creció en las barracas de Montjuïc, estudió por su cuenta y empezó a escribir desde los márgenes; desde ahí compuso su obra clave: un testimonio colectivo sobre la inmigración interior durante el franquismo.

Los protagonistas de Els altres catalans son los cientos de miles de andaluces, extremeños, murcianos, valencianos, castellanos… que llegaron a Cataluña en busca de trabajo y dignidad. Candel los retrata con ternura y lucidez. Narra sus esfuerzos, sus choques culturales, sus frustraciones, sus pequeños logros. Habla del suburbio y del taller, de la lengua y del prejuicio, del miedo y del arraigo.

Lo que hace valioso su libro es que no se limita a denunciar. Candel no fue panfletario: fue honesto. Su estilo es sobrio, directo, funcional. Describe una Cataluña que acoge, pero también desconfía; que necesita a los recién llegados, pero a veces los mira con recelo. Una Cataluña donde la lengua puede ser una barrera… o una llave.

"Candel no hace sociología desde una torre de marfil, sino desde la calle, desde los márgenes de la ciudad y de la lengua"

Recuerdo, durante mis años de docencia en Cataluña, una conversación con algunas compañeras profesoras de Barcelona. Me dijeron con naturalidad que nunca se hubieran juntado —ni mucho menos casado— con alguien que no hablara catalán. Aquella frase se me quedó grabada. No por juicio, sino porque revelaba hasta qué punto la lengua puede convertirse en un filtro íntimo. Una llave… o una barrera.

Candel no hace sociología desde una torre de marfil, sino desde la calle, desde los márgenes de la ciudad y de la lengua. Desde ese lugar incómodo donde la literatura se encuentra con la crónica y la ética con la escritura.

Le preocupa la integración, pero no la asimilación. Le importa el respeto a la cultura de origen, pero sin que eso impida la pertenencia. Y defiende que la clase trabajadora, más allá del origen, debe unirse para construir una ciudadanía común. Porque el verdadero conflicto, para Candel, no era entre lenguas o identidades, sino entre inclusión y exclusión.

Por eso Els altres catalans es también una crónica urbana. Hay páginas que describen la Barcelona de las barracas con una fuerza inusual para la época. Su mirada anticipa, en parte, la literatura que años más tarde retrataría los márgenes y periferias de la ciudad. Hay pasajes sobre el suburbio que recuerdan que, antes del turismo, antes del cosmopolitismo, hubo exclusión. Y hubo lucha.

"¿Cómo describiría la convivencia en los barrios donde suenan el catalán, el árabe, el urdu y el español, a veces en la misma conversación?"

Candel supo ver que detrás de cada emigrante había una historia. Y que esas historias merecían ser contadas con respeto. El resultado no fue un libro de lecciones, sino un espejo. Uno incómodo a la par que necesario.

Hoy, con nuevas oleadas migratorias, Els altres catalans cobra una segunda vida.

¿Qué diría Candel de los nuevos “otros catalanes”? ¿Cómo hablaría de los nacidos en Pakistán, Marruecos o Bolivia, cuyos hijos ya crecen aquí, en Cataluña? ¿Cómo describiría la convivencia en los barrios donde suenan el catalán, el árabe, el urdu y el español, a veces en la misma conversación?

Seguramente insistiría en lo mismo: que hay que mirar al otro sin miedo. Que hay que abrir el relato. Escuchar. Construir una ciudadanía que no excluya por lengua, por acento o por pasaporte.

Leer a Candel es, todavía hoy, un acto de clarificación moral. Un gesto de memoria y de conciencia. Su centenario debería ser algo más que una efeméride: una excusa para volver a un libro que sigue azuzando, pinchando, doliendo. Y que, precisamente por eso, sigue siendo necesario.

"La Cataluña que Candel retrata no es una postal: es una ciudad herida, tensionada entre el desarrollo y la exclusión"

Els altres catalans fue un ensayo incómodo. Obligó a Cataluña a mirarse al espejo. No al espejo amable de sus grandes avenidas ni de sus tradiciones históricas, sino al que colgaba en las barracas del extrarradio, en los patios comunes, en las fábricas de periferia donde se amontonaban recién llegados de Andalucía, de Murcia, de Aragón, de Extremadura. Aquel espejo reflejaba a los “otros”: los que habían venido a levantar la Cataluña moderna con su trabajo, pero a los que apenas se reconocía como parte de su identidad.

Un siglo después de su nacimiento, las palabras de Candel no solo resuenan: interpelan. Lo que entonces parecía una urgencia puntual, hoy se revela como un problema no resuelto. Y su vigencia, más que un homenaje, es una llamada de atención.

El libro se publicó cuando el propio autor regresaba a Casas Altas para reencontrarse con sus raíces, justo cuando España vivía el mayor éxodo rural de su historia. Esa tierra remota y escarpada, hoy casi invisible en el mapa nacional, fue el punto de llegada —que no de partida— de Candel. Sobre ella escribí hace tiempo un artículo titulado Viaje al Rincón de Ademuz, donde resonaban ya algunas de las ausencias que atraviesan este libro.

La Cataluña que Candel retrata no es una postal: es una ciudad herida, tensionada entre el desarrollo y la exclusión. Una ciudad que crece, pero no integra. Que acoge, pero no abraza.

Els altres catalans plantea una pregunta que aún hoy no tiene una respuesta clara:

¿Quién es catalán? ¿Quién puede serlo?

¿El que nace allí, o el que lo construye con su vida y su trabajo?

¿El que habla la lengua, o el que la aprende para pertenecer?

¿Hay que renunciar al lugar de origen para ser aceptado en el nuevo?

Durante mis años de docencia en Cataluña, observé un fenómeno que me llamó la atención: algunos de los profesores y familias más firmemente identificados con el catalanismo —e incluso con el independentismo— no eran necesariamente los “catalanes de siempre”, sino los hijos de inmigrantes andaluces, murcianos o extremeños.

"Candel habría entendido esta paradoja: cómo los márgenes, a veces, se convierten en el lugar desde el que más intensamente se defiende el centro"

Eran ellos, nacidos ya en Cataluña, quienes a menudo abrazaban con más fuerza la identidad catalana. Quizá porque sentían la necesidad de demostrar que también eran parte del proyecto común. Quizá porque esa adhesión era, al mismo tiempo, pertenencia y reivindicación.

Frente a ellos, los catalanes “viejos” —pienso en apellidos de compañeros míos como Garrigosa, Compte o Poch— podían ser independentistas, pero no observé en ellos la misma vehemencia.

Candel habría entendido esta paradoja: cómo los márgenes, a veces, se convierten en el lugar desde el que más intensamente se defiende el centro. La fuerza convicta del converso.

Como profesor de lengua castellana en Cataluña durante años, fui testigo directo de ese cruce de identidades. Las antiguas aules d’acollida eran un retrato —real y simbólico— de lo que Candel ya había intuido décadas atrás: murcianos, andaluces, pakistaníes, marroquíes, rusos o colombianos compartiendo pupitre, aprendiendo juntos una misma palabra: integració.

Y la lengua que posibilitaba esa integración no era la materna de ninguno, sino el catalán. No sé si alguien en el Departament d’Ensenyament o en el d’Educació pensó en Candel al diseñar esos espacios. Pero estoy seguro de que aquella escena le habría resultado familiar.

"Lo que Candel hizo, sin embargo, fue ejercer de notario. Dejó constancia de lo que muchos veían pero nadie escribía"

Candel fue criticado desde muchos frentes. Algunos lo acusaban de recrearse en la miseria, de exhibir con crudeza innecesaria la precariedad de los suburbios barceloneses. Otros, desde ámbitos literarios, tachaban su estilo de pobre o disperso, y su mirada de demasiado social. Y también recibió reproches ideológicos: hubo quienes lo consideraron un agitador y quienes lo vieron como un traidor a la “cultura catalana”. Lo cierto es que su obra fue leída —y a veces instrumentalizada— desde posiciones opuestas: el catalanismo lo acogió por momentos como cronista necesario, pero también lo cuestionó por incomodar ciertas narrativas oficiales. Lo que Candel hizo, sin embargo, fue ejercer de notario. Dejó constancia de lo que muchos veían pero nadie escribía. Su ensayo no es un panfleto: es un testimonio con mirada literaria. Y como tal, envejece bien. Mejor que algunos discursos actuales.

Hoy, cuando las barracas han sido sustituidas por barrios con otros nombres, y cuando los “otros catalanes” ya no vienen del sur, sino de más lejos, Els altres catalans nos invita a releer nuestra historia para entender mejor nuestro presente.

Porque los otros no se han ido. Siguen ahí.

Y su presencia, como entonces, no es una amenaza. Es —y debería seguir siendo— una esperanza.

"Cuando preparé mis oposiciones como docente de lengua castellana en Cataluña, diseñé una programación que tenía como norte la mirada de Paco Candel y su libro Els altres catalans"

Este artículo puede leerse como una continuación natural del que publiqué en Zenda sobre Viaje al Rincón de Ademuz, donde Candel regresaba a sus raíces justo cuando daba a luz su obra más incisiva. Allí, la geografía sentimental y la crónica social se cruzaban —como ahora— entre la memoria y la herida.

Cuando preparé mis oposiciones como docente de lengua castellana en Cataluña, diseñé una programación que tenía como norte la mirada de Paco Candel y su libro Els altres catalans. Dentro de ella, destaqué una unidad didáctica titulada Somos diferentes, somos iguales, inspirada en parte por aquella lectura. Esa propuesta me valió, en 2009, el único sobresaliente entre los cuatro tribunales de lengua castellana en Barcelona. Gracias a ello obtuve plaza de forma directa, sin haber pasado antes por la interinidad.

Más de tres lustros después, sigo creyendo que pocas obras ayudan tanto como la de Candel a hablar con los jóvenes sobre pertenencia, integración y dignidad.

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Nosoy Unrobot
Nosoy Unrobot
1 mes hace

Difícil desvincular lenguas o identidades de las nociones de inclusión y exclusión.

Blas Valentín
1 mes hace
Responder a  Nosoy Unrobot

Gracias por tu lectura. Es difícil —y quizá imposible— desvincular lengua e identidad de los mecanismos de inclusión y exclusión. Lo decisivo es que no se transformen en trincheras, sino en puentes. Ese fue, creo, el empeño de Candel.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
1 mes hace

“catalán es quien trabaja por
Cataluña, quien desea formar parte de ella, quien no viene a restar sino a sumar”.

“¿Hay que renunciar al lugar de origen para ser aceptado en el nuevo?”

“sentían la necesidad de demostar”

¿Cuántas pruebas tenemos que dar para vivir, realmente vivir, la pertenencia, la integridad siendo dignos?
¿Cuántas veces más nos van a analizar?
Porque esto no se reduce a la inmigración. Somos extranjeros / ajenos cada vez que ingresamos a un trabajo , aula , a un comercio del cual no somos clientes. Tenemos que volvernos tradición para no encender las alarmas.

“hay que mirar al otro sin miedo”

A partir y desde el posteo.

Blas Valentín
1 mes hace

Gracias, Sabrina. Tus palabras responden, con fuerza serena, muchas de las preguntas que me hice al escribir el texto. Me quedo especialmente con esta frase tuya: “Tenemos que volvernos tradición para no encender las alarmas.” Ojalá más miradas así llegaran al centro del debate: desde dentro, y con dignidad.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
1 mes hace
Responder a  Blas Valentín

La Sabiduría como la Inspiración están Disponibles y son Accesibles a todos. Hay que salirse de uno.
Estamos muy desconfiados y los motivos no faltan.
El tema está en SUMAR como usted menciona.
(Me lo digo a mí , quien no soy ejemplo de nada).
Todo es un territorio ajeno y nuevo para el recién llegado.
Nos tienen que conocer y reconocer. Nos tienen que evaluar.
La Verdad SIEMPRE sale a la luz y los cristales de la apariencia siempre se estallan. A veces duele, pero es necesario.
Nos toca ser Sinceros , no autoritarios.

Saludos !