Miguel de Cervantes publicó “Rinconete y Cortadillo” como parte de sus Novelas ejemplares (1613), y esta narración se vincula estrechamente con la tradición de la novela picaresca inaugurada por Lazarillo de Tormes (1554). Como en las obras pícaras de su época, Cervantes presenta a protagonistas de baja condición social, inmersos en ambientes marginales y delictivos. Sin embargo, Cervantes no se limita a imitar el canon picaresco, sino que innova y juega con sus convenciones. De hecho, la crítica ha debatido si Rinconete y Cortadillo es o no una novela picaresca en sentido estricto. La obra dialoga con modelos previos como Lazarillo y, sobre todo, Guzmán de Alfarache (1599), de Mateo Alemán, pero Cervantes se aleja de varios rasgos tradicionales del género. Por ejemplo, en lugar de un único pícaro narrando su vida en primera persona, aquí tenemos dos jóvenes pícaros como protagonistas y un narrador omnisciente en tercera persona. Pedro del Rincón y Diego Cortado (apodados Rinconete y Cortadillo) son dos muchachos que huyen de sus casas y se hacen amigos en el camino antes de aventurarse juntos a Sevilla. Esta situación inicial ya subvierte el molde individualista típico del pícaro clásico.
Otra aportación original de Cervantes es el tono más luminoso y humano que imprime a estos pícaros. En Rinconete y Cortadillo hallamos humor y vitalidad juvenil donde otras picarescas clásicas ofrecían cinismo y amargura. La novela cervantina posee un trasfondo alegre y juvenil que contrasta con lo tenebroso del Guzmán de Alfarache. De otro lado, mientras que el pícaro canónico (un Lázaro o un Guzmán) suele ser egoísta e insolidario, incapaz de amistad, Cervantes en cambio exalta aquí la camaradería. De hecho, “la palabra clave, e insustituible, en el concepto cervantino de picaresca, es amistad”. Rinconete y Cortadillo forjan una leal amistad durante sus aventuras, apoyándose mutuamente en vez de actuar solo por interés personal. Esta solidaridad entre marginados representa un desencuentro total con la picaresca canónica, cuyo protagonista suele ser “un ser eminentemente insolidario, enemigo de la sociedad… La amistad no cabe en su mezquino espíritu”. En suma, Cervantes toma el molde picaresco —jóvenes vagabundos, pobreza, engaños, crítica social— pero lo renueva con nuevos valores (compañerismo, esperanza) y con una estructura narrativa diferente, demostrando una vez más su genio innovador dentro de los géneros literarios de su tiempo.
Sevilla, Monipodio y el crimen organizado en el Siglo de Oro
La Sevilla de finales del siglo XVI, donde transcurre Rinconete y Cortadillo, era una ciudad vibrante y caótica, rica y cosmopolita, foco del comercio con América y hervidero de tipos sociales de toda laya. Se calcula que hacia 1597 (U. Sevilla) su población superaba los 121.000 habitantes, lo que la convertía en una de las mayores urbes de Europa. Esta metrópolis opulenta pero desordenada fue descrita por algunos contemporáneos como “la Babilonia de la picaresca y la germanía”, un lugar donde la abundancia de riquezas y la falta de control ofrecían campo fértil para toda clase de pícaros, rufianes y malhechores. Para Rodríguez Marín, pocas ciudades eran tan adecuadas como la Sevilla del Siglo de Oro para acoger a la variada fauna de la picaresca. Su riqueza desbordante ofrecía oportunidades para todos, y el caos institucional de la ciudad funcionaba, en la práctica, como un permiso tácito para la actividad de pícaros, bribones y delincuentes de todo tipo.
En este contexto, Cervantes ofrece en Rinconete y Cortadillo un retrato pionero del crimen organizado urbano. Al llegar a Sevilla, Rinconete y Cortado descubren que el mundo del delito allí no es anárquico, sino que está sorprendentemente estructurado y jerarquizado. Los muchachos son conducidos al célebre patio de Monipodio, donde son aceptados en una suerte de cofradía de ladrones con sus propios códigos y autoridad. Monipodio, un individuo de unos cuarenta y tantos años, es presentado como el “padre, maestro y amparo” de esta hermandad criminal. En términos modernos, Monipodio actúa como un “padrino” mafioso que tutela y protege a su banda. La organización que dirige tiene un “orden estricto” y unas reglas internas que todos respetan: quien quiera robar en Sevilla debe registrarse en la cofradía y cumplir sus normas, so pena de castigo. No estamos ante simples ladronzuelos individuales; Cervantes no nos muestra delincuentes individuales; nos muestra… una delincuencia organizada en el seno de una gran ciudad.
El paralelismo con formas modernas de crimen organizado es asombroso. Cervantes describe cómo la ciudad se reparte en zonas bajo el control de distintos rufianes, que las explotan por turno. Por ejemplo, el personaje Ganchuelo tiene asignada la plaza de San Salvador para sus fechorías. Monipodio reparte estas “plazas” de robo y al final de cada semana convoca a todos los miembros: “Todos se vayan a sus puestos… hasta el domingo, que nos juntaremos en este lugar y se repartirá todo lo que hubiere caído sin agravar a nadie”. En esa junta semanal se reparte el botín equitativamente, asegurando la lealtad al grupo. Incluso los recién llegados Rinconete y Cortadillo reciben una zona asignada para operar durante la semana. Esta división territorial, el control centralizado de Monipodio y la distribución de ganancias recuerdan a las estructuras mafiosas clásicas, algo inédito en la literatura de la época. Cervantes introduce términos irónicos para esta “congregación” criminal, llamándola “virtuosa compañía” o “hermandad”, guiños satíricos a la retórica honorable con que toda mafia tiende a legitimarse. La crítica moderna no ha dudado en equiparar a Monipodio con un precursor de don Corleone.
Además de su organización interna, Cervantes muestra la connivencia entre el hampa y las autoridades, evidencia de la corrupción de la época. En el relato, mientras los delincuentes se reúnen, un centinela avisa de la llegada de un alguacil. Lejos de alarmarse, Monipodio tranquiliza: “Nadie se alborote… que es amigo y nunca viene por nuestro daño”. En efecto, el alguacil (encargado de vigilar a los vagabundos) resulta ser cómplice de la cofradía. Viene únicamente a reclamar un objeto que Cortadillo había robado a un pariente suyo, y Monipodio le hace entrega de lo robado para mantener la buena relación. Acto seguido, Monipodio recuerda a sus secuaces la base de su trato con la autoridad corrupta: “no es mucho que a quien te da la gallina entera tú le des una pierna de ella”. Es decir, si la autoridad te permite operar (te “regala la gallina entera”), debes compartir una parte de las ganancias (una pierna). Este refrán picaresco alude al pago de sobornos o favores a la policía para garantizar la impunidad del grupo. La “gallina” simboliza la protección total que brinda el funcionario corrupto, y la “pierna” el tributo que los criminales pagan a cambio.
Así, Cervantes expone con mordacidad la “convivencia cómplice” entre el delito y el poder político de su tiempo. No es casual que el texto mencione que estos ladrones son “la flor y nata del hampa sevillana, consentida y aún fomentada por una sociedad corrompida”. En Sevilla, el crimen prospera porque las élites y las instituciones, en vez de combatirlo, lo toleran e incluso se benefician de él.
Rinconete y Cortadillo ofrece un fresco fascinante del inframundo sevillano en el Siglo de Oro. Cervantes, con tono a la vez crítico y humorístico, retrata un microcosmos delictivo organizado: un patio donde confluyen ladrones, prostitutas, matones y autoridades venales en una parodia de sociedad, con sus propias leyes y rituales. Este cuadro prefigura elementos de la novela negra (urbes corruptas, mafias, corrupción institucional) siglos antes de que existiera el género. La audacia de Cervantes al mostrar la delincuencia como un sistema con reglas, y no mero caos, demuestra su aguda observación de la realidad social. Sevilla aparece, así como un personaje más: una ciudad brillante pero viciada, donde convivían devotos y rufianes, nobles y pícaros, reflejando las contradicciones de la España imperial.
Vigencia del modelo picaresco en la exclusión social urbana
Leída hoy, Rinconete y Cortadillo sigue asombrando por su modernidad temática. Cervantes, con mirada compasiva pero crítica, dio voz a jóvenes marginados y destapó la realidad de un crimen organizado que permeaba todos los estratos de la sociedad. Cuatro siglos después, las narrativas contemporáneas —literarias y cinematográficas— continúan explorando esos mismos temas: la exclusión social, la corrupción, la violencia urbana y la lucha por la supervivencia. El modelo picaresco creado en el Siglo de Oro resulta tristemente vigente porque, aunque cambien las formas, subsisten las desigualdades estructurales que empujan a muchos Rinconetes y Cortadillos modernos a los arrabales de las grandes ciudades. Hoy como ayer, los niños y adolescentes de los cinturones de miseria sueñan con escapar, mientras sortean peligros y tentaciones.
La picaresca nos legó un arquetipo: el del joven astuto de origen humilde que sobrevive en un mundo hostil mediante ingenio y engaños, sin más apoyo que su propia habilidad. Este arquetipo se reencarna una y otra vez, ya sea en un ladronzuelo del Siglo de Oro que roba bolsas en Sevilla, en un favelado brasileño que empuña una pistola, o en un chaval madrileño que se mete en líos menores. Todos comparten la experiencia de la exclusión y la necesidad como motor de sus actos. Por eso, Rinconete y Cortadillo no es solo un fresco de su tiempo, sino también un espejo en el que se miran problemáticas actuales. La obra nos invita a reflexionar sobre cómo la sociedad produce y luego margina a estos “hijos de la calle”, ayer y hoy.
Al final de la novela, Cervantes deja a Rinconete y a Cortadillo en una encrucijada moral: tras presenciar la brutalidad e hipocresía del mundo de Monipodio, los muchachos parecen cuestionar si seguir en él. El relato se cierra sin aclarar su destino, pero sugiere un atisbo de conciencia ética en Rinconete. Esta ambigüedad sigue siendo relevante: plantea la posibilidad de romper el círculo vicioso.
El modelo picaresco perdura no solo como forma literaria, sino como reflejo de la realidad de los de abajo. Mientras existan sociedades con grandes brechas de riqueza, con periferias olvidadas y juventudes sin oportunidades, las historias de pícaros seguirán reescribiéndose. Rinconete y Cortadillo vive en cada relato de supervivencia urbana y denuncia social que nos conmueve en la actualidad. Cervantes, con su estilo ameno y agudo, nos legó una lección intemporal: conocer a estos personajes marginales es comprender las fallas de nuestra sociedad y afirmar, pese todo, la humanidad que brilla incluso entre la miseria. La picaresca se confirma como un espejo incómodo pero necesario, cuya vigencia atraviesa los siglos hablándonos de exclusión y resistencia en nuestros propios barrios y ciudades.


Magnifico artículo de la magnífica Rosa Amor del Olmo.
Obra maestra. Quizás mejor que El Quijote. Obra intemporal, premonitoria y aplicable a una sociedad en la que coexiste imbricada hasta el tuétano, una forma de vida de pillería, engaño y disimulo. Hoy, sigue presente más que nunca, habiéndose elevado de los estratos más miserables hasta las alturas máximas de la política. Hoy, el patio de Monipodio es extenso e inabarcable.
“Mejor que el Quijote” parece una desmesura, aunque cada cabeza es un mundo y existe consenso en situarla como la segunda en jerarquía de las obras de Cervantes. Y claro, también es una obra maestra y esconde el secreto o misterio que “levanta” a las Novelas Ejemplares, como anunció en su Prólogo el propio y genial Miguel de Cervantes.
Y más que premonitoria, es una obra satírica y realista. Y es un caso excepcional (al criterio según el cual la obra se vale por sí misma y no necesita del autor para entenderla) porque para comprenderla con exactitud, cabalmente, es necesario conocer la vida de Cervantes, el momento de su escritura y su intención al escribirla. El patio de Monipodio existía en tiempos de Cervantes, antes de Cervantes y continúa existiendo, sucede que Monipodio cambia de nombres y muda de patios.
Y no solo en Sevilla, en la España de Cervantes, existen patios de Monipodios en muchas ciudades del mundo, allí están los carteles (no el barbarismo de “cárteles”) del narcotráfico que asolan México, las sopotocientas “mafias” que operan en Estados Unidos, Italia, Francia y paremos de contar. El crimen organizado es uno de los males que azotan a la Humanidad y la infiltración de las policías y tribunales por delincuentes un mal gravísimo y más común de lo que se piensa. Sin olvidar que existen países en desgracia cuyos gobernantes son modernos Monipodios.
Es muy posible, sí. No pocas veces ocurre que no es la obra coronada como “principal” la que hiere más hondo en el ánimo del lector, sino aquella otra que, nacida casi en los márgenes, se revela más viva, más punzante y certera. En ese sentido, el patio de Monipodio parece no clausurarse jamás: sigue extendiéndose como sombra intemporal sobre nuestras costumbres, revelando con su retablo de astucias y disimulos un espejo que, a diferencia de otras grandes gestas literarias, nos devuelve todavía hoy la imagen exacta de nuestra sociedad.
¡Qué genial Cervantes siempre! Muy buen artículo, Amor.
Holaaaa, me estoy poniendo al día. “Cervantes, con tono crítico y humorístico, retrata un microcosmos delictivo organizado: un patio donde confluyen ladrones, prostitutas, matones y autoridades venales en una parodia de sociedad…”
Me fascina cómo el texto desentraña ese fresco de Sevilla como una novela negra del Siglo de Oro, con mafias urbanas y corrupción cotidiana antes de que existiera el género. Rinconete y Cortadillo deja de ser solo relato para convertirse en un espejo para nuestra modernidad corrupta, tan cercano y distante a la vez. Una lectura indispensable para quien quiera ver la picaresca con mirada contemporánea y aguda—sin perder la sonrisa irónica.
Qué maravilla tu lectura. Has dado en el clavo: Rinconete y Cortadillo se adelanta siglos al género negro, con esa Sevilla convertida en tablero de trampas, compadrazgos y autoridades corruptas que parecen calcadas de cualquier telediario actual. Lo genial es que Cervantes lo hace con sonrisa irónica, sin perder nunca la gracia de la sátira. Ese microcosmos, tan vivo y tan reconocible, convierte un relato breve en un espejo interminable de nuestra propia modernidad torcida.
Existen dos versiones de ésta novela corta, la publicada en las Novelas Ejemplares y una anterior a la publicación del Quijote en cuyas páginas (en su primera parte, de 1605) se le cita como una obra olvidada por un viajero en una venta junto a “El Curioso Impertinente”, que es la obra escogida para una lectura colectiva. Lo cierto es que es casi un milagro que “Rinconete y Cortadillo” no fuera prohibida por la Inquisición y por la Corona, un milagro mayor al de El Lazarillo de Tormes, que se imprimió y publicó libremente hasta 1559 cuando lo prohibió la Santa Inquisición, porque al fin y al cabo El Lazarillo fue publicado bajo autor anónimo y no se solicitó autorización del Rey ni de la Iglesia, en cambio “Rinconete y Cortadillo” fue publicado por su autor Miguel de Cervantes, Genio de las Letras, con permiso escrito, firmado y sellado de los censores del Rey y de la Iglesia, quienes no se percataron de su significado subversivo y ésta vez Cervantes fue más audaz porque no usó la figura y escudo de un loco y se atrevió a exponer los males sociales de la delincuencia organizada y los funcionarios policiales y judiciales corruptos en las aventuras y desventuras de dos jóvenes rapaces, dos pícaros bastante heterodoxos. Pienso que Cervantes escribió con mayor audacia en la medida que vió más cercana su muerte, así que fue atrevido en 1605 con la primera parte del Quijote, más atrevido en 1613 con Las Novelas Ejemplares (en especial con “Rinconete y Cortadillo”) y atrevidísimo en 1615 con la segunda parte del Quijote.
Extraordinaria observación. Es cierto: hay en Rinconete y Cortadillo un atrevimiento que roza lo milagroso, y más aún si se piensa en la lupa siempre vigilante de la Inquisición y del poder real. Cervantes, ya en el umbral de su madurez y sintiendo quizá la cercanía de la muerte, se permitió un coraje literario que fue creciendo como bien señalas: del atrevimiento inicial del Quijote de 1605, a la ironía subversiva de las Novelas ejemplares y, finalmente, a la audacia sin cortapisas de la segunda parte del Quijote. Que los censores no advirtieran en Rinconete la parodia corrosiva de un orden social corrupto —de jueces, alguaciles y ladrones reunidos en el mismo patio— es, sin duda, un descuido providencial para la posteridad. En esa osadía, Cervantes no solo nos dejó literatura, sino un espejo moral que aún nos incomoda.
Porque Cervantes se adelantó a su tiempo precisamente al no temer escribir contra su tiempo.