Gabriel de Araceli es un personaje central en la obra de Benito Pérez Galdós, especialmente en la serie inaugural de sus Episodios nacionales. Aparece por primera vez como narrador y protagonista de la novela Trafalgar (1873), la cual abre esta célebre saga histórica. En dicha novela, Galdós nos presenta a Gabriel con tan solo 14 años, un muchacho gaditano huérfano que se ve envuelto en la famosa batalla naval de Trafalgar como criado de un anciano oficial de la Marina española. A través de los ojos de este pícaro juvenil, Galdós combina la aventura novelesca con la épica histórica, ofreciendo una perspectiva fresca y humana de un gran acontecimiento bélico.
Los orígenes de Gabriel evocan la tradición literaria del pícaro español: es un huérfano pobre que, a base de ingenio y desparpajo, se abre camino en un mundo difícil. Sin embargo, a diferencia del pícaro clásico cínico y amoral, Galdós forja en Gabriel la semilla de un héroe en ciernes. El propio desarrollo de la serie lo perfila como “el que nació sin nada y llegó a tenerlo todo”: un “pillete de playa” gaditano destinado a convertirse en un oficial caballeroso y valiente. Esta dualidad —pillete humilde, pero con vocación honorable— será clave en la evolución del personaje a lo largo de la saga.
En Trafalgar, primera novela de la serie, Galdós aprovecha el contraste entre la inocencia juvenil de Gabriel y la experiencia de los veteranos para dotar de frescura al relato histórico. A sus 14 años, Gabriel acompaña a su amo don Alonso (de más de 70 años) cuando este decide presentarse voluntario a combatir en la batalla de octubre de 1805. El muchacho se embarca junto al anciano marino en la escuadra española —con presencia en el coloso de cuatro puentes Santísima Trinidad, el mayor navío español— y participa así como testigo directo en los preparativos, el desarrollo y el trágico desenlace del combate. La diferencia generacional entre Gabriel y don Alonso enriquece la narración: por un lado, está el chico, impresionable y entusiasta, ansioso por vivir aventuras; por otro, el viejo oficial, movido por el honor y la nostalgia de glorias pasadas. Esta pareja narrativa permite a Galdós explorar la guerra desde dos ópticas: la del novato que descubre el mundo y la del patriota que revive su juventud a través del combate.
A través de los ojos ingenuos pero vivaces de Gabriel, la épica de Trafalgar se humaniza. El adolescente narrador describe con asombro la magnitud de los navíos y el estruendo del cañoneo, pero también transmite el miedo, la confusión y la pena ante la muerte de compañeros. Su relato en primera persona combina el tono aventurero —propio de un muchacho fascinado por la acción— con momentos de sincera compasión y reflexión. Galdós logra así que el lector experimente la batalla de forma cercana, no solo como un hecho histórico distante, sino como una vivencia personal: sentimos la sal en el rostro de Gabriel, el temblor en sus manos al cargar un cañón, la admiración por el heroísmo sencillo de marineros como Marcial “Mediohombre”, y el profundo impacto que deja la tragedia en su alma juvenil. La crítica ha visto en este arranque la demostración del genio narrativo de Galdós al fundir la crónica histórica con la novela de formación del joven Gabriel: la Gran Historia contada desde la mirada humilde de un chico del pueblo.
Cabe destacar que Gabriel de Araceli, a pesar de su corta edad, no es un simple observador pasivo. Su carácter resuelto hace que tome parte activa: ayuda a don Alonso en lo que puede durante el combate e incluso arriesga la vida. No obstante, tras la batalla —que culmina con la derrota franco‑española y graves pérdidas humanas— Gabriel queda profundamente marcado. La experiencia le hace madurar de golpe, enfrentándolo a la realidad cruda de la guerra. En la última parte de Trafalgar, el muchacho reflexiona sobre lo vivido y comienza a cuestionarse el sentido del sacrificio y de la contienda misma: si tantos hombres buenos mueren, ¿para qué sirve la guerra? Galdós, a través de la voz joven de Gabriel, siembra así una mirada crítica y humanista sobre el heroísmo bélico tradicional.
Evolución de Gabriel en los Episodios nacionales: un Bildungsroman cívico
Gabriel de Araceli, narrador protagonista de la primera serie de los Episodios nacionales, encarna un itinerario de redención laica: de muchacho popular y vivaz pasa a ciudadano consciente no por privilegio de cuna ni por providencias, sino por la escuela de la Historia (de Trafalgar a La batalla de los Arapiles) y por una cadena de acciones buenas, educativas e inteligentes. En los episodios bélicos aprende disciplina, solidaridad y prudencia; en los cívicos —con Cádiz y las Cortes como aula— interioriza la razón pública (debate, prensa, ley). Su mejora ética y social nace del roce con la comunidad (familias tutelares, camaradas, mentores, mujeres del pueblo) y del trabajo, la compasión y la valentía medida; no de gestas providenciales ni de retóricas huecas.
Con de Araceli, Galdós propone un humanismo reformista: los personajes —espejos de la sociedad— se redimen por la sociedad misma, es decir, a través de instituciones (ejército ciudadano, prensa, Cortes), vínculos (lealtad y cuidado del otro) y aprendizajes que convierten la experiencia en criterio. El resultado es un Bildungsroman cívico en el que la trayectoria individual funciona como metonimia de una España perfectible: la regeneración no se predica, se practica con obras, educación y uso de la inteligencia al servicio del bien común.
La aventura vital de Gabriel de Araceli no termina en Trafalgar. Galdós continúa utilizando a este personaje como hilo conductor de los diez Episodios nacionales de la primera serie, que abarcan desde 1805 hasta 1812, en pleno periodo de la Guerra de la Independencia. Exceptuando la novela Gerona, Gabriel aparece en todas las demás entregas de esta primera serie y narra en primera persona sucesos clave como la corte de Carlos IV, el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, la batalla de Bailén, los sitios de Zaragoza y, finalmente, la campaña de 1812 que culmina en La batalla de los Arapiles. De este modo, sus andanzas aventureras y amorosas sirven de columna vertebral para dar unidad y cohesión a la serie, permitiendo al lector recorrer la convulsa historia de España junto a un personaje familiar.
A lo largo de estos episodios, vemos a Gabriel crecer y transformarse. Aquel chiquillo pícaro y buscavidas de Cádiz evoluciona gradualmente en un joven idealista y valiente, moldeado por las experiencias de la guerra y las lecciones de vida que va recibiendo. En el plano personal, Gabriel vive un profundo amor por Inés, una muchacha a la que conoce en sus peripecias y que se convierte en el gran afecto de su vida. Junto a Inés vivirá separaciones y reencuentros en medio del conflicto histórico, encarnando ambos una historia romántica que corre paralela a la historia nacional. Este amor sincero aporta un aliciente folletinesco a los Episodios, conectando con la sensibilidad del lector de la época; la crítica ha señalado que, aunque Gabriel e Inés pueden leerse como símbolos, el “tapiz” de la España decimonónica que los sostiene es tan rico y variado que el público los aceptó desde el principio. Finalmente, tras muchas vicisitudes, Gabriel logra casarse con Inés, uniendo su destino al de la familia de ella.
Al mismo tiempo, Gabriel asciende socialmente: de la pobreza extrema llega a integrarse en la burguesía madrileña y a hacer carrera en el ejército. Siguiendo su evolución, Galdós lo convierte de simple grumete en Trafalgar en un oficial respetable, con rangos superiores y prestigio hacia el final de la serie. Esta notable promoción se narra no exenta de ironía: parte de la crítica ha subrayado que Galdós deja entrever una moraleja social al mostrar que, además del talento y los méritos del protagonista, los contactos de su familia política pueden facilitar sus ascensos. De esta lectura se desprende que, en la España del XIX, el ascenso por mérito propio no era empresa fácil y que casarse bien podía allanar el camino hacia la prosperidad. Con todo, el mensaje predominante en la trayectoria de Gabriel es positivo: su coraje, su lealtad y su buen corazón le permiten sobreponerse a orígenes humildes y “tenerlo todo” al final, tanto en lo material como en lo afectivo.
Críticos como Joaquín Casalduero han analizado cómo Gabriel de Araceli representa una renovación del arquetipo del pícaro en la novela española. Mientras el pícaro del Siglo de Oro suele quedar atrapado en la marginalidad y la falta de honor, Gabriel, en cambio, incorpora los ideales de honor moderno: a su astucia natural suma un sentido del deber, una rectitud de conciencia y una empatía que lo redimen moralmente. En este sentido, el personaje trasciende el mero papel de aventurero para convertirse en símbolo de los valores que, a juicio de Galdós, debían guiar la reconstrucción nacional: trabajo honrado, fraternidad y memoria histórica aprendida de la experiencia.
De Araceli permanece como uno de los personajes más queridos y emblemáticos de Benito Pérez Galdós. Su figura logra conciliar la viveza picaresca con la épica histórica y el didactismo moral, resultado de la pluma galdosiana. A lo largo de Trafalgar y los demás Episodios de la primera serie, Gabriel actúa como nuestros ojos ante la historia: un muchacho humilde pero lleno de coraje que crece hasta convertirse en héroe, sin perder nunca su humanidad. Su mirada juvenil humaniza los grandes hechos históricos, acercándolos al lector con emotividad y realismo. Al mismo tiempo, su evolución personal —de la orfandad y la miseria a la felicidad conyugal y el éxito profesional— ofrece un mensaje de esperanza y superación, matizado con la conciencia crítica sobre las injusticias sociales de su tiempo.
En suma, Gabriel Araceli representa el espíritu del pueblo español enfrentado a su propia historia: un joven pícaro que, con ingenio, valor y bondad, sobrevive a la tormenta de la guerra y encuentra su camino en un mundo convulso. Gracias a este personaje entrañable y complejo, Galdós consiguió dotar de alma narrativa a la Historia de España del siglo XIX, creando una novela histórica divulgativa pero rigurosa que sigue fascinando a generaciones de lectores. Gabriel, el pícaro de Trafalgar, nos recuerda que detrás de cada gran hecho histórico laten las vidas y emociones de personas comunes, y es esa dimensión humana la que convierte al pasado en una experiencia vívida y aleccionadora.


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