El título de la novela de María Agúndez, Casas limpias, reforzado por la denotativa imagen de la cubierta del libro, deja poco margen de duda acerca del asunto que afronta la autora. En efecto, la obra trata del servicio doméstico con un absoluto prurito de actualidad que incluye precisar el precio por hora que cobran las limpiadoras y asistentas. El punto de partida temporal del relato se sitúa en la crisis de 2008, cuando la madre de la narradora hizo recortes en el presupuesto doméstico y les “tocó” limpiarla entre las dos, con claro perjuicio de la hija.
La narradora, Sol, trabaja como asistente —modo de denominar a una chica para todo— de un pintor y está casada con el ayudante —también para todo— de un director de cine. El pintor la despide por algunos deslices económicos que ha cometido y ella decide ser la que asuma la limpieza de su casa, con el contento de su pareja, que así se siente libre del complejo de culpa por no ocuparse para nada de la casa. Curiosamente, para Sol, este quehacer no constituye una labor ni opresiva ni humillante porque a ella le encanta limpiar. A pesar de lo cual ella también ha tenido limpiadora, en realidad una pareja de mujeres que prefieren trabajar de forma conjunta como si fueran una sola porque así lo acaban antes.
Casas limpias apenas ofrece en apariencia otra cosa que un amplio muestrario de una denigrada ocupación laboral corriente. Los casos expuestos tienen un valor representativo tanto de las trabajadoras como de los empleadores. Agúndez anota los rasgos distintivos de ambos grupos. En aquél señala la condición femenina casi absoluta y también su origen extranjero, emigrantes marcadas por la precariedad de la vida en los lugares de procedencia. En el otro grupo, apunta su pertenencia a una clase social acomodada, la motivación en eludir los trabajos domésticos y, como un signo de actualidad, la necesidad de recurrir a una ayuda externa, las cuidadoras, por motivo de la edad avanzada o de la enfermedad.
Tal como la acabo de referir, toda esta información suena a costumbrismo, pero el propósito de Agúndez es muy otro que el de una constatación típica y tópica. El material que anota es la fuente de una serie de reflexiones sociales y éticas. Sobre la base de las anécdotas, voluntariamente consabidas y reiteradas, traza un panorama de nuestros días. Se fija en los tópicos, y les da la vuelta. Constata el parecer común según el cual alguien que lleva mucho tiempo empleada en una casa “es como de la familia”. La autora desvela la falsedad de ese aserto: la presunta familiaridad es una justificación de la mala conciencia burguesa.
Especial desarrollo obtiene en la novela el papel que el hombre y la mujer tienen con el servicio doméstico dentro de un matrimonio o pareja. La mujer es quien mantiene el trato con la sirvienta, la que se ocupa de señalarle las labores o de indicarle un cabio de horario, mientras que el hombre ni siquiera sabe el teléfono de la chica de la limpieza. Está la autora con ello marcando la supervivencia de la desigualdad de género. También ocupa un lugar central del libro la dignidad de los trabajos, el menosprecio del trabajo doméstico frente a cualquier otro, cuando estos, de más prestigio social, no suponen en el fondo una diferencia cualitativa grande. El testimonio de Sol confirma que no es más digno ser asistente de un pintor que limpiar su propia casa.
Esta veta central de Casas limpias se complementa con observaciones un poco distintas. Aborda, siquiera de pasada, la controversia sobre amamantar a los bebés (con incertidumbre piensa Sol si dar el pecho “es superfeminista” o si no sería más feminista y conciliador dar leche de fórmula). A un terreno de análisis psicológico lleva el egoísmo de la madre de la narradora. La relación entre Sol y su pareja propicia un análisis de esta institución en los tiempos actuales desde una perspectiva de género. Son asuntos diferentes e incluso independientes del leitmotiv central, las empleadas de hogar, pero forman con él un todo congruente.
Sean cuales sean los motivos concretos que desfilan por la novela, todos tienen algo en común. Agúndez los plantea desde un punto de vista interrogativo de tal manera que la novela constituye un repertorio de interrogantes que no obtienen respuesta. Son preguntas que buscan la reflexión del lector, que incitan a una respuesta o la espolean. Esto acota de una manera muy personal el testimonio del libro, pues aunque ofrezca un claro valor documental y brinde un reflejo palpitante de una problemática actual cierta, no obedece a un propósito de denuncia. Solo constata hechos que reclaman meditación y que no sirven para un alegato político. Sin embargo, y aunque no se deba filiar Casas limpias con la literatura de compromiso político, su sentido sí tiene un alcance revulsivo en línea con la escritura ideológica. Sin caer, eso sí, en las simplificaciones y maniqueísmos propios de la agitpropop.
María Agúndez posee un fino instinto para la captación de datos relevantes de la realidad. Sabe insertarlos en una trama anecdótica nada complicada, exponerlos con desenfado y humor y mostrarlos con una prosa sencilla, antirretórica y eficaz. Todo ello proporciona a su obra una fuerza comunicativa muy grande, y con bastante frecuencia cargada de emoción y sentimiento. El libro ha aparecido en una colección que prima lo cronístico y documental sobre lo literario y carece de marchamo artístico. Ello perjudica a su dimensión creativa, pero la joven María Agúndez ha hecho una novela de mucho mérito. Su intuición certera de una buena materia novelesca y la solvencia formal para recrearla la sitúan entre nuestros más atinados narradores últimos. No ha obtenido Casas limpias el eco y la consideración literaria que merece, pero apostaría que es el punto de partida de una escritora a quien aguarda una carrera descollante.
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Autora: María Agúndez. Título: Casas limpias. Editorial: Temas de hoy. Venta: Todos tus libros.


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