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Recuento de poemas, de Jaime Sabines

Recuento de poemas, de Jaime Sabines

El tiempo ha hecho justicia y actualmente la poesía de Jaime Sabines está considerada como fundamental para los poetas y lectores, especialmente porque supo llevar a cabo una renovación en sus formas y en sus temas, y llegar a nuevos registros del sentimiento. Un poeta brillante que condensa la emoción estética en la naturalidad y la sencillez. En esta edición se reúne su poesía completa, revisada y contrastada por el propio autor, incorporando algunos poemas excluidos en ediciones anteriores. Una obra imprescindible en la historia de la literatura en lengua española.

Zenda comparte el prólogo de Jesús García Sánchez Recuento de poemas (1950-1993), de Jaime Sabines.

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PRÓLOGO

En uno de los poemas que componen el libro Maltiempo, publicado en 1972, Sabines escribe que «Hay dos clases de poetas modernos: aquellos sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben: “Lucero, luz cero, Luz Eros, la garganta de la luz para colores coleros”, etcétera, y aquellos que se tropiezan con una piedra y dicen “pinche piedra”. Los primeros son los más afortunados. Siempre encuentran un crítico inteligente que escribe un tratado “Sobre las relaciones ocultas entre el objeto y la palabra y las posibilidades existenciales de la metáfora no formulada”. De ellos es el Olimpo, que en estos días se llama simplemente el Club de la Fama».

Es importante hacer esta puntualización cuando se escribe sobre la poesía de Jaime Sabines, porque desde sus primeros escritos procuró evadirse de las frivolidades y de los éxitos fáciles, de las apariencias impostadas, de las declamaciones pomposas y huecas; pretendía ser un poeta que contara los incidentes que rodean y se encuentran en las propias realidades, sus propias experiencias, sus vivencias internas o externas, sus más cercanas circunstancias existenciales, «yo creo que mi poesía no es más que un largo testimonio de lo que he vivido», nada más y nada menos que un recorrido biográfico.

Pero no es Sabines un caso aislado entre los poetas contemporáneos de México que se apoyan en estas líneas maestras; Rosario Castellanos, Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde o Efraín Huerta también se encuentran inmersos en una poesía que trascienda desde el yo al nosotros, a la comunicación con los demás, y hasta con el compromiso social a través de la sencillez poética y de la espontaneidad. En cierto modo estos poetas se muestran como observadores y cronistas de la vida diaria, de su cotidianeidad, de la soledad y la tristeza que ofrece la supervivencia, con evidentes y continuas muestras de desasosiego y desengaño, cargadas de escepticismo.

Esta forma de expresión poética paralelamente ya se estaba ensayando en otros países de Hispanoamérica. Esta escritura directa, sencilla y sincera, que reacciona contra el trascendentalismo o la sensiblería reinante, contra los residuos y las cenizas incandescentes, herencia de un modernismo ya caducado, también está presente en otros lugares del continente. De formas distintas y con temáticas semejantes, con poéticas paralelas pero con ciertas diferencias, Saúl Yurkievich supo nominar cada uno de estos estilos, tan próximos y correlativos, acertadamente: «Antipoesía para Nicanor Parra, poesía exteriorista en Ernesto Cardenal, poesía situada en Enrique Lihn y realismo coloquial para Jaime Sabines».

Mario Benedetti desde Montevideo también fue uno de los máximos exponentes de esta tendencia poética, al mismo tiempo que uno de los que pudieron precisarla mejor. Definió a este grupo como Poetas comunicantes que «significa, en su acepción más obvia, la preocupación de la poesía actual latinoamericana en comunicar, en llegar a su lector, en incluirlo también en su buceo, en su osadía y a la vez en su austeridad. Pero que quiere decir algo más. Poetas comunicantes son también vasos comunicantes. O sea el instrumento (o por lo menos uno de sus instrumentos, sin duda el menos publicitado) por el cual se comunican entre sí distintas épocas, distintos ámbitos, distintas actitudes, distintas generaciones».

Una poesía, en términos generales, escrita para la gente común y pensada desde ellos, desde un yo abierto al mundo y a sus particularidades y aconteceres; como si el autor se confesara emocionalmente y sin preámbulos al amigo o lector desconocido. Con palabras de José Emilio Pacheco a la poesía de Sabines, pero también extendible a cualquiera de este conjunto de poetas, «su obra son cartas confidenciales de la clase media, para la clase media y desde la clase media». Sabines, continúa José Emilio Pacheco, es un poeta que es capaz de transformar la literatura en realidad.

Nacido y criado en el estado de Chiapas, decidió estudiar Medicina para lo cual viajó a México capital; angustiado por el fracaso en los estudios decidió «hacerse poeta» y regresar a su natal Tuxtla Gutiérrez donde había tenido una infancia tranquila, feliz, en contacto con la naturaleza, sus ríos, árboles, animales. Y de manera definitiva marcha de nuevo al D. F., esta vez a estudiar Literatura en la UNAM, hasta 1952, fecha en la que su padre tiene un grave accidente y vuelve a Tuxtla. Allí conoció a diversos escritores, algunos poetas, que serían importantes en su formación literaria, y aunque nunca fue propenso a las reuniones literarias, ni tampoco a los mundillos intelectuales, sí mantuvo cierta amistad con algunos de ellos —pocos— como Rosario Castellanos, Emilio Carballido o Rubén Bonifaz, que mutuamente se animaban para publicar sus poemas en revistas como Fuensanta o Metáfora.

Sus primeros libros ya estaban bastante rediseñados: Horal es de 1950 y La señal, de 1951. Y en ambos los temas más preferidos del poeta están muy presentes: la vida y la muerte. En 1956, con la publicación de Tarumba, ya empieza la consideración general a Jaime Sabines como el gran poeta que es, aunque la consagración definitiva no le llegaría hasta 1961, cuando tras el fallecimiento de su padre escribe Algo sobre la muerte del Mayor Sabines, poemas extraordinariamente sensibles y llenos de dolor y melancolía; una parte del libro, como dijo el propio autor, fue escrita en sonetos porque «la forma soneto era para mí un vaso para contener la emoción, porque si no, no hubiera escrito nada; sobre todo en aquellos primeros días en que yo sentía su muerte como mi muerte».

En la extraordinaria lectura que hizo Sabines de su poesía en la Residencia de Estudiantes de Madrid, el día 12 de diciembre de 1997, comentó que no le gustaba leer en público este poema porque le hacía llorar, pero que «me doy cuenta de que no podía salir de aquello mientras no lo enfrentara decididamente. Así, resolví escribir la segunda parte…». Tres años después, en 1964, escribió la segunda parte de este libro: «Guardé silencio durante tres años porque ya estaba harto de hablar de la muerte, pero no podía quitármela de la cabeza. Escribir me ayudó a salir de mi soledad». En aquella inolvidable velada quiso solo leer una pequeña selección de la segunda parte «que es menos llorona que la primera…».

Preguntado Sabines sobre su particular concepto de entender el acto poético, respondió: «Pues es muy difícil, porque es una pregunta a la que puedo responder de muchas maneras. No hay una sola respuesta para cierto tipo de preguntas. Le puedo dar todas las respuestas del mundo, pero le daré la que me parece más verdadera en mi caso: la poesía es un ejercicio necesario, absolutamente necesario, inevitable, diría yo. En alguna ocasión dije que era como un destino. Más que una vocación la poesía es un destino… Un poeta es una gente descarnada, es decir una persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por lo tanto las cosas que suceden le afectan más que a otros».

Jaime Sabines nació en Tuxtla Gutiérrez en marzo de 1926, de padre libanés y buen lector de libros de poesía; comenzó pronto a escribir imitando conscientemente a los poetas del 27 español, especialmente a García Lorca, más como ejercicio literario y lúdico, sabiendo que aquellos poemas no eran más que eso: una simple copia de poetas a los que admiraba.

Lee de manera compulsiva los poemas del Romancero clásico español, a Juan Ramón Jiménez, lee sin parar mientras va ejerciendo de vendedor de telas ambulante, inmerso en la más natural cotidianeidad. «Me sentí humillado y ofendido por la vida. ¿Cómo era posible que estuviese en aquella actividad, la más antipoética del mundo? Después de dos o tres años comencé a ser humilde, a decirme: que se vaya al carajo la poesía…».

Pero sabía que la poesía también es la búsqueda de la verdad humana y ese transitorio empleo no era un mal lugar para buscarla. Desde Lorca, una de sus lecturas predilectas, también César Vallejo, Pablo Neruda, Ramón López Velarde y Miguel Hernández, va camino del encuentro con el tradicionalismo y el populismo mejor asimilado, que son evidentes claves en su poesía, las tres heridas de M. Hernández: la muerte, la vida y el amor.

Sabines muy conscientemente busca, y no hay duda de que lo encuentra, un camino distinto al que está ocupando Octavio Paz en la poesía mexicana, un camino divergente que transita alejándose del cultismo y aún más del simbolismo; se acomoda en un antilirismo que prefiere que sea el lenguaje coloquial los cimientos de su poesía, y la naturalidad, la emoción y la pasión como principales surtidores de su obra; hacer poesía para todos, comprensible, cercana y sencilla.

La poética de Jaime Sabines es transparente, y también muestra su poco interés por la de Paz, además quiere señalar y dejar testimonio de las diferencias entre uno y otro quehacer, y no solo con sus poemas. Hablando de Octavio Paz manifiesta lo mismo que podría haber dicho de cualquier otro poeta que no percibiera la poesía como él mismo la concebía: «He tratado de convencerme de que es un gran poeta, pero no lo he logrado. No sé. No me gusta. Como que hace su poesía asépticamente. No lo conozco personalmente. Se me hace que se pone delantal, mascarilla y guantes para escribir… no me gustan los poemas donde no se ve al poeta ni al hombre. Pura construcción, pura objetividad sin mancha y sin trato. Tal vez sea eso la poesía, la belleza con mayúsculas… Creo que en el fondo es una gente sin casa y sin nombre…».

Octavio Paz en su libro Generaciones y semblanzas (1987) escribe: «La poesía de Sabines alcanzó probablemente en Tarumba, libro memorable de 1956, su mediodía. Un mediodía negro como un toro destacado a pleno sol. Poeta expresionista, encontró la “antipoesía” antes que Nicanor Parra y descubrió, con mucha menos retórica y más fantasía, las violencias y los vértigos del prosaísmo muchísimo antes que el cardenal Ernesto».

Sabines a menudo había prevenido de los peligros que acechaban a la poesía coloquial desde el realismo mal entendido. Poco pudo importar estas líneas de Paz a Sabines, quizás más de Sabines a Paz, pero lo cierto es que Octavio era el máximo exponente de la crítica en México y a Sabines lo describió como antiintelectual, un poeta verdadero y un comediante disfrazado de salvaje; como antipoeta, sin más. Pero Sabines solo pensaba en encontrar la verdad por medio de la poesía, y sabía que no debía de vivir al modo de los poetas, ni de lo que opinaban los poetas, sino de los hombres; dudaba y no estaba muy convencido de que su quehacer poético hubiera encontrado una definitiva solución, pero sí presentía que iba por el camino que consideraba como el más correcto: «Pero siento que voy bien: me alegro de poder agarrar la escoba sin avergonzarme, sin pensar siquiera en la escoba: me alegro de poder visitar a un establero de México y hablar con él de las vacas, de su alimentación, de los precios que fija el gobierno. Siento, con esto, que cada día soy un poco más hombre y más poeta. Porque de veras, cada vez que me siento crecer en comprensión y en humildad, me siento crecer en mi poesía».

Sabines, curiosamente, y más teniendo en cuenta el tiempo tan problemático en el que le tocó vivir, nunca escribió poemas políticos, al menos de manera directa, aunque consideraba que sí escribió tres o cuatro poemas de coraje, de rebelión social, ante ciertos sucesos injustos y escandalosos que ocurrieron en México, como el de Tlatelolco, pero no poesía propiamente política: «Siempre que responda a una vivencia humana será poesía. El poema no tiene más que una medida, su autenticidad. A mí me chocan tanto los poetas que escriben poesías al Che Guevara sentados en la mesa de un café, como aquellos que hablan de divinidad mientras patean a un perro. No se tiene derecho a hablar de lo que no se ha vivido; todo lo que se haga al margen de la experiencia emocional será una construcción verbal, juego entretenido, pero no poesía».

Sabines decidió no ver su firma incluida en manifiestos políticos, ni participar en actos extraliterarios, y ni su militancia política, como tampoco su escaño de diputado, dejaron huella en su poesía, más que algunos detalles y esos escasos tres o cuatro poemas, además poco significativos dentro de su obra.

El tiempo ha hecho justicia y actualmente la poesía de Jaime Sabines está considerada como fundamental para los poetas y lectores, especialmente porque supo llevar a cabo una renovación en sus formas y en sus temas, y llegar a nuevos registros del sentimiento, hasta desconocidas regiones del amor y del dolor. Una voz poderosa que con su lenguaje coloquial y tan personal, rastrea en los pensamientos, con poemas elaborados con un cuidadoso proceso de supresión de elementos superfluos y adornos innecesarios.

Un poeta brillante que condensa la emoción estética en la naturalidad y la sencillez, y poseedor de una extraordinaria y sabia manera de introducir el pesimismo más humano en sus versos. Octavio Paz quiso señalar que «Jaime Sabines es uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto, desde su primer libro, encontró su voz. Una voz inconfundible, un poco ronca y áspera, piedra rodada y verdinegra, veteada por esas líneas sinuosas y profundas que trazan en los peñascos el rayo y el temporal. Mapas pasionales, signos de los cuatro elementos, jeroglíficos de la sangre, la bilis, el semen, el sudor, las lágrimas y los otros líquidos y sustancias con que el hombre dibuja su muerte —o con los que la muerte dibuja nuestra imagen de hombres—».

J. G. S.

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Autor: Jaime Sabines. Título: Recuento de poemas (1950-1993). Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros.

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Fernando
Fernando
1 mes hace

Más publicidad para una poética muerta. Poetas de la experiencia, poetas comunicantes, el pasado es vuestro, dejen al presente pelear sus propias peleas. RIP

Óscar
Óscar
1 mes hace
Responder a  Fernando

Totalmente respetable su opinión, pero hay que darle el valor y agradecimiento a esos “comunicantes”. Poetas como Sabines o Benedetti lograron acercar la poesía a generaciones, que más preocupados de la estética, de generar admiración en sus “colegas” lograron lo contrario. Hacer creer que ser poeta era cuestión de complicar la lectura, de alejar de lo humano, los sentimientos y la conciencia con circunloquios rebuscados, a ver quién usa una metáfora más compleja y temas snobs . Mejor un Sabines que las poetas Instagramers.

Fernando
Fernando
1 mes hace
Responder a  Óscar

Estimado, hoy la poesía no se debate entre instagramers y poetas comunicantes. Hay todo un universo de poéticas (documentales, conceptuales, metalingüísticas, etnosurrealistas, fantásticas, autoficcionales, etc.) que proponen visiones frescas del fenómeno poético. Los comunicantes fueron renovadores, sí, pero en los años 60 (!), y un poco más tarde en España. Me parece que, desde hace décadas (Benedetti fue el prócer), se han vuelto una mafia literaria trasatlántica, que no solo detenta poder, sino que extiende la ficción polémica de que ellos son los poetas buenos y necesarios y el resto una panda de elitistas y metaforistas rococó, una divisón que huele a urss y a populismo rancio.

Chr
Chr
26 ddís hace
Responder a  Fernando

La poesía afortunadamente no tiene fecha de vencimiento. Usted está tan atravesado por el marketing, las etiquetas, ismos de aquí y de allá. Es de iluso dejarse engañar por espejitos de colores. Nada ha cambiado demasiado más allá de la apariencia.

Fernando
Fernando
24 ddís hace
Responder a  Chr

Yo no hablo de escuelas ni etiquetas de marketing, hablo de poéticas: prácticas, obras, autores, discursos. La poesía conversacional también lo es. Si no le gusta ejercer el pensamiento crítico y analítico (que sí, discrimina y compara) y prefiere vivir en el limbo de las esencias, entonces le aconsejo que guarde las apariencias y no ataque a su interlocutor. Pensar, aunque cueste trabajo, es gratis.