Portada: Viñeta de ‘One Piece’, por Eiichirō Oda.
¿Qué es un tesoro? Según el Diccionario de la lengua española, se concibe como una suma de dinero u objetos preciosos, guardada en un lugar específico. También, una cantidad escondida de monedas o cosas valiosas, sin dueño aparente. Pero, en lo que nos atañe hoy, podemos aceptar la definición de esa persona o cosa, o conjunto o suma de cosas, de elevado precio o muy dignas de estimación.
Es difícil explicar el argumento de One Piece, principalmente porque su “imagen de escaparate” no representa la esencia completa de lo que se narra desde sus primeros compases. Pero el mangaka lo dejó claro y cristalino: quería desarrollar una historia de piratas. Es ese leitmotiv el que inicia la primera saga del East Blue, donde los lectores conocen la expiración del pirata Gol D. Roger —inspirado en el capitán francés Olivier Levasseur—, quien antes de ser ajusticiado por la Marina, sentencia el inicio de una época gloriosa para la piratería: quien encuentre su tesoro se quedará con él, convirtiéndose en el rey de los piratas. Así florece el sueño de cientos de lobos de mar, bucaneros, corsarios y también niños. Entre ellos un bobalicón, pero apasionado, Monkey D. Luffy.
Este argumento tan elemental alberga un trasunto de envergadura, pues ya se dicta un férreo control por parte de una entidad naval supeditada al Gobierno Mundial, frente a un conglomerado de personajes que aspiran a quebrantar las leyes para lograr un tesoro inconcebible, aunque es cierto que este dualismo se derrumba por la figura de Luffy, que encarna los ideales morales de la libertad y la convicción: alguien que admira al capitán Shanks, el cual le enseña la riqueza de regirse por ideales y honor. Todo en la vida tiene un poder simbólico. Cada uno de nosotros cobija algo cuyo valor no puede descifrarse, sea un reloj de nuestro abuelo, la cámara fotográfica de nuestros padres o aquella pluma estilográfica que perteneció a ese ser amado. Esa es la esencia de un tesoro, y un sombrero de paja, entregado por Shanks, es, en esencia, un tesoro para Luffy.
Cabe resaltar que, de forma inesperada, Shanks también le obsequió —indirectamente— con otro tesoro: la fruta demoníaca Goma Goma. Dichos frutos, una vez consumidos, proporcionan poderes o habilidades especiales a quien los coma, con la consiguiente maldición de que la mar los repudiará; esto es, no pueden nadar, siendo su fin ahogarse. Ironía, si se tiene presente que el mundo imaginado por Oda está constituido por un 95% de agua aproximadamente, siendo circunscrito por un único continente —Red Line— además de las cientos de islas cobijadas en sus aguas. En el caso que nos atañe, la fruta Goma Goma le otorga a Luffy la propiedad de ser de goma, permitiendo extender o contraer su cuerpo.
Con todo ello, Luffy se embarca en ese mar llamado East Blue buscando tener una tripulación y un navío acordes a su sueño: convertirse en el rey de los piratas. Y para ello, tendrá que aventurarse en la región de los grandes bucaneros, la inhóspita Grand Line, lugar donde se esconde la isla Laugh Tale, y en la que se halla el tesoro, aunque cabe señalar que a día de hoy —después de 1164 capítulos y veintiocho años de desarrollo— sigue sin saberse qué es en realidad el One Piece.
Esta primera saga —adaptada por Netflix en su primera temporada— demuestra varios aspectos de su autor. En primer lugar, la capacidad narrativa de Oda, al introducir paulatinamente detalles que dinamizan la historia y su trasfondo. Mientras los personajes clave viven sus tragicomedias, otros secundarios desarrollan sus quehaceres en paralelo, para volver al entramado central. Y se ha referenciado el término “tragicomedia” pues, como si del teatro griego se tratase, a lo largo de decenas de capítulos se sucede el debate ético y reflexivo sobre la verdad y la justicia; el esclavismo y la elección vital, el honor y la dependencia social, el racismo y la tolerancia. La carga emocional que se va plasmando en los arcos narrativos que acontecen (especialmente en Syrup y Baratie) crece y converge para un conclusivo primer final en el llamado Arlong Park.
Escenas icónicas que han saltado al entorno transmedia con personajes como Usopp el mentiroso, Zoro el cazador de piratas, Sanji el cocinero y Nami la cartógrafa y ladrona. Es aquí donde se muestra otro de los potenciales de Oda, el de la construcción creativa de personajes, su trasfondo, miedos y propósitos. Su imagen y modo de decisión. No solo en los protagonistas de la llamada banda del Sombrero de Paja, sino también en aquellos antagonistas, desde Buggy el Payaso a Don Krieg. Donde el dibujo cumple los aspectos técnicos básicos con sus trazos para contar los sucesos (usando el dualismo blanco/negro) es en sus diálogos, donde sucede el verdadero pulso narrativo, atrapando al lector en un frenesí de páginas.
Y pese a ciertas taras iniciales, como la pausada ejecución de refriegas cíclicas, este amanecer embelesa como la más hermosa de las flores con su tono y aroma, haciendo que el lector solo tenga en mente el próximo rumbo de la historia, ese lugar llamado Grand Line. “Paraíso”, como le confiesa Zeff “Pies Rojos” a un entusiasmado Luffy, y también al lector, otro miembro más de la tripulación.


Entusiasta y estupendo artículo, enhorabuena al rey de los piratas!