Foto: Mark Kauffman.
John Berryman fue un poeta y profesor universitario nacido en McAlester, Oklahoma, en 1914. Es considerado junto a Robert Lowell, Sylvia Plath, Anne Sexton y W. D. Snodgrass un poeta de la denominada “poesía confesional” y una de las figuras centrales de la poesía estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Llamado al nacer John Smith, Berryman adoptó el nombre de su padrastro tras el suicidio de su padre, acontecimiento que marcaría su labor poética. Se graduó en Columbia en 1936 y, tras enseñar en Harvard y Princeton, se incorporó como profesor a la Universidad de Minnesota, donde permanecería hasta su muerte. En 1948 publicó su primer libro importante de poesía, The Dispossessed, al que seguiría Homage to Mistress Bradstreet (1956). Sus 77 cantos del sueño (1965) le harían merecedor del premio Pulitzer y unos años más tarde obtendría el National Book Award y el Bollin. Berryman era alcohólico y algunos de sus amigos dijeron que mientras estudiaba en la Universidad de Columbia parecía tener una doble personalidad. Su alcoholismo y depresión le fueron alterando sus capacidades para escribir, hablar en público y trabajar normalmente. Así, en 1972, su estado depresivo le lleva a seguir el ejemplo de su padre: se suicida tirándose por el puente de la Avenida Washington en Minneapolis. En nuestro país, la editorial Vaso Roto publicó 77 Dream Songs / cantos del sueño (2019) con traducción de Andrés Catalán y Carlos Bueno Vera y Homenaje a la señora Bradstreet (2022) con traducción de Armando Roa Vidal. Presentamos un poema con traducción de Óscar Hahn.
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Poema de la pelota
Qué será ahora del niño que perdió su pelota.
¿Qué, ¿qué debiera hacer? La vi alejarse
dando bote alegremente, calle abajo, y después
alegremente sobre… ¡Ahí está, en el agua!
De nada sirve decir: “Oh, hay otras pelotas”.
Una angustia extrema, estremecedora, ata al niño
mientras permanece rígido, temblando, mirando fijamente
los días de su niñez en el puerto donde
se fue su pelota. Yo no me metería con él.
Unas monedas, otra pelota, no valen nada. Ahora
siente la primera responsabilidad
en un mundo de posesiones. La gente se llevará pelotas,
las pelotas siempre se perderán, niñito,
y nadie recompra una pelota. El dinero es externo.
Muy detrás de sus ojos desesperados, él está aprendiendo
la epistemología de la pérdida, cómo mantenerse de pie.
Gradualmente la luz vuelve a la calle,
suena un silbato, la pelota se pierde de vista.
Pronto una parte de mí explorará el suelo
profundo y oscuro del puerto… Estoy en todas partes,
sufro y me muevo, mi mente y mi corazón se mueven
con todo lo que se mueve, debajo del agua
o silbando. No soy un niñito.


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