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5 poemas de ‘Solo vemos la luz’, de Miguel Sánchez Robles

5 poemas de ‘Solo vemos la luz’, de Miguel Sánchez Robles

Como otros muchos poetas, Miguel Sánchez Robles se comporta como esos pájaros atraídos por los objetos brillantes. Él los halla al escribir y resultan como esos sobres azules y preciosos en los que pone la palabra: Pista. Esas pistas ayudan a encontrar el sentido y a ver mejor y más hondo lo que de verdad ocurre en La Tierra. Producen un placer intelectual inigualable al que es muy difícil llegar por otros caminos más o menos prohibidos. Sin esas pistas brillantes la existencia sería mucho más pobre y la vida se reduciría a las de esos tristes y pacientes herbívoros a los que se les borran todos los caminos y se les seca por entero el agua de los ojos.

Zenda adelanta cinco poemas de su último libro, Solo vemos la luz, publicado por la editorial Reino de Cordelia.

***

Hiroshima

La vida es un puñado de ceniza encendida,
algo que se deshace como un grumo de sal
o una mariposa que se abrasa los ojos.
También el corazón es Hiroshima.
Y por eso lloramos a escondidas.
Sin apenas motivo
nos ponemos de pronto las manos en el rostro
y lloramos entonces
como un niño nervioso
que no supo vivir.
Mi madre hacía eso
y ni ella ni yo sabíamos por qué.
Luego lo comprendí:
Ser mayor es muy triste
porque puedes morirte cualquier tarde,
vomitar para siempre la sucia piel del mundo.

¡Qué bien rompen un charco
las ruedas de los coches!

No hay viajeros que lleguen
alguna vez a Ítaca.

***

Inervación

Nací para los ríos que se desbordan,
pero el oficio de existir es lento,
humilde, silencioso,
con putas en las calles
y untado de crepúsculos convexos.
Es como una acuarela
de amor sobre unos labios.
Lleno de trenes viejos
y cielos de catástrofe,
con música sonando
en una tarde espesa
y alguien que apaga en ti su cigarrillo.

***

Plegaria

Hay en mí una plegaria
que entristece mis ojos,
una súplica tierna
de animales con lágrimas
que ya no me conocen
y me tiemblan las manos
como el pecho de un pájaro
asustado en la noche.

Hay en mí muy despacio
una lluvia de limo
que cae sobre mi vida,
sobre la luz hirviente
que muere mientras brilla.

Ardiendo soy,
errático y en llamas,
potro de rabia eterna
desbocado en la niebla
que si cierra los ojos
puede escuchar el agua
que cae de los revólveres lavados.

***

Umbral del Absoluto

Siempre fui, sin saberlo,
un sediento buscador de Absoluto.
Incluso a veces le pregunto a Dios
cuánto tiempo vamos a estar muertos.
Yo siempre tuve esa curiosidad
sobre lo triste y rara
que puede llegar a ser la vida.
De niño creía
que las abejas que salían
del vientre de los bueyes muertos
nacían allí
y tenía miedo de eso.
De niño amé ese olor a medicina rancia
que tiene la melancolía de las personas cultas.
De niño fui por el mundo
como los colibríes beben azúcar líquida
en sus comederos ortopédicos de aluminio.
Ahora sé
que todos somos compañeros del mismo sanatorio,
sífilis en el alma,
ángeles de aluminio
asfixiados de argollas y trabajo
sin un pez amarillo que brinque por sus bocas.
Yo ya no soy las flores
que crecen en los patios.
Creo que sobra la sed.
Y prefiero la literatura de la Biblia
al olor de las azafatas de fitur.

***

Filosofía y Letras

Tengo esa certeza interior de que hay en mí un depósito
de oro puro que es para transmitirlo. Pero la experiencia
y la observación de mis contemporáneos me persuade
cada vez más de que no hay nadie para recibirlo.

SIMONE WEIL

Soy
uno de esos muchachos blancos y tranquilos
que estudiaron Filosofía y Letras
y ahora parecen duendecillos
que duermen en el bosque de la serenidad,
uno de esos muchachos tristes
que creen en eso de que el mundo
es una tela de araña detrás de cuya fragilidad
nos acecha el vacío,
uno de esos muchachos que fuman en los parques
y saben que el pasado es el Mar de los Sargazos
porque se lo hemos leído alguna vez a Umbral
y que la vida no es buena ni noble ni sagrada
como dijo Lorca
y que el mundo funciona
como una novela de Bukowski
y que «La mitología es la llave
de una antigua sabiduría
que se perdió con el conocimiento,
y de un conocimiento que se perdió con la información»,
uno de esos muchachos que sabe que la Muerte
es un lugar muy cálido a donde entrar descalzo
a caminar sin prisa
como cruza el aceite despacio los sudarios.

Ahora

siempre mi corazón es Hiroshima
y a veces me siento miembro de una secta.
Digo a alguien que leo a Anne Sexton
y me siento miembro de una secta.
Digo que creo que las tortugas lloran,
aunque solo sea sal eso que sale siempre por sus ojos
y me siento miembro de una secta.

Les digo que cuando el dinosaurio despertó,
la lentitud de la justicia ya estaba allí
y me siento asperger
y miembro de una secta.
Créeme:
Las masas cretinizadas existen.
Les das series, fútbol y cervezas
y se olvidan de que tienen vida.
Pregúntales por qué te hablan
como si fueses un retrasado.
Pregúntales por qué te tratan
como si solo tuvieses seis años.
Pregúntales por qué están tan contentos
con las condenas de las mujeres
que sacaron a la calle
aquel coño gigante de plástico.
Atrévete a decirles que estás harto
de sus conocimientos librescos y de su literatosis
y de las exposiciones de la Casa Encendida
y de cenar ensaladilla rusa
y de las quintas plantas de los hospitales de Alcobendas
y de las pistas de atletismo
y de la alta costura
y de esa gente que necesita sentirse importante
y pronuncia palabras que algún cretino encomia…
Confiesa que quieres volver
a ese lugar en donde están los niños antes de existir,
a ese trapecio que se mueve vacío
en el centro exacto de Dios y de la Nada,
que quisieras regresar a un nido
y alimentarte de miniaturas de las botellas
de Johnnie Walker y de ginebra Larios
que ponen en el minibar de los hoteles de lujo.
Diles por qué
tu voz dulce y tranquila
aparenta muchos más años de los que tienes.
Tu voz parece lluvia.
Todas las voces de los profesores de Letras
parecen lluvia.
Háblales de esa sensación
de que nada de lo que hacemos tiene ya valor.
Háblales de ese miedo
de escuchar hablar a gente absolutamente segura de algo.
Háblales de esa ansiedad que consiste
en terminar de hacer de una vez
todo lo que hemos venido a cumplir en la Tierra
y que esto acabe cuanto antes.

Pregúntales dónde están
todos los que comenzaron a estudiar Ingeniería Aeronáutica
y no terminaron,
dónde están los que abandonaron Física en primero,
dónde están todos los que se pasaron a Periodismo…
Dónde están ahora los Bee Gees
y aquellos días en los que salías al campo
y los pulmones se te llenaban de olor a espliego
y volvías feliz a tu casa,
dónde están aquellos hombres tristes y adinerados
que dejaban las liebres muertas en el suelo.
Diles que estás harto
de esa manía de querer condenar al que quiere vivir.
Diles que ni siquiera existe
una voluntad de significado
en las cosas que ocurren en el mundo,
que ni siquiera es verdad
eso de que no hay ni un solo día en la vida
en que no pasemos unos instantes en el Paraíso.
Diles que las personas somos
como el motor de un coche que se gripa.
Diles: Estoy harto del bucle
de vuestras discusiones exageradas y repetitivas.
Diles: La vida es un asunto difícil
en el que casi siempre se fracasa.
Diles: Puedo llenar este libro de tristezas así.
Diles: Conozco a jóvenes que tienen cuarenta años
y viven con sus padres
en una habitación de once metros cuadrados
con póster de Son Goku.
Enséñales algo que se parezca
a encender la luz
y apagar la música en mitad de una fiesta.
Muéstrales
cómo se necesita la tristeza
para saber qué es la alegría.
Muéstrales como Eliot
todo el miedo del hombre en un puñado de polvo.
Explícales cómo hacen escritamente su literatosis
con el manejo engañoso de las palabras.
Confiésales que tienes hambre de realidad,
pero que la realidad está enferma
porque todo se ha vuelto extraño e irreconocible.
Enséñales cómo la existencia ha sido invadida
por replicantes de nosotros mismos
sin sentimiento alguno,
replicantes cobardes,
amaestrados,
gente que no hace nada salvo mirar pantallas
y pinchar en anuncios.
Gente que se limita a esperar que algo acabe
y que tal vez un día de estos
regrese Jesucristo en una vespa blanca
y nos salve de nuevo.
Esperar es la mayor inocentada de la Creación.
Cuéntales que somos una especie de muertos vivientes
que ni siquiera quieren aceptar
que el corazón ya casi no les late.
Diles que el mundo se comporta
como un documental fingido,
pero que en los tanatorios
hay padres llorando sentados en el suelo.
Diles:
¡No se vayan!
¡Aún hay más! ¡Aún hay más!
Mi madre guardaba manzanas bajo la ropa planchada.
Ni siquiera sé cuánto me duele la vida.
Me quedo mirando a veces
vuestra respiración de puta enferma.
Me hospedo en pensiones que no salen en Google
y ceno en las tabernas periféricas.
Diles:
Tengo un auténtico resentimiento profundo
hacia el mundo actual y sus instituciones.
Me dedico a contar
las ventanas iluminadas de los rascacielos
y a imaginar qué hay dentro.
Me cansa la enorme tarea
que necesitaría un gobierno auténtico
para comenzar a colocar las cosas en su sitio.
Quienes tienen poder
hablan como creyendo que su papilla neutra
nos puede interesar a todos,
eso me asombra.
No me explico cómo pueden creerlo.
Pero cuando quiero ponerme contento,
miro un poco las ramas de los árboles
o me fijo en la luz
y en las palomas que vuelan,
las sigo
hasta que se me pierden detrás de los pinares.
Una vez vi a una paloma volar,
me pareció magia
y quise mucho ser ella.
Irme de aquí con ella.
¡Dios, qué bien volaba!
Jamás lo olvidaré.

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Autor: Miguel Sánchez Robles. Título: Solo vemos la luz. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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