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6 poemas de Adalber Salas Hernández

Foto: Elisa Díaz Castelo.

Adalber Salas Hernández es un poeta, ensayista, traductor nacido en Caracas, Venezuela, en 1987. Es autor de los libros Salvoconducto (XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita; Pre-Textos, 2015), La ciencia de las despedidas (Pre-Textos, 2018) y Nuevas cartas náuticas (Pre-Textos, 2022) así como los volúmenes de prosa Clarice Lispector: el lugar de la poesía (Ril Editores, 2019) y Palabras sin dueño. Variaciones sobre la traducción literaria (Dirección de Literatura UNAM / Periódico de Poesía, 2019). Ha publicado traducciones de Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane, René Crevel, Pascal Quignard, Mark Strand, Lorna Goodison, Nicholas Laughlin, Louise Glück, Yusef Komunyakaa, Anne Boyer, Shara McCallum, Richard Georges, Frankétienne, Patrick Chamoiseau y Jamaica Kincaid. Su trabajo se reúne en las antologías Ai margini di un mondo sconosciuto (Edizioni Fili d’Aquilone, 2018; traducción de Alessio Brandolini) y De ningún viaje se vuelve (Mantis Editores, 2019). Presentamos una selección de cinco poemas de Nuevas cartas náuticas (Pre-Textos, 2022) y «Penélope», poema que pertenece a El libro de las transformaciones, escrito a cuatro manos con Elisa Díaz Castelo, de próxima publicación en Pre-Textos.

***

XIV – Algunas supersticiones y creencias de los marineros fenicios

(Historia Naturalis, Plinio el Viejo)

El marino que halle sal en su almohada en la mañana en que partirá,
morirá ahogado.

Avistar aves gordas significará pesca flaca.
Vientos suaves indicarán corrientes violentas.

Quien sueña con peces ha sido favorecido por el dios Yam.

Al transportar vino por mar, los mercaderes deberán temer la sed de Lotan, la sierpe de los abismos marinos.

Quien sueña con peces, terminará con la respiración escamosa.

El marino que, lejos de la costa, encuentre arena bajo las uñas,
morirá a manos de otro hombre.

El vuelo de las gaviotas es engañoso:
entregan presagios falsos para luego cebarse en la carne de los marinos muertos.

Para asegurar una pesca abundante, la noche antes de zarpar toma un ojo de pescado, rebana la pupila y cómelo. Luego de pasar la noche en vela, dejr la pupila en la puerta de tu casa.

Quien sueña con peces, verá a su enemigo morir en la arena.

Para asegurar el éxito en una expedición de guerra, las naves deberán ser lavadas con sangre de caballo.

La nave que lleva grillos a bordo no se pierde en altamar.

De noche, si alguna de las estrellas se mueve de sitio, quiere decir que la nave será azotada por la hambruna.

Quien sueña con peces, criará perlas en los pulmones.

El alga roja es la sangre coagulada que los dioses marinos derraman en sus reyertas.

Llevar pan en altamar trae la desgracia, pues todos seremos levadura.

Las ratas de un barco chillarán cuando haya tierra cerca.

En altamar, los fuegos fatuos son las almas de los que en vida no vieron en mar.

Si un miembro de la tripulación muere, será necesario arrancar sus dientes y lanzarlos por
la borda, para que su espíritu no devore el viento de las velas.
El cuerpo deberá ser enterrado en la costa más cercana.

Quien sueña con peces, hallará plumas en la boca de su amante.

Los sacrificios antes de la navegación sólo serán propicios si los realiza un sacerdote que no tenga hermanos en el mar.

Los ahogados cultivan corales en el fondo marino. De ellos se alimentan.

***

XVIII

El mar es, antes que cualquier otra cosa, una catástrofe. En su sentido original de vuelco súbito, de cambio inesperado, de final repentino.

Un cuerpo abrumador que se desploma. Imposibles de prever su rabia espumante, sus calmas espesas, su docilidad. Temible su quijada.

Es por ello que los mareantes han buscado siempre conjurarlo, aplacarlo, sobornarlo. Es por ello que la historia de la navegación puede ser contada a través de sus supersticiones, sus exorcismos, sus encantamientos.

Antes del radar o el sonar, antes de la navegación satelital, estaba la navegación sacrificial.

***

XX

Cuando empieza a manifestarse el escorbuto, pequeñas bolas sanguinolentas brotan bajo la piel. Si las tocas mucho, revientan.

Los brazos se desploman sin previo aviso. Las manos se aflojan y dejan caer lo que estén sosteniendo. Queda el miembro guindando, como si fuera de alguien más.

Manchas púrpura empiezan a colonizar las extremidades inferiores. Al principio son unas pocas, pero crecen con rapidez. Es la sangre estancada y aturdida.

Hemorragias en los intersticios, en las articulaciones, bajo las uñas.

Las encías se hinchan e infectan, los dientes se caen.

Las heridas se niegan a cicatrizar; las pasadas se abren nuevamente. Algunos afirman que parecen bocas tomando aire para hablar.

Edemas atestan el interior de las piernas. La piel y los ojos adquieren una tonalidad amarillenta. Una fiebre sin sol se arrastra por todo el cuerpo.

***

XXI

(Relazioni in torno al primo viaggio di circumnavigazione. Notizia del Mondo Novo con le figure dei paesi scoperti, Antonio Pigafetta)

El miércoles 28 de noviembre
abandonamos el estrecho para entrar
en la grande mar

a la que dimos de inmediato
el nombre de mar Pacífico

en la que navegamos por el curso
de tres meses
veinte días
dieciocho horas

sin gustar de ningún
alimento fresco.

El bizcocho que comíamos
ya no era pan
sino cosa ciega

polvo
pólvora agria
mezclado con gusanos
que habían deglutido
toda su substancia

pan que ya nunca
podría ser carne
de mi carne

y que además era de un hedor

impregnado como estaba
con orina de ratones.

***

XXII

Hafvalla es la palabra que en las viejas sagas nórdicas
se usa para referirse a la desorientación en altamar

eso que sucedía a los marinos cuando el cielo
se les quedaba quieto como animal patas arriba

y el nervio tenso de las corrientes los estacionaba
en mares de nadie.

El sol frota las manos con su cal
y baja por la garganta como sebo áspero
y deja líquenes en los ojos para que

veamos serpientes en la curva de las olas
y encontremos espinas desconcertantes en los peces
comidos crudos.

***

Penélope

(Toma 1)

Lleva años así, dicen. Años
ya sin cáscara, enjutos.
Trabajando en la misma tela
demorada, sus manos
han aprendido a moverse
como peces sin ojos, sin
necesidad de que algo
las guíe. Años tejiendo
un larguísimo tapiz,
escena tras escena,
a puerta cerrada. Años,
demasiados,
hilando figuras con el escrúpulo
de quien ensarta venas
en un cuerpo, con el cariño
demacrado de quien trata
a un huérfano. Desteje
cada noche la tela, dicen.
Pero se equivocan.
La tela se alarga y se alarga
igual que todos estos
años flacos, sumando
nuevas figuras a su
historia sorda: hombres
echados que apenas
se alimentan de flores,
gigantes de un solo ojo
de madera, criaturas brutales,
mitad mujer, mitad pájaro,
boquiabiertas. Marineros
perdidos, ahogados, devorados,
convertidos en cerdos. Y,
en medio de todo, Odiseo
navegando preciso y cansado
hasta llegar a las costas
desmemoriadas de su isla,
disfrazándose de mendigo
para entrar a su propia casa,
traspasando la puerta justo ahora.

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