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6 poemas de Matthew Dickman

Matthew Dickman es un poeta nacido en Oregón en 1975. Autor de las plaquetas Amigos, Something about a Black Scarf y Wish You Were Here, y de varios libros de poemas como All- American Poem, Mayakovsky’s Revolver o Wonderland, ganador en 2008 del American Poetry Review / Honickman First Book Prize in Poetry y del May Sarton Award from the American Academy of Arts & Sciences. Es coautor junto a su hermano gemelo Michael Dickman del poemario 50 American Plays, y ambos interpretaron a los gemelos Dashiell y Arthur en la película Minority Report en 2002. Aunque se resiste a ser etiquetada por su variedad de estilos y temas con los que trabaja, la poesía de Dickman tiene una expansión narrativa encantadora que mezcla de modo irresistible temas como la cultura pop, el placer, la paternidad, la vida contemporánea o tan devastadores y oscuros como lo son la soledad, el suicidio o el divorcio, siempre con un inesperado sentido del humor y una profunda sensación de alerta ante la humana complejidad de la vida. En nuestro país, la editorial Kriller71 Ediciones publicó en 2025 Café en la nieve, una antología personal de la obra poética del autor. Presentamos una selección de poemas con traducción de Javier Raya, Berta García Faet, Ezequiel Zaidenwerg y Sandra Toro.

Sobre el amor

Tienes que hacer
algo por ti mismo

es lo que ella
solía decirme

mientras me veía lavar
los platos o doblar

la pila de ropa
tibia de los niños.

Ahora creo que ella
se veía a sí

misma como un valiente
caballero que mira con desdén

los techos de paja
de algún villorrio de segunda

o las puertas de algún
oscuro e ignoto

castillo, diciendo yo
me merezco otra cosa.

No entiendo por qué
a menudo la valentía

va de la mano con
la crueldad. Sería feliz

con solo mirar a mis hijos
todo el día. Sería feliz

viendo cómo cae la nieve
sobre el vidrio verdoso

de algún invernadero
hasta que el vidrio se quiebre

y los tomates del interior
se vuelvan pelotas de hielo.

Mi madre suele contar
de cuando llevaba

a sus hijos de compras
teníamos ocho años

y dice recuerdo cómo
te miraba la gente y

también a tu hermano, eran
unos niños tan

bonitos me preocupaba
que algo pudiera llegar a

pasarles. Sólo recuerdo
cómo solía mirarnos

diciendo podría quedarme
viéndolos así todo el día.

La última vez que hablé
con mi padre

fue la noche en que
cremamos a

mi hermano mayor. Estaba
sentado en un sofá

mirando una hoguera vacía.
No lo había visto

en años justo entonces
me acerqué a él como

a un niño
al que encuentras

perdido en el supermercado
y le dices ven, vamos

a buscar a tus padres,
no deben estar muy lejos.

Creo que le dije, Allen,
lo siento Darin se fue.

Y él hizo un ruido
como el de un niño que busca

la mano de una madre
y cuando trata de tomarla

se da cuenta de que la madre
no era suya. Suspiró

y dijo es tan extraño
ya no tener hijo.

Mi padre tenía razón,
su hijo estaba muerto

se había ido y ese
era el principio

y el final de cualquier historia
que yo jamás pudiera contar

sobre el amor. Anoche,
cuando fui a la tienda

a comprar pañales nocturnos
para Owen, me sentí muy feliz

de que todos tuvieran
que usar mascarillas.

De no tener que verle
la cara a nadie.

De no tener que ver
mi propio rostro. Me quedé

mirando las cajas de cereales
deslizarse por los pasillos,

mirando las latas
de vegetales convertirse

en latas de fruta. La música
que sonaba en mi cabeza

era tan hermosa
era como el sonido

que hacía la madre
de mis hijos cuando caminaba

por la casa
en calcetines.

***

Puente

Antes incluso de llegar al puente, en la esquina
cerca del parque, dos chicas jóvenes
caminan comiendo hamburguesas, un pedazo
se cae de una de sus bocas
y ella me mira, caminando aún, y me espeta
cuidadovasapisarlacomidaputomaricónjajaja
No conozco a nadie
que pudiera ser capaz de acostarse con ellas, ¿quién se bajaría
los pantalones y tocaría
esos minúsculos cabellos con la punta de su
lengua? ¿Quién querría tener esos dos culos
en su cara o ese olor a kétchup y pepinillos chorreando de su
boca? Y no puedo imaginármelas
atravesando el Puente Hawthorne, el río
todo oscuro y encendido
como un héroe en una novela de vampiros, no puedo imaginármelas
tan tristes, tan descorazonadas, conociéndose a sí mismas
lo suficiente, conociéndose a sí mismas tanto como para elevar
sus cuerpos pesados sobre el raíl, una
de sus sandalias con piedras preciosas falsas
que se cae a la vía peatonal,
y que se cae al agua, y que respira, y que está al revés, y que
se va. Cuando me paro y me fijo
creo que estoy nervioso porque estoy preocupado
por si pierdo las gafas, la negra
montura que se escabulle, toda la gravedad
que la hace saltar, que la empuja hacia abajo
como una mano en la parte de atrás
de mi cuello, lo que veo: la comida que se cae,
el ruido sordo y estúpido de las chicas
que caminan, la noche inhalada por los árboles,
las casas flotantes que parpadean, todo ello sucede
al otro lado de las lentes. Mi puente favorito. Mi parte favorita
del camino a casa. Esta elección
que creo que tengo. En una película navideña que me gusta,
un hombre está apoyado
en la barandilla, mirando el agua, pensando
sobre el agua, preparándose,
dándole tiempo a la gente para que lo atraigan otra vez
hacia la tierra. Tiempo para que un ángel en un abrigo gris
y una cara de los años cincuenta le detenga. Cuando me inclino un poco
puedo sentir detrás de mí los coches que corren hacia el este, nadie
pone el freno de
mano, nadie pita.
Quizás las chicas están
en el coche de un amigo, siendo devoradas
por hamburguesas y brillo de labios de sabores,
las dos canciones de la muerte
que son sus cuerpos, y quizás
una de ellas saluda con la mano, o parece que saluda
cuando enciende un cigarrillo, así, por la ventana y se cae
y sigue cayendo.

*** 

En la Tierra

Mi hermana pequeña se aleja
de la colisión, del hielo negro, del lado aplastado
de los pasajeros, del inmenso camión que destrozó
el coche, y desde la cuneta de la autopista
una gran bolsa de plástico flota
muy blanca
por encima del césped
donde los gusanos trabajan lentos y ciegos debajo
de las hormigas que marchan
en columnas de gracia, como soldados
antes de ser enviados a algún lugar, antes de que la guerra los humanice
de nuevo y los disperse por campos
y arenas, camillas y cuerpos,
por el universo
de humo y ceniza, y se agazapen
en lo que queda de un edificio
mientras un tanque sube por la calle hacia el río
donde se para, apaga su motor, el conductor mira
a través de una ventana más pequeña que un sobre,
y se pone a sudar y a pensar
en qué bonito es Kentucky. En la Tierra
a mi hermano gemelo le extraen un cáncer
de la frente después de un año de haber estado picándome
diciéndome siempre “¡eh, no te toques tu cáncer!”
pero en broma porque él nunca puede estar enfermo,
no si yo he de quedarme en la Tierra,
y a mi hermana pequeña nadie la puede partir nunca por la mitad, una parte de su
Subaru que separa su torso
de sus piernas, no si yo he de querer vivir, no si yo he de querer pasear
por el Puente Hawthorne
con la ciudad ante mí, los edificios
llenos de luz y ascensores, el parque lleno de arces
y bancos, la policía ocupando
las calles como Novocaína, entumeciendo
Chinatown, entumeciendo Old Town, el Willamette
corriendo hacia el salvaje
Pacífico, la maravillosa hidro-aventura del Norte
todavía toqueteando la sangre de los de Nueva York y Nueva Inglaterra,
la explotación forestal ya se ha acabado y los indios ya se han acabado
pero por los casinos y los fuegos artificiales y los atrapasueños
mi hermana debe levantarse de entre los muertos
el acero y las luces rotas, mi hermano gemelo
debe bajarse de la mesa del quirófano
si yo he de poder mirar las nubles de la lluvia acercarse
como una familia de hipopótamos
desde la aguas cálidas del África
y secarse en el polvo, ellos deben estar aquí
si yo he de escribir una carta
a Marie o a Dorianne, Michael y Elizabeth
deben estar en sus cuerpos
para que yo no me los corte
del mío. Deben responder
al teléfono cuando les llamo para no tener que quedarme en el armario
encerado por siempre. Ahora mismo estoy sentado
en el porche de la casa donde me crié. ¡Este es el segundo sitio
en el que estuve en la Tierra! El porche donde Emily se sentó
en 1994, bebiendo té con licor
y leyendo las traducciones de Rexroth de Li Po,
poesía china
en su empeine, el río Han
que se derramaba en su pelo, por las escaleras
y la entrada del garaje
donde los dientes de león crecen como células
de sangre blanca. Los cogería en Kelly Park
e iría por la calle con ellos
por la 92. Todos mis deseos, todos ellos flotando
por todo el vecindario
donde yo quise enamorarme
de alguien, beber sodas de naranja de espaldas
con el cielo desabrochándonos los pantalones
y quitándonos las camisetas. No hay nada
como caminar por el noroeste de Portland
de noche, aunque hay demasiado dinero
y no parece auténtico. No hay nada en la Tierra
como la luz de la luna, el lago de noche
olor de césped alto y crema de sol. Es difícil imaginar
no conocer el olor de las gasolineras o del pino,
el olor de los calcetines demasiado usados y el olor
de las manos de alguien
después de haber nadado por los arbustos de romero.
Los quiero a todos
y todo el tiempo. Necesito ir
al cuarto de Erika, por los montones de ropa apilada en el suelo,
que me encantan por su euforia caída. Necesito
oler su cuerpo en el mío
días después de haber destrozado la cama o estropeado la alfombra
que ella detesta aunque estemos en ella. En la Tierra
mi hermana mayor nunca puede abrir otra botella de cerveza o disparar
a otro vaso de whiskey. No puede permitir al monstruo
de su cuerpo andar encorvado por los
campos de la familia, matando a los campesinos,
quemando las tierras por el camino hacia otra sobriedad
y entonces ser asesinada a hachazos por sus propias horquillas y palas,
no si yo he de lavarme los dientes
sin morderme la lengua. No si yo he de beber café
y leer el periódico y respirar. Oh, estar en la Tierra…
Caminar descalzo por la piedra fría
y saber que la mujer a la que amas también está caminando descalza
por el azulejo frío de la cocina
donde os besasteis ayer, estar de pie en una librería
y oler el papel viejo y el pegamento
en las espinas dorsales, mirar un mapa de una ciudad extranjera
y ser capaz de saber
adónde vas. Nadar en el océano,
nadar en un lago y no saber
qué hay debajo de ti. Tener dos mil
amigos en Facebook a los que no conoces
pero estar ahí embobado cada noche porque te sientes solo.
Caminar por
Laurelhurst y ver una garza azul
que mata a un brillante pez naranja, lo eleva por el aire irrespirable
y entonces lo sumerge en el agua otra vez, y entonces por el aire otra vez,
y así varias veces hasta que siente
que el pez es suyo por completo. Sentir cómo el metro corre
debajo de la avenida
o cómo el avión que despegó en Nueva York está bastante
bien en el cielo de Arizona. Saber
cómo se siente uno después de beber whiskey o saber el secreto de que leer
novelas románticas te ha hecho
mejor persona, más caballeroso, y caminas
hacia el ultramarinos en medio de la noche,
enamorado de los aguacates y de las zanahorias,
y te quedas de pie frente a la fruta congelada
con la puerta de la nevera abierta
de manera que el frío helado enfría tu cuerpo
antes de ir al pasillo de los cereales
donde hay innumerables colores y tipos, cómo se siente en tus manos
el paquete de cereales
como un premio que hubieras recibido por algún favor importante, esperar
en la cola y que no te importe
esperar. La sensación de estar en un barco
y la sensación de ponerte unos zapatos nuevos
con un calzador de metal. Cómo puedes sentir que puedes correr
más rápido que nunca. Ir en autobús en invierno
y que tus gafas se empañen, el autobús
que te lleva a esa calle que conoces de toda la vida
o en la que acabas de encontrar el amor, qué más da. En la Tierra
mi madre está hablando con sus pechos
porque quieren matarla, se han puesto en su contra
como un senado, pero al final
les convence. Consigue que se comporten como dos perros
o como dos niños que juegan
demasiado a lo bestia con el gato y el gato aúlla, su cola casi
en huida. Ella debe estar aquí aún, allí por el
Lloyd Center después de salir de trabajar
bajo la lluvia, si es que yo he de vivir. En la Tierra
tengo una cama en la que me encanta meterme, el olor limpio de las
sábanas blancas, dejar caer mi cabeza
en la almohada tan suave y preocuparme y echarme encima
la manta, como una tumba,
y por la mañana por la ventana ver la fría luz del invierno
soplar. Cada noche en la oscuridad
y cada mañana en la luz
y ¿no crees que Jesús se salió
de su cueva, se arrastró fuera de su Subaru
y se quedó en un lado de la carrera esperando a la ambulancia
para que lo cubrieran con un sudario blanco? En la Tierra
me desmayo en la sala del multicine, me meo en los pantalones, voy hacia el ataque
como alguien con don de lenguas, enrollado
en las llamas de mi creencia, mi cuerpo en las manos de unos extraños
en la rancia y gruesa alfombra
mientras en la Tierra las palomitas explotan salvajemente
y el licor es de un rojo reluciente
detrás del mostrador, al lado de los M&M
donde está la chica más preciosa del mundo
en su severo uniforme, su chapita identificatoria muy
bien puesta, su nombre escrito en un trozo de celo
que tapa el nombre de otra persona.
Nunca me dará un beso, nunca estará conmigo en la cama, ahí afuera en agosto,
ni susurrará mi nombre. En la Tierra
Joe tiene un ataque al corazón, su paquete de cigarrillos sin filtro
descansa como una mano al lado de sus libros.
Conduce su corazón a través de tres acres de bypass
y entonces lo lleva al agua. En la Tierra
robo flores del parque, rosas y lirios orientales,
duermo demasiado. Soy siempre demasiado lento
o demasiado rápido a la hora de llegar, antes de que hayan abierto. Sigo
soñando que mi hermano mayor
ha regresado como un hombre que ha vuelto de una carrera larga,
extenuante. Pero no aguantaré así mucho más…
Y porque no tengo que hacerlo, corto una naranja
como lo hacen los atletas, en perfectas
mediaslunas. Quito la pulpa, la piel que parece
la superficie de la luna. Las pongo
en mi boca
y dejo que su sexo explote en mi garganta, mis pulmones
como dos mitades negras de una mariposa
atrapada en el nido de mi torso, leo un poema
que escribió Zach sobre un estanque, estoy pensando
sobre la última vez que vi a Mike
antes de que se mudara a Utah, tan sionista su atmósfera, releo
la notita que escribió Carl que sólo dice
ten cuidado. En la Tierra a Charlie lo han diseccionado
y lo han vuelto a cerrar.
Continúa queriendo a sus amigos y mirándose en el espejo,
y quizás sus nervios no han crecido
sobre la cicatriz que se hizo, y quizás está cansado
¡pero está en la Tierra! Debe levantarse por las mañanas
si yo he de quedarme en mi cama
escuchando música con la ventana abierta
y la puerta abierta y esperar
en calzoncillos a que entre por ella el amor con sus pies sucios
y sus manos sudorosas, si yo he de tenerla a mi lado, mi boca
sobre un nudillo, mi mano detrás de una rodilla, él debe
estar aquí aún. En la Tierra
la supervivencia se construye a base de suerte y centros de tratamiento
o despacio como un nacimiento de planeta, antes
no había nadie que sobreviviera,
simplemente los gases del big bang lo organizaban todo, o se construye
como un rascacielos, a mano, algunos obreros
caen, y otros se mantienen a salvo en el andamio, allí arriba en la Tierra,
quitándole el papel a los bocadillos que todo el día han estado
esperando comerse.

***

En el cielo

No hay perro encadenado a un poste en un jardín de pasto
que se marchita, como los perros
con los que me crié, hambrientos, sobrealimentados, golpeados en la cara
por los chicos, no hay chicos, no hay petardos
deslizados por largas gargantas de botellas los primeros días del verano,
no hay cielo en explosión, sangre ni huesos,
porque nosotros éramos los huesos, no hay más Señor
Dios Mío, ni tampoco mapas hechos de fuego, una pequeña llamarada
que arde donde me crié, para que pueda,
si yo quiero, señalar la llama que era la Avenida 82,
no hay leche en la heladera, tampoco caminar por la calle
al negocito que vendía navajas mariposa, no hay navajas, no hay miel
ahora que toda la dulzura ya no existe, aunque nosotros éramos la dulzura,
aunque necesitábamos algo
para la lengua, no hay más jabón barato
ni lavarnos la boca con jabón
porque Hijo de puta y porque Andá a la mierda
nos salían de la boca como peces del Océano Pacífico,
no hay colibríes, no hay curitas ni rodillas raspadas
con el barro y las piedras del barrio
porque nosotros éramos el barro,
no hay madres jóvenes que fuman cigarrillos en el porche
mientras el cielo se pone lindo
antes de que anochezca, aunque ellas eran más lindas
y el cielo se volvió en su contra. No hay punk rock ni fiesta de egresados,
ni zapatos baratos de taco alto abandonados en la lluvia
en un estacionamiento, ni botellas vacías de tinto de verano
porque nosotros éramos las botellas vacías, ni tampoco arrojarlas contra la pared
de detrás de la escuela, porque nosotros éramos los vidrios
que se hacían pedazos. No mirar más en dirección al oeste, no hay este, norte
o sur, sólo nosotros acá parados, juntos, preguntándonos los unos a los otros,
si recordamos algo, qué era lo que amábamos, qué lo que nos amaba, quién fue el primero en gritar nuestros nombres.

***

Cuatro teclas


  1. Velador

La casa entera helada como un glaciar, salvo por los fantasmas
de nuestra ropa en un rincón del cuarto
que todavía parecen recordar cómo las quitaron,
todavía bullen, casi calientes. La luna
en la ventana y el cielo
en parte campo de algodón y en parte obsidiana, el repasador que llenamos con hielo,
y se derrite en el piso de parqué. En el cielo no hay
nada mejor que vos. Y en la tierra nada se siente mejor
que la cinta que te quitás del pelo
y me atás a las muñecas. Los ojos cerrados. El pecho que se levanta
y cae como nieve
en la oscuridad del viento, tu boca apenas hinchada, la sangre volviéndote
a llenar los labios, tus brazos debajo de la cabeza,
un poco de saliva en la comisura de tu boca, y las cosas que de vos amo,
como tus piernas, pateando levemente cuando soñás, tu pijama feo, tu nombre hermoso.

***

Problema

Marilyn Monroe se llevó a la cama todas las pastillas
de dormir cuando tenía treinta y seis, y la hija de Marlon Brando
se colgó en el dormitorio Tahitiano
de la casa de su madre,
mientras que Stanley Adams se pegó un tiro en la cabeza. A veces
podés mirar las nubes o los árboles
y no se parecen nada a nubes ni a árboles ni al cielo ni a la tierra.
Kathy Change, la performer,
se prendió fuego mientras los hijos de Bing Crosby se volaron
para siempre de la historia de la música.
A veces me sorprende la vida interior de los osos polares. El filósofo
francés Gilles Deleuze saltó al mundo,
y después fuera de él, desde la ventana
de un departamento. Peg Entwistle, una actriz sin ningún
protagónico, se tiró de la “H” del cartel de HOLLYWOOD
cuando todo se veía en blanco y negro
y David O. Selznick era rey, circa 1932. Enest Hemingway
se puso una escopeta en la cabeza en Ketchum, Idaho
y la nieta, modelo y actriz, trepó el árbol genealógico
para darse una sobredosis de fenobarbital. Mi hermano abrió
treinta parches de fentanil y se los metió en el cuerpo
hasta que no fue más su cuerpo. Me gusta
cómo se oyen los gansos sobre el río. Me gustan
los jaboncitos de los baños de hotel porque son hermosos.
Sarah Kane se ahorcó, Harold Pinter
le llevó rosas cuando todavía estaba viva,
y Louis Lingg, el anarquista alemán, prendió un cartucho de dinamita
con la boca
aunque le llevó seis horas
morirse, 1887. Ludwig II de Bavaria se ahogó
lo mismo que Hart Crane, John Berryman y Virginia Wolf. Si vas
de viaje, siempre tenés que llevarte un libro para leer, sobre todo
si es en tren. Andrew Martinez, el activista desnudo, murió
preso, desnudo y con una bolsa
en la cabeza, y en 1815 el aristócrata y escritor polaco
Jan Potocki se disparó una bala de plata.
Sara Teasdale se tragó un frasco de tristeza
después de darse un baño de inmersión
en el que docenas de senadores romanos se abrieron las venas abajo del agua.
Larry Walters se hizo famoso
por volar en una silla de jardín Sears con cuarenta y cinco globos de helio.
Llegó a una altura de casi 5000 metros
y aterrizó. Él era un hombre que volaba.
Se disparó en el corazón. A la mañana salgo de la cama, me cepillo
los dientes, me lavo la cara, me pongo la ropa que más me gusta.
Yo quiero ser bueno conmigo.

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Francisco
Francisco
3 meses hace

No puedo con la poesía que se hace ahora, es tediosa.

Daniel Falabella
Daniel Falabella
3 meses hace

Este pibe es increíblemente brillante. Gracias

Edwin
Edwin
3 meses hace

Los pocos poetas estadounidenses que he leído tienden a escribir poesía como si de un cuento o ensayo se tratara. Por ende, filosófica, discursiva, intimista, terriblemente realista, un tanto panfletaria o denunciante; me suena mucho a romance. Disfruté mucho esta selección. Gracias.

Manuel Valles
Manuel Valles
3 meses hace

Esto no es poesía, es narrativa. El autor debería escribir sus textos en prosa y serían buenos cuentos o relatos. El lenguaje poético es otra cosa. En la poesía no cabe la lógica.

Zulma Martinez
Zulma Martinez
3 meses hace
Responder a  Manuel Valles

Pienso lo mismo… Hermosas letras, pero es narración, es prosa presentada en verso.