Milagros Pérez Morales es una poeta nacida en Buenos Aires en 1997. Es Licenciada en Artes de la Escritura por la Universidad Nacional de Las Artes. Fue librera durante diez años en Notanpuan. Dicta talleres de lectura. Formó parte del colectivo marxista Fantasmas del Futuro. Las montañas no deberían escucharse (Bajo la luna, 2024) es su primer libro. Presentamos una selección de poemas inéditos y de su libro.
***
Para qué sirven las manos
En un sueño me cortan
dos dedos;
yo me quedo a esperar
el dolor. Sigo sin creer
en ese fantasma
aunque pueda
verlo de a ratos:
tu invitación
es hablar todo el tiempo
de la muerte con la cara
muy cerca. No quise
besarte en otro sueño,
era demasiado romántico y yo anhelo
volverme una charla difícil.
Para Proust también
amar es algo así como morirse:
querer a un hombre es
complicado, ya sé, pero
además
es escribir el deseo
por una mujer
que muere.
Asumo
cariño de tu parte,
entonces. Con razón
de parecerme
a la habitación
que la contiene
en su última vida, debería
soñar con matarte.
No se trata de ser
buenos ni hermosos, es sobre
obligarnos a perder
lo que sea que nos quede, y en fin.
Para dar cuenta de un poder sobre mí.
***
Geografía de lugares comunes
No entra nadie donde yo escriba
yo: quise ser un paisaje
abierto y me encerré
con la palabra amor, entonces
corro las cortinas del poema
y te miro desde adentro.
Me convenzo de que busco
algo mejor, fantasía
de un nosotres que nos dé
la poesía, pero se esfuma:
vos no llegás a donde yo
diga yo. Calco el mapa del lugar
que no te dejo aunque te nombre
y me abalanzo en el poema
sobre poemas, esquivo
el cuerpo, carne de chica,
de poema, del hombre que no soy
porque sos vos. No somos
dos, no somos juntes, no sería
un pueblo interesante aunque creyéramos
en palabras que nos devolvieran
a casa. Pero las puertas
están cerradas, las palabras
nos separan, veo sus sombras
que se escurren por debajo
desde la mirilla del yo.
***
De mi micosis nerviosa
como metáfora de ninguna cosa
o como puro y llano desencuentro
entre la cabeza
y el cuerpo, que es un hueco
torpe, un continente vano
que no perdona la propia falta
de entereza ni nota a tiempo
el ritmo impertinente
de su caminata atolondrada.
Entonces se brota y ¡ay!
encuentra placer, a sabiendas de que mata
la posibilidad de los demás,
arrancándose pedazos de piel.
Si nadie quiere una chica
con agujeros en la dermis,
con esa superficie
tan ansiada al tacto
pero que ahora pica
y desencanta
para que nadie acaricie
ese paisaje ralo: una meseta emocional
que desinvita porque contagia
lo demasiado humano, lo carnal en toda
su incapacidad. Una misiva
del cuerpo para todes, dice
no me toques, va a picar.
Entonces la constelación de ronchas
sí traza una historia, que desearíamos
no escuchar: mi micosis
nerviosa como metáfora
de una chica que rompe
hacia adentro, de un cuerpo
a su pesar y su soledad
sentenciosa.
***
Oraciones de unión
Corazones hubiere
que aguantarían, por Dios,
el pálpito soez
deste ruidoso afuera,
Señor, atribulándonos,
moviéndose en el cuerpo,
un caballo que da pena,
su música al correr:
ciudades en el ojo
infectas de cansancio.
La austera multitud
acongojada tino
malo tiene, hartazgo
tiene y poca decisión,
barullo del estómago,
hambre tiene, ardor
de cosas venideras;
espera, quieta: sangre
querría ver el gentío:
sangre de otros, no ser
ellos, corazón, blanco
del desgano, si hubiere,
Señor, peso en lo humano,
no ser se transformare
el alma en carnadura
del desatino, llanto
venido a deshacer
lo nuestro por lo otro,
lo suyo, lo que dueños
ha de haber: el sonido
mundanal, Señor, oiga
ahí tronando, apura,
mi Señor, el derrumbe
hacia nosotros: danos,
Dios, nuestra recia furia,
relámpago de esplín.
El cuerpo trabajando,
desvivido, Jesús,
fuera de sí: que se haga
silencio y que se oiga
temblar el eco ahí:
el pálido rumor
de corazones, estos,
nuestros, que hubieren ellos
fuerza de amar al prójimo,
de dar la mano, dar
al vecino pistolas;
corazones hubiere
soportando dolor
no elegido, animales
del fulgor intranquilo,
nos dieres, Señor, algo
para, viendo la vieja
gloria daquellos pueblos
que, aprendidas vivezas,
construyéronse hogar,
volvieren a las gracias
del nosotros: amar
las armas, Señor, eso
se pide, la morada
interior totalmente
repleta de estallidos,
las ánimas bacantes
dadas de lleno al fuego,
sí, Dios, ruido nos dieres,
fuego dejando ver
nuestro último gemido,
más fuego, sangre, sed
y en medio desta gente
un corazón unido,
Señor, a vuestra luz,
los dientes apretados,
gentes rabiosas, Dios:
que hubiere un tumulto
azorado y con tino:
multitud molotov.
***
Hallárese en mí suave,
indiscreta pasión
si yo viere mis ojos
en los suyos, la calle
que bulle alrededor,
unos brazos abiertos.
Entre el pueblo, mi amor.
En mí, Señor, palabras
encontrárense para
me ser dada a este hombre,
muy mucha su hermosura,
su silenciosa fuerza
y yo ida de mi boca,
Señor, si alarmárese
este mi cuerpo, el alma
torpe fuera de sí:
la oración alocárese
menester de arrimarse
en sincera querencia
al amado, radiante
hombre, partido cual
tierra yerma azotada
por rayo y aún así
entero, hombre divino
con sangre que se agita
en preguntas, que vence
temores demasiados,
se afasta de lo muerto,
es puro corazón.
¿Qué forma me guardáis,
Señor, si es él quien toma
mi ánima y prepara
variaciones del Vos
y del yo? En nosotros
un halo compartido:
si Dios se hace palabra
hagámosle una nuestra,
sea belleza, fervor,
romances, arrebatos,
amor, revolución.
***
Pudiérese el sabor
de la sangre en la boca
sentirse, llenar noches
fervientes con su basto
gusto a muerto enemigo.
La punta de la lengua:
encía, líquido, dulce
odio, vieja delicia
que pudiérenos ser
devuelta y saboreada.
Si Dios en los detalles,
de a poco resolvernos
fieras con son de hormigas:
precisa, atentamente
se consigna la guerra.
Y no sea guerra dicha
de bien común: el odio
irradia fuerza. Nunca
calma, jamás pactos
de paz: que odio reciba
el odio, que la muerte
de tiranos acerque
a las gentes dulzuras
inenarrables, actos
humanos: devolviérenos
lugar en este mundo
aquel de nuevo nuestro,
el del filo en la boca,
los cuchillos en mano,
los villanos colgados.
***
Dios es el miedo, amados:
la fe de nuestros padres en la paz
es el amor negado
al ángel del quemar
las naves, la esperanza de algo más:
la guerra, camaradas,
aquello que era nuestro y daba vida.
Las masas sublevadas
en tierra prometida
dejábannos amar desconocidas
promesas, con el pulso
temblando y una fiebre haciendo arder
lo posible: recursos
al orden del saber
que se ama lo que no se deja ver.
Nuestro monstruo el futuro
saliva y se relame sobre el tedio,
ese fruto inmaduro
inaugura el asedio
más bello y extraño: el santo misterio.
Por ello Dios es miedo,
amados camaradas: es acción
atomizando el credo
quieto y su profusión
de inercia: es darle carne a la aversión.
Lo poco que se tiene
se agarra como tripas en las manos
o nervio entre los dientes:
amor de buen cristiano
aprieta, púgil, con susto, lozano.


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