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Carta a León XIV

Santidad:

¿Cómo se escribe una carta a un papa? ¿Cómo se empieza? Quizá simplemente preguntándose uno cómo hacerlo. Y luego, sabiendo o no, haciéndolo. Quizá como muchas cosas de la vida, quizá como la vida misma, que la vivimos sin saber a ciencia cierta cómo hacerlo. Adquirimos experiencias de muchas actividades, y en algunas incluso podemos convertimos en maestros, o acercarnos, pero la vida en sí necesariamente tenemos que improvisar mucho, porque, que sepamos, nunca antes hemos vivido, no tenemos experiencia.

Acaso eso es lo que piense Su Santidad ahora, cuando acaba de ser elegido papa. En su vida ha desempeñado muchas tareas, y muy bien, por lo que sé, pero nunca había sido papa. Sin embargo todo lo que ha hecho antes nos invita a pensar que va a ser un excelente papa.

Yo quería escribir esta carta porque me gusta escribir cartas distintas, fuera de lo común, cartas más allá del tiempo y del espacio, más allá de la ficción muchas veces. El lector de Zenda lo sabe, el lector que haya leído algunos libros míos lo sabe. Para escribiros, Santidad, se me ha ocurrido que era buena idea recurrir a algunos libros que tengo en mi biblioteca, como Cruzando el umbral de la esperanza, la entrevista que hizo Juan Pablo II con Vittorio Messori, tan llena de significado, y Después de Ratzinger, ¿qué?, de José Catalán Deus, que es un escritor y periodista del que leí otros libros y me gusta mucho. Hubo un tiempo en que coincidí más con él; ahora hace tiempo que no lo veo, pero recibo informaciones suyas por el correo electrónico. Este libro es muy interesante.

Llama la atención el título del libro de Messori, Cruzando el umbral de la esperanza, y pensé que esta carta nuestra si necesitase algún título podría ser “Más allá del umbral de la esperanza”.

Debo decir que en mi entorno su elección ha gustado mucho. A la gente se la ve contenta, muy contenta, y no creo que esto sea fácil. Estoy hablando de cristianos, de católicos, y de gente, quizá, que quiere serlo, y que acaso lo sea en su corazón.

El mundo es tan complicado, todo es tan confuso en muchas ocasiones, que necesitamos faros. Un amigo mío clasicista, gran experto en la literatura griega, Carlos García Gual, tiene un libro de título precioso que se llama La luz de los lejanos faros, y se refiere a esa luz, esa guía, de los clásicos. Pero también necesitamos faros más cercanos en el tiempo y en el espacio. Faros más cotidianos.

Creo que todos tenemos la sensación de que, como decía nuestro Lope de Vega en un poema, nuestra vida es una pobre barquichuela sujeta a los vaivenes del mar, a las tormentas, a toda clase de vicisitudes. En este sentido la Iglesia, y al frente de ella el Santo Padre, pero también muchos otros religiosos, pueden hacer mucho bien, hacen mucho bien.

Vivimos inmersos en enfermedades, en tragedias, pequeñas o grandes, en incertidumbres. Por supuesto vivimos en la incertidumbre, en el qué pasará mañana, incluso hoy, en este momento. Y sólo podemos vivir con razonable tranquilidad si olvidamos un tanto todo esto y simplemente vivimos.

Las palabras del papa pueden ayudarnos mucho en todo momento. Por ejemplo esas palabras de Juan Pablo II, que toma del Evangelio, y que ya sonaron en la Plaza de San Pedro cuanto fue elegido: “No tengáis miedo.” Potentes palabras.

Es muy importante ese “no tener miedo”. El miedo es un mecanismo de defensa, es  prudencia, pero también puede paralizar mucho. Juan Pablo II quería que nuestro andar, nuestro pensar, nuestro actuar, nuestro orar, fuera fluido, ágil, suelto. “No tengáis miedo”. Es muy bonito.

Esto significa, finalmente, no tener miedo a la vida. Porque de lo contrario qué difícil es vivir, y qué poco agradable. Y la vida es un don, debemos entender que lo es.

También el papa es un don para todos nosotros. El buen papa. Y mi experiencia es que todos lo son, al menos todos los que yo he conocido, y llevo ya cuatro, con su Santidad. Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco, León XIV…

Todos sois diferentes y todos sois buenos, bondadosos, con perfiles distintos, con dones distintos.

El recuerdo de Juan Pablo II es el de mi infancia y buena parte de mi vida. La potencia de su voz y de todos sus gestos, papa viajero, papa entregado a la Iglesia, al mundo. Sí, todos lo están. Benedicto XVI, que tan bien hablaba, lleno de contenido su palabra, que tan bien escribía, lleno de significado todo lo que salía de su pluma. Un papa muy respetado por mis amigos y compañeros escritores. Sí, un papa sabio, el “Papa Sabio” se le ha llamado.

Todos los papas que he conocido eran sabios. Ya lo eran, seguro, antes de alcanzar el Pontificado. Creo que los cardenales que los escogieron también fueron sabios, alentados por el Espíritu Santo y su excelente criterio. Toda la vida está alentada por el Espíritu Santo, y tal vez también la sabiduría.

La sabiduría, pienso yo, no se adquiere por haber leído muchos libros, sino que es algo muy anterior. Es un instinto, una actitud, un amor, y me parece que esto viene  mucho antes de haber abierto el primer libro. La sabiduría está en los hombres, no en los libros, pero los hombres la ponen en los libros —también la reciben de ellos, y de muchos otros lugares—. La sabiduría viene y va del hombre al mundo, y del mundo al hombre. Vive entre los hombres, vive en el mundo entero.

Estos días, Santidad, el mundo entero os ha observado. Las cámaras del mundo entero se han fijado en vuestras palabras, vuestra figura, vuestros movimientos, vuestros gestos. Vuestras sonrisas, vuestro escuchar, las palabras que habéis pronunciado, meditadas, tranquilas, escritas con frecuencia en papeles, lo que prueba vuestra prudencia y preparación.

Nos ha llegado Su Santidad a todos nuestros hogares, y hemos apreciado en no mucho tiempo muchas virtudes vuestras. El papa ya ha sido de todos y para todos.

Yo os deseo lo mejor para este tiempo que ahora se abre, que en el fondo se abre para todos nosotros. Me acuerdo cuando abdicó Benedicto XVI que escribí en una hoja parroquial, la de la Parroquia de los Santos Apóstoles de Las Lomas, en Madrid, España, que el papa nos daba su última lección de profesor. Me acuerdo también en la misma “hoja”, cuando fue elegido Francisco, que decía que mi oración, la oración de los fieles que el papa pedía desde la Plaza de San Pedro, se extendería durante todo su pontificado.

Mi oración por Su Santidad ahora empieza y se extenderá durante todo su pontificado. Incluso irá más allá de él, si tengo vida. Siempre es necesario rezar, por lo grande y por lo pequeño. La vida nos pide que recemos constantemente, por ejemplo cuando nos lo pide un amigo, o alguien muy cercano necesitado de esa oración, necesitado de que la vida le trate bien, mejor.

Y yo creo mucho en el poder de la oración. Ya no sólo es que pueda ayudar a otros, que para eso rezamos fundamentalmente, sino que en primer lugar nos ayuda a nosotros, a los que rezamos, sólo por el mero hecho de rezar. Es un magnífico ejercicio. ¿Qué más podríamos pedir?

Sé que el papa reza por todos nosotros, y que eso siempre nos ayudará, siempre nos ayuda. Quizá esta carta sea una forma de oración.

Muchas gracias, Santidad, por su sonrisa, por sus palabras y gestos, por la compañía que nos da en el mundo. El papa es nuestro amigo, y como decimos mucho en España, “el que tiene un amigo tiene un tesoro”. Debemos cuidarlo.

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Javier de Juan
Javier de Juan
5 meses hace

Me sumo a esta inteligente y valiosa carta