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Lomo, Palomo

Vivimos tiempos extraños en el mundo que nos ha impuesto la globalización. Mesones, tabernas, tascas y bares, que desde siempre han sido brújula, capilla, parlamento y consultorio de cualquier barrio, han sido sustituidos por insulsos gastrocapullos, hamburgueserías con nombre yanqui donde te sirven carne de vaca a la que montó John Wayne en sus tiempos de boy scout o tugurios con tintes asiáticos en los que te cascan wok o pedazos de sushi que saben al idem de la Susi. Hordas aborregadas del ciudadano borrego, creación suprema del nuevo orden, hacen colas frente a ellos y dan palmas con las nalgas cuando, a modo de rejones bien clavados, les presentan la cuenta. ¡Ay! ¡La modernidad es cara! Se come veinte veces mejor en Casa Paco y a mitad de precio, pero no es instagrameable, o lo que pijo sea eso.

Huyo de estas capulladas como Mazón en el Ventorro de la ejemplaridad y la responsabilidad. Por eso, en cuanto encuentro un local en el que se guarden aún las esencias patrias, planto mi altar allí y acudo devotamente a expiar mis muchas culpas.

Hallé uno de ellos en el Palomo Saxtamente. Me lo descubrió mi llorado Magister Raimundus: nos calzamos una botella de retsina y una ensalada con queso feta que nos trasladó al Olimpo. Me cautivaron la presencia y la socarronería de Antonio, el Palomo, y la simpatía y calidez de su mujer, Lourdes, tras la minúscula barra.

"Convertí al Palomo en una atalaya desde la que atisbar el mundo que me rodeaba y escrutar al paisanaje que lo frecuentaba"

Aún pude compartir con mi Magister convidás épicas, donde, cuales devotos faunos, honramos a nuestro patrón, san Baco, incluso cuando la enfermedad se cebó con él y lo recluyó en una silla de ruedas.

Cuando la vida, impía e impasible, me lo arrebató, seguía buscando su estela, extrayendo de Antonio y Lourdes historias del paso por su local de mi mentor, al que conocían como Blas (su nombre artístico era Blasi Parrandbolero).

Convertí al Palomo en una atalaya desde la que atisbar el mundo que me rodeaba y escrutar al paisanaje que lo frecuentaba.

Hay entre sus parroquianos quienes son capaces de arreglar el mundo al tercer quinto de cerveza. Quienes entre escupitajos de bilis negra contra Sánchez y toda su parentela solucionan la situación del país, mientras humillan la cerviz como bueyes ante las tropelías del cacicazgo que mangonea esta región por tres décadas.

"A bordo de su motillo, el Palomo recorre mercados y ventorrillos para mercar el mejor género. Sus morcillas, salchicha seca y lomo curado con pimentón merecen un monumento"

Hay quienes viven en soledad y acuden a tomarse un chato de vino, mientras Lourdes les prepara un bocadillo. Tal vez éstos sean los únicos momentos al día en los que encuentren quien los escuche.

Antonio aparenta ser hosco y cascarrabias, resguardándose en su corpachón de oso, pero esconde un alma de pan candeal: siente devoción por las personas mayores y los niños. Entre sus clientes está la maestra que le dio clase en su niñez, quien busca su retranca y no para de provocarlo. Se desvive por atenderla.

A bordo de su motillo, el Palomo recorre mercados y ventorrillos para mercar el mejor género. Sus morcillas, salchicha seca y lomo curado con pimentón merecen un monumento. Jueves, viernes y sábado sirve mariscos de calidad excepcional, por los que cobra un precio honesto, algo que lo diferencia de otros sitios “de más postín”, en los que te levantan al peso con la cuenta y te sirven un género peor.

"A finales de agosto cierra definitivamente. Tras cuatro décadas, mis amigos merecen besar los goces de la jubilación, aunque eso nos deje a muchos huérfanos"

Me gusta frecuentar su terraza las tardes de primavera: a eso de las 8 saca una llanda de patatas asadas que me hacen perder el sentío. Antonio suele sentarse a mi lado si no hay mucha clientela. Juntos disfrutamos de la dulce cadencia del atardecer. Como sé que le pone que le dé guerra, cuando más relajado lo veo, le hago una seña y suelto, “Lomo, Palomo”. El lomo con pimentón está muy tierno y se necesita un cuchillo muy afilado y unas manos hábiles para cortarlo en sutiles rodajas. Lourdes delega la tarea en sus expertas manos. El Palomo se levanta refunfuñando y me suelta el apodo que me ha inventado: Aristitrés (pontifica que como y bebo por tres). Yo le respondo: “Ponte a trabajar, Colombo (traducción italiana de palomo)”.

A finales de agosto cierra definitivamente. Tras cuatro décadas, mis amigos merecen besar los goces de la jubilación, aunque eso nos deje a muchos huérfanos. Su parroquia lo ha homenajeado recientemente: mejor reconocer en vida la trayectoria de alguien sin el cual la vida de la barriada no sería la que es.

Permítaseme que desde esta humilde cueva homenajee al Palomo y a Lourdes y, a través de ellos, a todos esos hosteleros que tras una barra crean comunidad, dejan un mundo mejor y se convierten en refugio y amparo. Y ojalá el pernicioso dicho de que “el cliente siempre tiene razón” (sólo porque paga) pasara al olvido y empezáramos a tratar a los baristas con la dignidad y humanidad que su sacrificado trabajo merece.

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